El marco ganador es Davos, no Vox

El discurso de Pedro Sánchez en Davos ha puesto el foco en el debate más importante de las democracias modernas. “¿Cómo podemos pedir a los ciudadanos que sigan soportando la inflación cuando algunas grandes compañías no pagan impuestos gracias a los paraísos fiscales?” Les pido ayuda a ustedes, ha dicho Sánchez. “Vosotros, élites globales, que venís de clases medias y trabajadoras, vuestros líderes han sido elegidos democráticamente por los ciudadanos, hombres y mujeres de negocios que construisteis vuestra fortuna con trabajo duro, sabéis que el sistema no es justo”. Que se escuche este mensaje del presidente de la cuarta economía europea ante las mayores fortunas y líderes mundiales es crucial. De esto debería ir el debate público y la discusión en los plenos del Congreso. La pregunta es: ¿por qué hemos dejado de hablar de esto? ¿En qué momento el bucle tóxico de la guerra cultural e identitaria lo ha vuelto a ocupar todo? ¿Cómo es posible que la derecha esté sepultando los debates de futuro de las democracias liberales y, por extensión, la nuestra?

La amenaza es real. La ultraderecha tensiona Europa y lo que ocurre en Castilla y León preocupa en Bruselas. Mientras se discute sobre cómo conseguirá el PP librarse de los ultras, las derechas siguen reconfigurando su espacio y su electorado

Desde aquí, volvamos por un momento a Castilla y León. El episodio antiabortista ha sido la materialización del acuerdo de coalición del PP y Vox. Si no se hubiera levantado la opinión pública, sin el pie en pared del Gobierno, el protocolo habría llegado a la sanidad pública castellano-leonesa. Los hechos lo demuestran. Mañueco tardó cuatro días en rectificar moviéndose de la aprobación al no será obligatorio y de ahí a negar el protocolo. Pero el protocolo antiabortista, contrario a derechos fundamentales de la mujer, se acordó. Alberto Núñez Feijóo, que hace una semana anunció un equipo de moderación, vio estallar su peor escenario: las consecuencias de sus coaliciones con Vox. 

La amenaza es real. La ultraderecha tensiona Europa y lo que ocurre en Castilla y León preocupa en Bruselas. Pero la llamada al orden de Federico Jiménez Losantos siempre tiene efecto. Y mientras se discute sobre cómo conseguirá el PP librarse de su corriente ultra, las derechas siguen su camino en la reconfiguración de su espacio y su electorado. 

Estamos en el arranque de una campaña larga y un año que marcará todo un ciclo político. En el momento actual, como se ha apuntado muchas veces, a la izquierda no le sirve únicamente reaccionar ante Vox. Según el último CIS, Pedro Sánchez es el preferido para gobernar y el PSOE gana las elecciones. Pero hay otros titulares en la última encuesta. La tasa de fidelidad entre los votantes del PSOE ha sufrido un desgaste importante en los últimos dos meses. Las transferencias del PSOE hacia el bloque de la derecha rozan el máximo, un 9,2%, a punto de romper la frontera simbólica del 10%. Una huida de voto que recuerda a la dinámica que se dio en Madrid o Andalucía. El CIS también certifica la desaparición de Ciudadanos, con un 57,4% del voto yéndose al PP y solo un 1,5% al PSOE. Conclusión: la derecha está movilizada y capta votantes del otro bloque, algo que no logra hacer la coalición. La campaña de Madrid fascismo o democracia demostró que el miedo a la ultraderecha no sirve para ganar elecciones. Por más peligrosa que sea la ultraderecha —y lo es—; o por más inestabilidad económica que lleve a los gobiernos —los datos de empleo e inversión han caído en Castilla y León—. 

Como en todas las encuestas privadas, las derechas no suman. Pero Feijóo, aun sin programa electoral claro y atrapado por Vox, intentará independizarse con mensajes ambiguos. Mientras, el PSOE no crece y está atascado en la conversación pública de la despenalización del procés, el desgaste de la malversación y las polémicas rebajas de la ley del sí es sí. Al margen de los errores propios, los debates los está marcando la derecha. Incluido el de Vox. Al PP le viene bien seguir haciendo esta oposición. Sin plantear un modelo económico y de convivencia. Porque solo desde ahí evita plantear recetas para avanzar en la transición verde, en los retos de la sequía, en la pobreza cronificada, en la desigualdad o el reparto fiscal progresivo. 

El Gobierno ha demostrado una buena gestión anticrisis y antiinflacionista en tiempos convulsos. Pero los votantes van a las urnas en clave de futuro. El proyecto progresista para los próximos cuatro años debería parecerse más al discurso de Davos que a la temática en la que estamos atrapados. “El sistema no es justo,” decía Sánchez en Suiza. Los buenos datos no serán suficientes para hacer campaña. Si “es tiempo de arreglarlo” en lo global, es tiempo de devolver este debate a lo nacional. Y es difícil imaginar otro programa para la izquierda en Europa y para la coalición en el camino hacia las elecciones generales. 

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