Segunda vuelta

España, ¿antorcha de Europa?

Pilar Velasco

El prestigioso medio estadounidense Político ha publicado en su versión europea un análisis de Jacob Soll, profesor de filosofía e historia en la Universidad del Sur de California, Los Ángeles, donde mapea los puntos fuertes del Ejecutivo en un arranque de curso que simula una nueva legislatura. Soll señala una realidad que en medio de esta turmoil geopolítica global habíamos olvidado: la práctica desaparición de los partidos socialdemócratas europeos, desde Francia a Alemania, donde pueden ser sustituidos por los verdes. Y apunta la clave de cómo y por qué el caso español no se ha despeñado en el intento: “evitando la desconexión con la clase trabajadora”. Una conclusión que puede sonar convencional: “¿Sólo por eso?” Pero al fin y al cabo, son quienes cambian gobiernos y expulsan a la extrema derecha de las urnas. Y por más que los socialdemócratas aspiren a la transversalidad, cuando se olvidan de su público objetivo, pierden pie. Y cuando diseñan políticas liberales sin que beneficien a las clases medias, están muertos.

Vale que el profesor Jacob Soll es amigo de Pedro Sánchez y le recibió en 2018 en su universidad para dar una conferencia ya como presidente. Aun así, el balance pasa el fact checking: ingreso mínimo vital, ley de riders –ambas aceleradas por la presión de la coalición con Podemos–, políticas sociales para corregir la desigualdad, y esa definición del fondo europeo como el Plan Marshall de la Unión para dejar atrás la fatídica austeridad que ocupó casi al completo la década del 2010.

Desde el periodismo solo cabe la vigilancia extrema del ejecutivo, pero los éxitos que España se apunta fuera benefician a todos. Desde el liderazgo mundial en tasa de vacunación a ser el hub de Europa en la llegada de refugiados afganos. El tiempo nos dirá si este es el momento más dulce del Gobierno. Al menos, lo parece. Varios indicadores señalan un camino de políticas encauzado con sus flagrantes excepciones: las deportaciones de menores desde Ceuta a Marruecos o las injustificables dilaciones para regular el precio de la luz.

Pero hay que reconocer que a la necesidad europea de recuperar un marco de valores común, España está aportando más que algunos de sus socios. Es cierto que en cifras apenas acogeremos a familias afganas. La gran mayoría, de los pocos que pueden salir del país, recalará en EEUU, seguido a mucha distancia de Inglaterra, Alemania, Italia o Francia. Aun así, es crucial el simbolismo de ser punto de entrada y acogida. Hay quien señala como acto de propaganda el recibimiento de los ministros a los refugiados. Pero si nos ponemos en la piel de quien se ha jugado la vida para entrar en Kabul, es mejor recibir el abrazo de la ministra de Defensa a acabar en un cuartucho de inmigración como es lo habitual. Denunciemos hasta la saciedad lo segundo, celebremos lo primero.

El gesto lanza un mensaje a un PP que acepta a duras penas la unidad en cuestiones de Estado; a la extrema derecha, que no se ha atrevido a abrir mucho la boca en esta crisis; y a los socios europeos. Como en el caso de Ceuta, o Siria, Libia, Irak: la política de inmigracion es de Estado y es comunitaria. Acoger y distribuir a los refugiados es evidenciar que de nada sirve desplegar ejércitos en las fronteras, dar la espalda a las consecuencias de la guerra y los desplazamientos masivos. Poner un tapón en Grecia es trasladar la corriente a Italia, a Alemania. Y así, socio tras socio. En la realidad violenta en la que nos movemos es más eficaz la solidaridad que el muro.

Los aciertos del Gobierno no pueden edulcorar la inflexión de la gran derrota afgana, el mayor revés geopolítico del siglo, en palabras de Lluis Bassets. El punto y aparte que supone en las futuras alianzas en política exterior con EEUU, en la asunción del fracaso de la OTAN. Y lo más importante, la constatación en tiempo real, sin paliativos, de que las guerras que apoya Europa de la mano de Estados Unidos nunca son para exportar democracia, la única posible excusa de un continente marcado por el nazismo.

Sabíamos que el orden mundial que dejó la Segunda Guerra Mundial se tambalea. Ahora sabemos que la derrota de Afganistán da aire a China y a Rusia, dos regímenes no democráticos. Por eso es importante que España destaque en un nuevo tiempo que pasa por rechazar una UE burocrática, vacía y hueca de contenido. Y apostar por una Europa progresista en un contexto con dos contradicciones: somos la parte débil en la batalla entre China y Estados Unidos y a la vez el continente salvaguarda de las democracias.

En un contexto mundial espídico y frágil, donde como dijera Fredic Jameson citado por Mark Fisher, “hoy parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, saber en qué marco te mueves y exportarlo es importante. Así que no es ninguna broma que España apueste por ser la socialdemocracia de referencia, la antorcha de la izquierda europea, en palabras de Soll.

En la charla que Sánchez dio a los estudiantes de la universidad de California junto al profesor Soll dijo: “El poder del ejemplo es lo mejor para el progreso”. Y concluyó “No elegimos el tiempo que nos toca vivir. Vuestra generación está destinada a luchar contra grandes problemas”. Toda la razón salvo un matiz: el tiempo de las generaciones se acelera.

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