LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Especulación en el infierno: los intermediarios inflan los precios en medio del caos y la muerte de Gaza

Lugares de encuentro

En un libro muy recomendable (Encuentros creativos: Lugares de reunión de la modernidad), acompañando el texto con ilustraciones exquisitas, la historiadora americana Mary Ann Caws, visita una decena de lugares del mundo en los que los artistas e intelectuales encontraron acomodo e inspiración colectivos. El Café Louvre de Praga, en el que bebían Einstein y Kafka; los de Saint-Germain-des-Prés y Montparnasse en París, escenarios de los encuentros de decenas de ilustres como Apollinaire, Patti Smith o Sartre. Más cerca de nosotros Els Quatre Gats, donde Picasso compartía con los modernistas las tardes barcelonesas. Hay cafés, pero también residencias, casas de mecenas, islas o paisajes cautivadores. 

Como dice la autora, “el arte es considerado habitualmente como una actividad solitaria. Pero los artistas visuales, escritores y músicos a menudo encuentran su energía a través de un entorno colectivo. Compartir ideas alrededor de una mesa siempre ha dado lugar a intercambios fructíferos entre artistas de todo tipo”. 

En la era del metaverso, ese fenómeno con nombre falazmente poético que consiste en la generación de entornos virtuales en los que las personas pueden interactuar con objetos digitales pareciera que esos lugares de encuentro estarían en decadencia. Quizá en la mente calenturienta de Mark Zuckerberg así sea. Basta ver su vídeo anunciando cómo va a cambiar nuestra vida (aquí) para entender el lío en el que nos quieren meter. No es descabellado. Quienes tenemos hijos de diez años ya sabemos que un buen pedazo de su vida se encuentra en Fortnite o en otros juegos similares… No les resultará complicado adaptarse a reuniones de amigos virtuales, a clases en línea o a ir de compras con los colegas pero viéndoles solo con sus gafas desde el salón de casa… con un Big Mac y una Coca Cola al lado… La propuesta del aún joven fundador de Facebook es tan temeraria como verosímil. 

Afortunadamente, luego está el instinto más primario del ser humano como animal social. Verse de verdad, tocarse, brindar con copas de cristal, encontrarse casualmente. Cuanto más nos hemos encerrado en casa por acontecimientos sobrevenidos, más hemos desarrollado ese impulso de volver a vernos cara a cara, sin pantallas interpuestas. Basta salir a la calle y verlo. 

Por eso han sido tan bienvenidos los Premios Infolibre al Ateneo de Madrid, en estas circunstancias tan especiales. El Ateneo fue, aunque no esté en el libro de Caws, el lugar privado de encuentro más importante de la historia de la España de finales del siglo XIX y del XX. Allí se encontraron los conservadores y los progresistas durante la Primera y la Segunda República. Incluso durante el Franquismo fue el Ateneo la excusa perfecta para que el dictador pudiera defender con los estadounidenses que en España se podía hablar en libertad. En la calle Prado 21, a cien metros del Congreso y a otros cien de la Plaza de Santa Ana, discutían, lucubraban, creaban Valle Inclán y Unamuno, flirteaban Pardo Bazán y Pérez Galdós y discutía Clara Campoamor con Victoria Kent. Carmen Laforet, cuyo retrato luce desde hace una semana en la muy masculina Galería de Retratos (así Doña Emilia ya no estará sola; muchas otras mujeres irán llegando), escribía en la biblioteca bellísima que hoy acoge a una treintena de opositores y estudiosos. 

Es un orgullo para mí como responsable coyuntural del Ateneo, celebrar con infoLibre la entrega de sus primeros premios. Por el orgullo de compartir lugar con los premiados y por poder celebrar todos juntos el reencuentro, ese privilegio incomparable de sentirse acompañado en carne y hueso en la tarea diaria de dejar este planeta algo mejor de lo que lo encontramos o, al menos, de no fastidiarlo mucho. 

Mientras escribo oigo el trasiego de los músicos que afinan antes de la entrega de la ceremonia de entrega, los técnicos que ponen la luz y el sonido, quienes preparan la llegada de los invitados en la tarde fría del Madrid de las Letras… Asocio el trajín con otro libro, también para recomendar: Dignos de ser humanos, de Rutger Bregman, un canto a la bondad natural del ser humano, a menudo opacada por las noticias truculentas y la preminencia de lo negativo en el espacio público. No: el ser humano lleva en sus genes el instinto de la protección, de la colaboración y de la solidaridad. También el del encuentro real. Facebook no va a sustituirlo, por fortuna.

Más sobre este tema
stats