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Raquetazos al covid

Admito que a estas alturas he dejado de entender muchas cosas. El concepto de libertad se ha manoseado tanto que algunos se están haciendo un auténtico taco con qué es libertad y con qué no. Confundimos libertad con insumisión, libertad con rebeldía, libertad con ignorancia. Un ejemplo: esta semana muchos están dejándose las manos aplaudiendo el gesto de Djokovic. Es un héroe por haberse plantado ante la obligación de tener que vacunarse si quiere participar en el Open de Australia. Y cuando otros deportistas como Nadal han dicho lo obvio, que las reglas son las reglas, que él sabía las normas meses antes de participar, le han caído chuzos de punta. Insisto: “Yo no entender nada”.

Hasta el lunes va a estar encerrado en un hotel, aislado en una habitación. Sus compañeros de habitaciones no serán las raquetas más célebres del circuito sino otros tantos detenidos, como él, por no cumplir con las normas de migración y que están a la espera de ser deportados tras haber intentado entrar en Australia incumpliendo las leyes. Sus apellidos no ocupan portadas, como el suyo, Djokovic, pero su situación, en este momento, es exactamente la misma. Pendientes de que un juez decida el lunes si pueden o no permanecer en el país, si su visado es o no válido.

Es la paradoja que está viviendo ahora mismo el número uno del tenis mundial. Un fuera de serie cuando salta a la pista y empuña una raqueta, pero desde luego un obtuso a la hora de entender qué ha pasado con esta pandemia y el punto en el que estamos. Cero empatía con la situación de miles de personas confinadas por este virus, o quienes han perdido a un ser querido. Se ha cuidado muy mucho de aparecer como un negacionista pero no ha hecho falta que se pronuncie en contra de las vacunas: con su forma de actuar, ha dejado bien claro qué piensa.

En junio de 2020, nada más empezar a salir de los meses más duros de la pandemia, el serbio organizó una exhibición de tenis en los Balcanes. Por aquellas fechas todavía se desaconsejaban las reuniones multitudinarias, los eventos deportivos con público. Se pedía prudencia, como ahora, pero él decidió que la pandemia había terminado y organizó un fin de semana de tenis y fiestas. A los dos días, él y su mujer dieron positivo por covid.

Djokovic es un fuera de serie cuando salta a la pista y empuña una raqueta, pero desde luego un obtuso a la hora de entender qué ha pasado con esta pandemia. Cero empatía con miles de personas confinadas o con quienes han perdido a un ser querido.

Pero no parece que aquello le escarmentara o le hiciera recapacitar. Durante estos meses ha mantenido una actitud escéptica respecto a todo esto y, aunque no ha confirmado si se ha vacunado o no, es evidente que no ha pasado por el doble o triple pinchazo cuando ha necesitado de una exención médica para poder participar en el Open de Australia. La polémica, el escándalo, no es que él lo pidiera, lo increíble es que se lo concedieran. Imagino que no fue fácil tomar esa decisión. Sabían que decidieran lo que decidieran iba a ocupar portadas. Pero, desde luego, hacer la vista gorda así, saltarse a la torera todo lo que se está exigiendo y pidiendo a la población únicamente por mantener el espectáculo del tenis, no parece lo más oportuno, y menos, en plena sexta ola. Supongo que, a estas alturas, ya se habrán arrepentido varias veces del follón que se ha armado permitiendo que Djokovic pueda participar y otros, vacunados pero sin la pauta completa o con otras vacunas diferentes a las aprobadas por el gobierno australiano, no puedan hacerlo, ha sido una gran cagada.

Djokovic va a tener 3 días de encierro en el hotel para meditar. Sus abogados se agarrarán como un clavo ardiendo a la exención que les dieron los responsables del torneo. Pero hay cosas que son impepinables. Cualquiera, sea quien sea, te apellides como te apellides, sabe que, para entrar en un país, tiene que cumplir con las normas sanitarias que ahí se exigen. Ahora nos preocupa el covid, si piden PCR, antígenos o pauta completa de vacunación, pero en otros países exigen vacunas contra la fiebre amarilla y, si quieres entrar, sabes que no hay otra que ponérsela y acreditar que te la has puesto. Ni más ni menos. Y aquí no cuestionamos nada. Son las normas y si queremos pasar unos días en ese país, las asumimos.

Para muchos Djokovic es un héroe. Lo han jaleado poco menos como el adalid de la libertad. Una libertad que, lo sabemos, atenta contra la salud de los demás. Pero oye, como esto va de ir contra todo, pues adelante. Seamos más obtusos que nadie y aplaudamos, a estas alturas de pandemia, que no vacunarse es lo más sensato. Y, además, hagamos alarde de ello.

Tres días tiene Djokovic para meditar. El resto, algo más. A ver si salimos de esta ya. Porque falta nos hace para aclararnos un poco las ideas. 

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