Y ahora a por la 'Alianza de derechos fundamentales'

La invasión rusa de Ucrania ha acelerado las primeras consecuencias de los cambios geopolíticos que tensionaban los grandes bloques antes de la pandemia. La agresión rusa sin precedentes ha hecho reaccionar a Europa, a EEUU y rearma la Alianza Atlántica como nunca antes desde la caída del Muro de Berlín. En palabras de Jens Stoltenberg: “Putin quería menos OTAN en sus fronteras y tiene más”. Según la hoja de ruta, el documento estratégico aprobado para la próxima década, EEUU despliega su mayor expansión militar en Europa en décadas, con tropas permanentes en Polonia y se revierte todo acuerdo con Rusia. De socio estratégico a enemigo. Las líneas son meridianas —ya lo eran en los prolegómenos de la cumbre—: más OTAN, más tropas, más seguridad. Ante la amenaza nuclear y el fantasma de una tercera guerra mundial, la Alianza garantiza su defensa. Podemos discutir, y tocará hacerlo, los pros y contras de la escalada, la necesidad de europeizar la OTAN y las implicaciones de un cambio radical en la autoprotección de Europa. 

En una comunidad de países con diferencias, sentados en la misma mesa democracias y autocracias por la necesidad de protección común, el siguiente debate urgente son los derechos y las libertades. Si la OTAN nos da seguridad física, ¿quién y cómo nos protegerá de la ola reaccionaria? ¿Cómo hacer frente a la corriente que amenaza derechos fundamentales? ¿Qué vamos a hacer ante una tendencia global que nos señala desde la irrupción de la extrema derecha, Trump y ahora los seis jueces conservadores de la Corte Suprema americana? 

La diplomacia se acelera en febrero de 2022. Pero para detectar el arranque del in crescendo ruso hay que irse a 2014. Es decir, el tablero se vuelca ahora pero se tambalea desde la invasión de Crimea, el Brexit, los hackeos a la campaña demócrata y la apresurada salida de Afganistán. Con los derechos fundamentales y las libertades la sucesión es similar. Comenzó con Trump, siguió con el resurgimiento de los neofascismos en Europa y se ha materializado con toda su crudeza en la sentencia del caso Roe contra Wade y la ilegalización del derecho fundamental de las mujeres a interrumpir el embarazo.

La coincidencia no es baladí. Horas antes de que las delegaciones de los 40 jefes de Estado llegaran a Madrid, vimos caer en directo un derecho conquistado hace 50 años, el aborto bajo el amparo de la Constitución. Si el objetivo de la OTAN es prepararnos para la guerra para conservar la paz, ¿cómo nos preparamos para no retroceder en derechos civiles? ¿Cómo se para el péndulo que amenaza con liquidar derechos y libertades protegidos desde hace décadas? Los valores que animan a Putin a masacrar Ucrania son muy parecidos a los de Víktor Orbán contra los homosexuales. La violencia de los jueces del Supremo contra la vida de las mujeres en EEUU no dista mucho del resto de violencias. Es solo cuestión de localización y grado. Si una niña es violada en Texas no podrá abortar en su estado. Si una mujer tiene un feto con malformación mortal en Ohio, se verá obligada a parir y esperar la muerte del bebé.  

Durante la cumbre, en la cena en el Palacio Real, Viktor Orbán, el dirigente más homófobo de la Unión Europea, se sentaba al lado del marido del primer ministro de Luxemburgo, Gauthier Destenay. La tensión entre la libertad y la persecución de las libertades está contenida en esa imagen viral. Nada está garantizado. La LGTBIfobia, la misoginia, la xenofobia y cualquier fundamentalismo es también una cuestión de fuerzas. La alianza por los derechos fundamentales es tan urgente como frenar la guerra de Rusia. Forman parte de la misma batalla. Y en este caso más difícil de proteger si cabe: el enemigo está dentro de cada país miembro.

Los derechos fundamentales que tantas décadas ha costado consolidar pueden dejar de serlo desarmando el armazón legal que los protege. De la erosión a la caída el camino es sutil

Convivimos con la aprobación de leyes que nos hacen avanzar como sociedad y al tiempo intuimos que una fuerza mayor puede destruirlos. Como dice José Luis Rodríguez Zapatero, uno de los políticos que mejor ha reflexionado sobre la importancia de los derechos para construir libertades en las democracias modernas: “Cada derecho que se reconoce en la historia abre la puerta a nuevos derechos. Hoy estamos con la Ley Trans, hija de la ley de 2005. Es un paso adelante”. En esta bipolaridad vivimos. En esta amenaza latente. Los derechos fundamentales que tantas décadas ha costado consolidar pueden dejar de serlo desarmando el armazón legal que los protege. De la erosión a la caída el camino es sutil. El PP se desliza por esa pendiente en muchas ocasiones. Lo hace cuando quita la bandera del Orgullo de las instituciones; cuando recurre el aborto al Constitucional; o cuando da alas al denostado término ‘violencia intrafamiliar’. Lo hace cuando se ve tentado y arrastrado por Vox. Porque la libertad, como también decía Zapatero, “es una palabra vacía si no hay leyes con derechos”. 

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