Plaza Pública

#PPSOE, Podemos y por qué se vota en contra del propio interés

Miguel del Fresno

La expresión #PPSOE es un hashtag que lleva circulando meses por los medios sociales de Internet. Es una metáfora que permite pensar y comprender algo nuevo, algo que está emergiendo y que quiere ser explicado. En definitiva, con su uso se persigue nombrar una realidad política que no existía y, debido a la repetición desde múltiples fuentes, puede acabar convirtiéndose en racional en nuestro sistema conceptual. #PPSOE apunta a la creciente indiferenciación interna del bipartidismo, a la equivalencia ideológica, moral y de gestión de los dos principales partidos de nuestra democracia. En la práctica, este hecho ha abierto un espacio nuevo que ha sido ocupado de forma imprevista por Podemos, una formación sin estructura, sin historia y en constante definición ideológica, pronosticado a inicios de 2015 como potencial partido vencedor de las próximas elecciones generales o, al menos, como un árbitro clave de la gobernabilidad.

Desde el sentido común es lógico preguntarse cómo un partido elitista como el PP, que en la práctica repudia –incluso de forma abierta: “Que se jodan”– a las clases medias y bajas, consigue los votos de grandes capas sociales a las que su política perjudica de manera incuestionable. Planteado de otra forma ¿por qué un gran número de ciudadanos que se han visto perjudicados por las decisiones del Gobierno volverán a votar al PP a lo largo de 2015?

El número de perjudicados y afectados por las decisiones del Gobierno es ingente. La privatización y la reducción sistemática de recursos en educación, sanidad, justicia, seguridad, etcétera acaban por causar el deterioro progresivo de los servicios públicos y su mal funcionamiento. Lo que es utilizado como argumento para una nueva ronda de privatizaciones con la excusa de que lo público no funcionano funciona. Los daños sociales que el Gobierno ha provocado en tres años también afectan a la misma base de la democracia: la reducción de las libertades civiles, el encarecimiento de la justicia y la limitación del acceso a la salud o la educación de calidad en función de la renta recortan la libertad de los ciudadanos para formarse con calidad, mejorar socialmente o estar sanos.

Mientras el Gobierno ha desplegado un castigo social colectivo sin precedentes, amparado en el argumento de que no hay otra alternativa o trasladando su responsabilidad hacia la UE, ha rescatado de forma multimillonaria a un sistema bancario especulativo, mal gestionado y mal supervisado; ha tomado decisiones que benefician a las grandes compañías constructoras y energéticas –donde han recalado los expresidentes del Gobierno sin escándalo social–; ha ofrendado una amnistía fiscal a las fortunas opacas; ha vuelto 20 años atrás en política medioambiental; ha incrementado el abismo entre ricos y pobres a través de la política fiscal que prometió que no iba a aplicar, a base de aumentar los impuestos a las menguantes clases medias, las pequeñas empresas y los autónomos; y ha conseguido que la pobreza, incluso la infantil, vuelva a ser un tema clave en nuestro país.

Por tanto, la clave es entender cómo votamos, cuál es la motivación profunda que nos lleva a votar a un partido, incluso cuando esa decisión va en contra de nuestros propios intereses.

De forma colectiva intuimos que esto sucede así, aunque no es fácil comprender por qué sucede. La explicación es que no se vota con el cerebro, ni con el bolsillo, ni con el corazón, sino en función del modelo moral dominante en cada uno de nosotros a lo largo del tiempo. La política, desde el punto de vista de los ciudadanos como electores, no es una cuestión de ideologías, ni de candidatos-producto ni, mucho menos, de programas (sistemáticamente incumplidos), ni de un eslogan afortunado. La mala comunicación política tiende a asumir que la realidad se crea a base de persistir en una definición de esa realidad (el mantra del PP de la crisis se ha acabado o los míticos brotes verdes de Zapatero), cuando los estudios científicos muestran que la realidad se conforma en nuestros cerebros a través de cómo la percibimos, condicionada por nuestro modelo moral. Votamos a partir de valores y de una identidad, y esto es tan profundo que puede llevarnos a votar incluso en contra del propio interés económico.

La opción ideológica de las personas es una cuestión de identidad moral, de cómo uno se percibe como sujeto y de la idea que proyecta alrededor de cómo debería ser el país comprendido como un individuo, como un actor racional. Esta forma de comprensión, tal y como sostiene el lingüista cognitivo George Lakoff, está basada en dos metáforas que apelan a dos modelos divergentes de familia en EEUU, pero que pueden ser aplicados también en Europa. Por un lado, el modelo conservador del padre estrictopadre estricto, organizado alrededor de la jerarquía, la autoridad y el castigo corrector en busca de maximizar el beneficio individual. A éste se opone el modelo progresista del padre nutrientepadre nutriente, igualitario, educador, empático y cuidador, preocupado, en gran medida, por el bien común.

Así, lo que para un votante conservador no es comprensible desde el modelo del padre estricto –por ejemplo, el matrimonio gay– tiende a ser considerado irracional y es descartado como aceptable. Y de igual forma, para un votante progresista la reducción y el deterioro de los servicios públicos en educación, salud, justicia, etcétera tienden a ser entendidos como ilógicos. El rechazo a las propuestas que no encajan en el modelo moral propio se produce debido a que en el cerebro no existen las conexiones neuronales que llevan a comprender algo del otro modelo como justo o racional; y porque, en caso de duda sobre un tema nuevo del que no se tiene una posición ya definida, el grupo de referencia de cada individuo ejerce una función de control sobre qué posición adoptar y cómo pensar sobre él.

Aparte de otras explicaciones sociológicas, Podemos ha emergido en el momento justo, con el lenguaje adecuado no sólo para capitalizar la activación de un vínculo hibernado entre sociedad y política, sino también, y es lo que permite explicar las últimas encuestas de intención de voto, para ocupar el modelo moral progresista que ha ido abandonando el PSOE –atrapado en la lógica del padre estricto del PP–, el modelo del padre nutriente. Lo que, además, explica el rechazo de Podemos a aceptar una enunciación ideológica y a estar en constante redefinición. Lo acertado de esta decisión puede explicarse porque el modelo del padre nutriente se extiende en España no sólo por la izquierda ideológica sino también por el centro y la derecha moderados.

Alguien ha debido de convencer a los responsables del PSOE de que con la firma del acuerdo con el PP sobre la cadena perpetua –que además se supone que no han suscrito con convicción real– podrían capturar parte de los votos más moderados del PP y compensar la pérdidas por la izquierda. Y si no es exacto este argumento, debe de haber sido un cálculo de simplicidad muy similar. La defensa de la cadena perpetua es irracional e inaceptable desde el marco moral de los progresistas, pero racional y lógica desde el conservador. Por tanto, esa decisión del PSOE es, sobre todo, una decisión irracional para la amplIa mayoría de los ciudadanos progresistas, porque es esperable del modelo moral del padre estricto del PP, pero no del modelo moral del padre nutriente. Ni los circuitos neuronales de los progresistas consideran de sentido común la defensa de la cadena perpetua, ni el grupo de referencia, en caso de duda, apoyará un cambio de marco moral sin dificultades. El PSOE, siempre que acepte de forma explícita o tácita el campo moral del PP, está destinado a ser ilógico o irracional ante sus potenciales votantes. Además, la potencial mayoría progresista está fragmentada en partidos que precisan sus posiciones dentro de su propio marco moral, lo que impide un frente opositor progresista, mientras que el PP ocupa en solitario todo el marco moral del padre estricto.

Esta evidencia explica la emergencia y la viralización de la metáfora #PPSOE, un espacio moral abandonado por el PSOE que ha terminado por ocupar Podemos. El falso pragmatismo, el oportunismo y los análisis superficiales en tiempos de crisis se pagan electoralmente. No es una cuestión de liderazgo personal por mucho que los partidos y los medios subrayen los personalismos; es una cuestión más simple: comprender los aspectos cognitivos de la política y qué modelo moral se quiere y se puede ofrecer a la sociedad.

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Miguel del Fresno, doctor en Sociología y profesor en la UNED.

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