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MALA HIERBA

El momento en el que el viento cambia

En un momento en que todo lo que parecía seguro se vuelve inasible, viajar a Córdoba templa el espíritu. Andar por calles donde otros han pisado mucho antes que tú te hace sentir partícipe del tiempo, más aún si el magnetismo que ejerce su centro histórico, uno de los mejor conservados del mundo, procede de su monumentalidad y belleza en un mayo donde la ciudad explota de primavera. Caminar sobre las huellas de los que te precedieron en los últimos dos mil años aporta el cada vez más apreciado valor de la insignificancia, ser tan sólo uno más entre tantos tranquiliza, pero sobre todo te permite la visión de conjunto, acceder a la imagen de la amplitud del tiempo, que volvemos parca y mezquina a base de encadenarla a la actualidad. Somos lo que somos porque nos alzamos sobre las penas y esperanzas de los miles que ya fueron. El puente romano seguirá salvando el Guadalquivir mucho después de que nos hayamos marchado.

En Córdoba se celebraron las jornadas de Perspectiva, la publicación de la federación de Servicios de Comisiones Obreras, que coincidían en objetivo con esa imagen de amplitud del tiempo que devolvía el plano de la ciudad: saber cómo hemos llegado hasta aquí, describir el presente y anticipar lo que está por llegar. Su secretario general, Unai Sordo, insistió en la idea del nuevo contrato social, tema que da título a su último libro, y que basa en la intensa experiencia del lapso 2019-2022, cuando todo pareció desmoronarse pero la recuperación de la visión social del trabajo ancló el conjunto de este país a una nueva seguridad. Ahora toca ampliar el camino, uno que transite por la protección mutua, pero que llegue hasta la decisión mutua: repensar la economía desde la democracia. El sindicato ha retomado su papel como uno de los pilares más seguros de la izquierda en España mediante un trabajo meticuloso y paciente, sin grandes protagonismos ni pronunciamientos.

Esta perspectiva, que rompió la inercia empresarial española de adaptarse a las crisis mediante la precarización y el despido, no está exenta de reveses. El primero, la pujanza ultraderechista como respuesta antagónica a la misma situación de incertidumbre pandémica. Ante el chaparrón, no preguntamos quién sujeta el paraguas y quién se queda fuera, sobre todo tras haber sido educados en la segmentación y el individualismo. El segundo es el ambiente, adulterado a conveniencia, que tiene al ecosistema de la izquierda alicaído y, lo que es peor, desorientado ante la oportunidad de cambio en ciernes. Nunca se hicieron mejor las cosas, rompiendo en la práctica con el dogma neoliberal de que no era posible crecer ampliando los derechos del trabajo –ERTE, SMI, reforma– pero nunca se reivindicaron con las orejas tan agachadas.

La clave para crear espacios colectivos que agreguen e ilusionen no es recurrir a la nostalgia de las promesas de las plazas de hace una década, cuando todo se aspiraba a cambiar pero Rajoy se alzó con la absoluta, sino atender a los procesos ya en marcha del momento actual para ampliarlos. Sobre todo cuando la UE admite un grado mayor de intervención pública, como en el caso del tope al precio del gas, movida a medias entre las tensiones energéticas que la guerra de Ucrania ha traído pero, también, porque tras el brexit y el coronavirus no se puede permitir que en ninguno de sus grandes integrantes  –nuestro país lo es– se produzca un conflicto social que ponga en tela de juicio su validez. Lo importante no es el tamaño ni la eventualidad de la grieta en la ortodoxia neoliberal, lo importante es que se ha producido. ¿Si se puede fijar un precio de la energía, y funciona, por qué no extender la idea a la vivienda?

La clave para crear espacios colectivos que ilusionen no es recurrir a la nostalgia de las promesas de las plazas de hace una década, sino atender a los procesos del momento actual para ampliarlos

No hay mayor error que pensar que las grietas que se abren no pueden ser ensanchadas. No hay mayor vicio que dejarse arrastrar hacia el desánimo justo cuando la marea empieza a ser favorable, en un ciclo que ha durado nada más y nada menos que cuarenta años. De hecho se diría que hay una parte de la izquierda que de tanto predicar en la terrible sequía el advenimiento del diluvio, ahora es incapaz de notar que el creciente fértil comienza a empapar el suelo dando la posibilidad a muchas de sus prácticas de florecer: es la diferencia entre dedicarse a la agricultura, que da de comer, o anticipar el apocalipsis, que excita pero deja la despensa vacía. Esta tendencia, notable en una corte ruidosa como Madrid, pierde valor allí donde quizá hay más tiempo para observar. Al menos así me lo pareció al escuchar a Inma Nieto, candidata a las próximas elecciones de Por Andalucía, con quien pude coincidir también en Córdoba en un acto titulado “Una nueva era de derechos laborales''. Trabajo decente para transformar un país”. Casi nada sucede por casualidad.

Por Andalucía ha roto la tendencia centrífuga que amenaza siempre a la izquierda al concitar la suma de diferentes fuerzas de izquierda en una coalición que concurrirá a las elecciones. Todo parto es doloroso, este ha estado a punto de matar a la madre. La razón, una vez más, hay que encontrarla en el ruido de la corte, en la reconfiguración nacional que está por venir pero, sobre todo, en lo que les contaba unos párrafos más arriba: saber husmear el olor a tormenta de los nuevos tiempos o recurrir, desde los cuarenta, a la nostalgia de cuando teníamos treinta. En estas elecciones andaluzas, para esta izquierda, todo se ha complicado, sobre todo porque casi nadie quiere recordar ya que este contexto, el de una derecha radical con aspecto de yerno sonriente, viene dado en gran medida por el desastre de un PSOE andaluz que no ha sabido recuperarse de Susana Díaz y lo que la precedió.

Nombres de profesores universitarios, economistas y periodistas planearon como cabeza de cartel de Por Andalucía: ninguno quiso exponerse a la dificultad, Inma Nieto sí. La razón, intuye quien escribe, no se trata de aspiración personal ni ganas de protagonismo, sino de participar de algo que sólo unos pocos están sabiendo notar: el momento en que el viento cambia. “Aquí hay que estar todos los días y sobre el territorio”, dijo Nieto a la audiencia del acto acostumbrada a conocer a Andalucía por su experiencia como parlamentaria regional y haber enfrentado como portavoz de su grupo en la pasada legislatura a una derecha de cara amable pero que extiende la mano a Vox. Su oratoria, que puso al trabajo como centro de transformación social, fue pausada, pedagógica y contundente, recordando a la de Maíllo o Anguita. Si existe una antítesis perfecta de sosiego e ideas al tono tabernario y destructor de Macarena Olona, esa es la de Inma Nieto.

Nieto se refirió a Yolanda Díaz en varias ocasiones, al resaltar que en la visita de la vicepresidenta a la Feria de Sevilla, la gente, esa que no sale nunca en la portada de un periódico, se acercaba con la palabra “contrato indefinido” como presentación. Hay una conexión entre Díaz y Nieto, además de la generacional  –ambas son nacidas en 1971– que expresa que algo está cambiando en la forma de entender la política. “Yo cuando tengo dudas con algo, pongo la cara de mi hija y me dice qué hacer”, me explica Nieto, sin apenas elevar la voz, al finalizar la conferencia, cuando el sol ya ha caído y Córdoba se vuelve nocturna y sinuosa. La imagen de conjunto de la amplitud del tiempo, las penas y esperanzas de los miles que nos precedieron, se resumen justo en esa frase.

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