el vídeo de la semana
Va a tener precio la vida
Aterriza el avión de la Fuerza Aérea y sabemos que dentro hay dos historias de espanto y sufrimiento. Detenido el aparato, un tripulante abre la puerta y segundos después vemos por primera vez a Blanca y Monserrat tras 644 días de secuestro.
Débiles, delgadas, apoyándose en la escalerilla y en las personas que bajan con ellas, podemos, no obstante, percibir lo que parece francas sonrisas de alivio y quizá también de gratitud y afecto. No sabemos nada de la razón y el proceso de su liberación, pero a efectos del sentimiento de solidaria cercanía importa poco. O así debería ser.
Pero observo que ya pían algunos para alentar el estéril debate del rescate, como si la fortaleza de los Estados se midiese en su capacidad de resistir las coacciones y no en propiciar y amparar los derechos y el bienestar de sus ciudadanos. Armar argumentos de legalidad y firmeza sobre el sufrimiento de otros es un indelicado ejercicio de hipocresía. Yo defiendo que se hubiera pagado un rescate, si es que se ha hecho, por una sencilla cuestión de coherencia: lo haría si la víctima fuera una persona cercana. Y no me importa que los vigilantes de lo políticamente correcto me pongan una cruz que me marque como potencial soporte de terroristas. E incluso asumiría con mi acción que puedo estar cometiendo un delito. Qué le vamos a hacer, en mi ética individual y en mi concepto de lo colectivo entiendo que la vida está por encima de casi cualquier otro principio.
Lo importante es que hoy ellas están aquí y lo urgente es poner los medios para que esto no vuelva a pasar, y que si sucede el Estado despliegue todas sus posibilidades de diplomacia e inteligencia, e incluso que valore una intervención; pero si finalmente las posibilidades se agotan y otros caminos se presentan imposibles, hay que traer a la gente a casa. Y si el terrorista gana, más hemos ganado nosotros con ellas aquí y la conciencia de que el Estado que pagamos nos defiende, ampara y apoya hasta el final.
Montserrat Serra y Blanca Thiebaut han consumido casi dos años de su vida en un encierro infernal lleno de soledades, pesadillas, miedos y quién sabe cuanto dolor y sufrimiento. Estaban en Kenia, con refugiados somalíes para ayudar, regalándonos el ejemplo de esa generosidad que no espera contrapartidas y que sabe a qué se arriesga. Ahora necesitarán tiempo y paciencia, y de los suyos cariño y comprensión para ir superando lo vivido. Ese sufrimiento profundo que tardará años en irse de su vida si es que alguna vez lo hace.
Dejémosles, a ellas y a sus familias, encarar el tiempo nuevo y gestionarlo sin presiones ni exigencias: nada deben ahora mismo a la opinión pública. Aprendamos de la eficaz discreción con que todos los actores se han movido por y para las víctimas.
Y a quienes tengan la tentación de señalar alguna culpa porque alguien pudo plegarse a un hipotético rescate, que se imaginen encontrarlas en la calle y decirles a la cara: "Os felicito por estar aquí, pero hubiera preferido que no se hubiera pagado por vosotras, porque la derrota del terrorista me importa más que vuestra victoria, vuestra vida". No habría huevos.