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Muros sin Fronteras

Las estupideces no nos dejan ver el sol

Ramón Lobo

Primero están las cosas poco importantes: la pandemia, ahora que estamos inmersos en la segunda ola del covid-19; la catástrofe climática que causará cientos de miles de muertos y millones de desplazados y refugiados, y guerras por el control del agua; la protección del bien común y la salud de nuestros mayores por encima del yo individual; un sistema económico depredador basado en la falsedad de un crecimiento infinito para que los ricos sean cada vez más ricos más allá de su talento, que algunos lo tendrán.

En España, podríamos añadir a la lista de menudencias un Estado de las autonomías que no termina de funcionar, varado a mitad de camino entre la división federal y la agencia de colocación masiva, entre la lealtad interterritorial y el narcisismo. Carecemos de un control de calidad de nuestras instituciones. Tampoco disponemos de una verdadera ley de transparencia que invite a la ciudadanía al control efectivo de lo que se hace con sus impuestos. Nada de esto es transcendental en la España pandémica. Preferimos el ruido, una forma de incultura.

(La canción de Tony Lomba es una ironía. Lo digo por los despistados de las redes sociales)

Luego están las importantes: la bandera y el debate entre monarquía y república. ¿Qué partido republicano ha pagado el vídeo de Viva el rey? Nuestras cosas serias, de las que hablamos cada día, son Isabel Díaz Ayuso y sus molinos de viento; Pablo Casado con su histrionismo, siempre exigiendo, siempre enfadado por esto y lo contrario, como si su ideología fuese estar en contra de todo, incluso de sí mismo, o el presidente del Gobierno que no admite errores de gestión ni de comunicación. Apenas hay espacio para la pobreza, los desahucios y el maltrato.

Es la nueva derecha nihilista que solo acepta gobernar, un papel que le pertenece por linaje y derecho natural. Entre las cosas graves está el 12 de octubre, fiesta patria atrancada entre los ecos imperiales del pasado y la confusión de lo que somos en el presente. También, la bandera que unos blanden como si fuese un palo y otros detestan como si se tratara del diablo bicolor. Deberíamos inventar otra, que no sea la republicana, fijada a un periodo de nuestra historia y que despierta la animosidad de media España.

¿No hay nada que nos explique y nos reúna? Carecemos hasta de himno, que es una marcha de alabarderos sin letra. Somos un país sin símbolos comunes más allá de nuestra relación tóxica. Juan Carlos I fue un símbolo durante una época concreta, de ahí la gravedad de su desplome. El debate sobre el futuro de la monarquía no es una prioridad en un país con tantos problemas. Caerá sola, como los toros. Es cuestión de tiempo y paciencia.

Vivimos en una sociedad crispada en la que la oposición no se opone, gamberrea, insulta. Una España que se ha ido despojando de lo común, de lo poco en común que teníamos después de casi dos siglos de barbarie intelectual, siempre en el lado equivocado. Ha aflorado el viejo odio, el desprecio irracional al otro, el rechazo a la ciencia y a los hechos probados. Priman las fantasías y las fanfarrias. Todo es blanco o negro. Somos un país sin grises.

Los políticos están para construir puentes, ofrecer soluciones y dar ejemplo. Aunque hablar de “los políticos” o decir que todos son iguales es injusto, una manera de restar importancia al papel que deberíamos tener en la creación de esos espacios de convivencia. Además, alguien les debe votar, o alguien ni siquiera acude a votar. Somos corresponsables, sobre todo los empresarios y las élites económicas que se mueven entre bambalinas.

Los ciudadanos nos crispamos en los bares y en las redes sociales. Dejamos de saludar a los vecinos o despreciamos la mascarilla y las recomendaciones de mantener una distancia de seguridad. Somos egoístas, no ayudamos a quien lo necesita. Hay muchos políticos que hacen un trabajo excepcional como alcaldes y concejales, como ministros y presidentes de empresas públicas, incluso como miembros de la oposición. Hay mucha gente honesta que no llega a los titulares, ocupados por los broncos y descerebrados porque son los que dan audiencia.

Cada líder que aparece es peor que el anterior. Ya echo de menos a Cristina Cifuentes. La despedimos por robar cremas e inventarse un máster (y mentir, claro) cuando el nivel de tolerancia había pasado por alto un estanque repleto de ranas corruptas que de una manera u otra logran la dilación de sus procesos. No solo para que caduquen los delitos en los tribunales, sino para que caduquen en nuestra memoria.

Se nos olvida quiénes son y qué han hecho con el dinero de nuestros impuestos. Esa amnesia colectiva les permite seguir pavoneándose por el corral impartiendo lecciones y acudir a tertulias televisivas, como Esperanza Aguirre. Siempre hay un micrófono dispuesto a recoger una majadería.

Hasta echo de menos a Mariano Rajoy. Me lo encontré hace dos semanas en una terraza del barrio de Salamanca. Estaba en los postres o en los whiskies, no recuerdo. Me paré en seco. Dado el barrio supuso que era un fan, un follower, un entusiasta o un militante. Hizo ademán de incorporarse a saludar. No le espeté eso de "Mariano sé fuerte" (por Kitchen), solo le dije que le respetaba. Confundido ante mi propia reacción, añadí , “quizá por ser gallego”. ¿Seré un blandengue o un desmemoriado? Ni siquiera me acordé del lío que montó en Cataluña ni que su ley laboral favoreció mi despido con 80.000 euros menos.

Me dejé llevar por el timeline de la degeneración. Frente a Casado parece un estadista. Frente a Aznar, un demócrata intachable. Ya ni paso por esa calle del barrio de Salamanca por miedo a verle otra vez. Quién sabe: quizá termine por votarle en este proceso de decadencia personal.

Somos una civilización agotada, que no da más de sí en espera de una gran bofetada, de esas que reparte la historia, o la naturaleza para defenderse. Desconozco si habrá una tercera guerra mundial, si esta pandemia servirá de despertador intelectual y ético, o el verdadero cataclismo que nos aguarda es un clima apocalíptico. Solo sé que si Donald Trump repite mandato por las buenas o por las malas, España y Europa lo van a pasar muy mal.

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