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La red infinita del lobby de la vivienda: fondos, expolíticos, un alud de 'expertos' y hasta un pie en la universidad

Si quieres comer caliente, no te fíes de quien tiene la sartén por el mango

El dinero es como las sábanas, sólo que en su caso no las de una cama concreta, sino las de todas, y con la particularidad de que unos pocos tiran hacia arriba para taparse la cabeza y los que se quedan con los pies helados son los demás. Esa ley del embudo, que está siempre ahí, se ve con mucha más claridad en las épocas de crisis, porque en ellas las diferencias se vuelven aún más ofensivas de lo normal: que con el sufrimiento de tantos hagan tan buenos negocios los de siempre, que a los que están con el agua al cuello les metan piedras en los bolsillos y a quienes les sobran les metan billetes en la cartera, es de juzgado de guardia. La ola negra que está arrasando el mundo a causa de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, cómo no, está haciendo de oro a quienes aprovechan la catástrofe para sacar tajada, porque hay quienes tienen que obtener ganancias y repartirse dividendos, caiga quien caiga y pase lo que pase. Una muestra, lo que ocurre con la energía y los carburantes, un abuso que no tiene nombre, aunque si lo llamamos “usura” no nos equivocaremos gran cosa.

Italia y el Reino Unido, dos países donde no gobierna la izquierda, acaban de endurecer la fiscalidad que soportan las eléctricas y las petroleras. Grecia y Hungría, también. España ya lo hizo y hubo quien habló de comunismo y no sé qué. Los nuevos impuestos van encaminados, en todos esos países y los que vendrán, a limitar eso que, con un sentido del humor negro muy afilado, las empresas en cuestión llamaban “beneficios caídos del cielo”, quién sabe si porque los afortunados miembros de las oligarquías financieras se creen divinos. Todo puede ocurrir, y más donde casi nada se regula, porque de eso es de lo que estamos hablando, de que la libertad de precios es igual a una prisión, si hablamos de gastos que no se pueden evitar: no se puede vivir sin luz o gas lo mismo que no se puede vivir sin agua.

El mercado de la vivienda, por ejemplo, vuelve a subir, los pisos se encarecen, el alquiler no termina de estar bajo control, las condiciones que, en algunos casos, se les imponen a los aspirantes a inquilinos, pidiéndoles hasta cuatro y seis meses por adelantado, que presenten su declaración de Hacienda como prueba de sus ingresos o que sean de nacionalidad española, todos ellos requisitos ilegales y, además, inmorales, dificultan un derecho recogido por la Constitución: el que tenemos a una vivienda digna. Le sumas a eso la escalada de los índices que regulan las hipotecas y el vuelo rasante de los fondos-buitre que planean sobre las casas y ves un horizonte lleno de desahuciados. Mala onda, una vez más.

El sueño de la razón produce monstruos y el del neoliberalismo pobres. La máquina perfecta con la que difunden sus mensajes se emplea para convertir a las víctimas en aliados y convencerlos de que quienes crean el caos son los únicos capaces de resolverlo

El sueño de la razón produce monstruos y el del neoliberalismo, pobres. La máquina perfecta con la que transmiten sus mensajes, que lo es porque la han pagado con su dinero, se emplea a fondo para convertir a las víctimas en aliados y convencerlos de que quienes crean el caos son los únicos con capacidad para resolverlo: vosotras y vosotros trabajáis, nosotros nos quedamos con el dinero y, si sois obedientes, podemos usar una parte del botín en echaros una mano, siempre que antes os pongáis en las nuestras. Así, hay gente que prefiere a quien le baja el sueldo mínimo o le congela las pensiones que a quien las sube, siempre con la promesa de arreglar lo que no funciona. Hemos visto lo que ha ocurrido con la pandemia, lo que ha sucedido con el trapicheo de las mascarillas, pero hay quienes prefieren mirar para otra parte. O persisten en la idea de que la única forma de comer caliente es rendirse a los que tienen la sartén por el mango. Lo que dicen las encuestas de las inminentes elecciones en Andalucía es justo eso. También ganó Ayuso en Vicálvaro, como en otras muchas ciudades del antiguo cinturón rojo de Madrid, y ahora sus vecinas y vecinos están allí acampados en la vía pública para protestar por el cierre de sus Urgencias. Es para hacérselo mirar.

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