Telepolítica

Por qué no nos dicen la verdad

Es un tópico hablar mal de los políticos. Personalmente, intento evitar la tentación de arremeter contra ellos de forma indiscriminada. No falla. Si consigues enlazar un chiste acerca de los sobres de Rajoy con otro sobre la casa de Irene y Pablo tienes asegurado el éxito social. Si añades una chanza sobre lo bien que se llevan Pedro y Susana y otra sobre la fresca naturalidad de Rivera, sales a hombros del local. Al final se ha creado un círculo vicioso. Los ciudadanos no nos fiamos de los políticos y ellos, que lo saben de sobra, recurren a cualquier estrategia para eludir el castigo social. Tanta es la desconfianza, que es chocante observar cómo algunos líderes recurren de forma cotidiana a la mentira como fórmula de autoprotección. Lo ridículo del caso es que en ocasiones ni se paran a pensar que su discurso sería mucho más eficaz si se limitaran a decir la verdad.

Como explicaba Guy Durandin, mentir en política no compensa. Hay que inventar una historia creíble y no siempre es fácil. Además, se corre el grave riesgo de ser descubierto públicamente. Finalmente, utilizar la falsedad impide al político sacar partido al extraordinario valor que tiene ser reconocido como una persona honesta y sincera. El ansia por buscar la aprobación máxima por parte de la ciudadanía lleva a menudo a los portavoces a caer en el falseamiento de la realidad o en una rocambolesca interpretación de lo que ocurre que termina por provocar el efecto contrario. Quienes escuchamos, nos convencemos de que deben creer que no nos damos cuenta.

Esta semana, en torno a la moción de censura, tenemos ante nosotros una larga serie de ejemplos. No se entiende por qué los portavoces socialistas insisten en querernos vender que el paso adelante dado por Pedro Sánchez es un acto de patriotismo casi heroico. Sería más sencillo, aunque menos épico, decir la verdad. Sánchez es el líder del primer partido de oposición en España. Ante una crisis institucional de tal envergadura como la que vivimos resulta casi obligado intentar promover un cambio de Gobierno.

Los socialistas tienen poco que perder. Al menos, le va a permitir a Pedro Sánchez subir a la tribuna del Parlamento, del que no es miembro, y colocarse en el centro del foco mediático. Aunque pierda la votación, siempre tendrá la justificación de que no se podía permitir que todo siguiera como si nada hubiera ocurrido después de la sentencia de Gürtel. Además, coloca a Ciudadanos en un delicado trance. Casi un tercio de los potenciales votantes de Rivera, según el CIS, se autodefinen como progresistas, socialdemócratas o socialistas. Los seguidores de Ciudadanos encuadrados en el centro izquierda no van a ver con agrado que sostengan a Rajoy en Moncloa. La moción de censura es la mejor iniciativa planteada por los socialistas en esta legislatura. Posiblemente, también sea la peor. No en vano, es la única que han lanzado.

Para Podemos, esta es una semana de gran importancia. En primer lugar, les permite reforzar su posición tras el desgaste que ha supuesto la crisis del chalé. Visto ahora, parece aún más inapropiada la decisión de realizar el referéndum que ha sacado a la luz un dato preocupante: uno de cada tres inscritos en la organización defiende que Pablo Iglesias e Irene Montero abandonen la formación. Pero lo más positivo para ellos es que por fin dejarán de cargar con la pesada mochila de que Rajoy gobierna gracias a que votaron junto al PP contra la investidura del mismo Pedro Sánchez el 4 de marzo de 2016.

Al secundar la moción de censura ya no quedarán dudas sobre su apoyo a una convergencia en la izquierda. El problema ahora pasa a ser otro. Su temor, nunca expresado en público, será el de aparecer como subalternos del PSOE y como cándidos propiciadores de un relanzamiento de la figura de Sánchez. Por eso, se han apresurado a defender que, si el líder socialista pierde la moción, tal y como es previsible con los posicionamientos actuales, debería abandonar la vida política. El 14 de junio de 2017, Pablo Iglesias vio cómo se rechazaba su moción contra Rajoy por el 76% de los diputados. Por supuesto, siguió en el cargo.

La moción de censura representa para Ciudadanos su primer embrollo serio desde hace meses. Todo lo ocurrido en los últimos tiempos les ha favorecido. Ahí están todas las encuestas para corroborarlo. Se han convertido en poco tiempo en el vértice del mapa político español. Han navegado con viento a favor y han sabido aprovecharlo. Han conseguido robarle buena parte del electorado al PP. También han taponado al PSOE en el territorio del centro izquierda. Incluso, según los estudios publicados, consiguen acumular una pequeña parte del voto de Podemos contrario al bipartidismo y defensor de los partidos emergentes.

Ciudadanos quiere aparentar en todas sus declaraciones una firmeza y contundencia irreal. Pase lo que pase, tienen muy difícil no salir castigados en alguno de sus territorios ocupados. Los ex votantes del PP podrían no entender que Rivera facilitara la formación de un gobierno socialista. A la vez, votar contra la caída de Rajoy va a tener un evidente efecto entre sus seguidores del centro izquierda. La mochila de mantener al PP que estos meses ha tenido que cargar Podemos pasaría ahora a los hombros de los naranjas. Como salida han buscado la sucesiva petición de soluciones imposibles con el fin de exculparse de lo que vaya a ocurrir. Al final, los hechos son indiscutibles e imborrables. Si vemos el viernes a Rivera votando lo mismo que Rajoy para mantener al PP en el poder, la imagen quedará en la retina de todos.

Para los independentistas catalanes, esta moción es más complicada de lo que pudiera parecer a primera vista. Para Puigdemont y sus seguidores es un desastre. Acabar con Rajoy ahora sería una tragedia. Toda su línea argumental se basa en la confrontación con la España pepera más radicalpepera. Abrir un nuevo tiempo dificultaría la identificación de que se enfrentan a un Estado dominado por un nacionalismo extremo, represivo y violento. El PDeCAT vive en plena división interna la decisión sobre la postura a tomar. Para los antiguos convergentes, puede ser una buena oportunidad para demostrar a Puigdemont que todavía mandan algo. ¿Acaban con Rajoy y apoyan al PSOE del 155? Todo un interrogante. Para ERC, el problema es de mínima coherencia. Llevan semanas diciendo públicamente que apoyarían sin contraprestación alguna una moción contra Rajoy. Ahora, les cuesta regalar su voto y hacer frente a quienes piensan que tendrían que hacerse valer con mayor presencia.

Lo del PNV es, como siempre, mundo aparte. Los nacionalistas vascos han conseguido colocarse en el mapa político como un grupo capaz de votar lo que sea, en cualquier circunstancia, sin mayor explicación. Siempre aparecen dispuestos a llegar a un acuerdo si la oferta es lo suficientemente atractiva como para no poderla rechazar. Si el balance final le resulta beneficioso, todos saben que acabarán por llegar a un acuerdo. Ahora sólo se enfrentan a un dilema. Tienen que elegir entre lo que el PP les ha garantizado al apoyar los Presupuestos o atender a qué beneficio podría lograr decidiendo la caída la Rajoy. Las matemáticas parecen haberles colocado en el fiel de la balanza. A ellos les puede corresponder, salvo sorpresas de última hora, la última palabra. De momento, parece que analizan la posibilidad de no tener que elegir entre las dos posiciones y quedarse con ambas. Es decir, llevar adelante los ventajosos Presupuestos que ya negociaron y sacar el rédito electoral que puede suponer ser los responsables directos del fin de la era Rajoy. Línea y bingo.

Y al final queda el PP. Malos tiempos para el partido. Llevan una época de descalabros encadenados que se van acumulando en el tiempo. Ni siquiera sus estrategias tradicionales parecen funcionarles ya. Agitar el miedo a la llegada de los socialistas tiene poca eficacia. Es evidente que sus votantes se mantendrán firmes en ese principio, pero ahora lo pueden hacer desde Ciudadanos. Gran parte de los votantes populares quieren un PP regenerado. Los líderes del partido lo saben mejor que nadie. El problema es que no parecen dispuestos a asistir a su propia defunción. La amenaza real es la presencia en el horizonte de amenazas judiciales que siembran el desconcierto. La primera sentencia de Gürtel ha provocado en el PP un doble efecto de turbación. Por un lado, ven que el recorrido de la era Rajoy toca a su fin. Pero, además, la dureza de la sentencia preocupa de cara al futuro. ¿Desde qué posición se combate mejor un frente judicial que se acerca día a día? ¿Desde el Gobierno o desde la pérdida de una posición de poder? Parece evidente que resistirán hasta donde puedan.

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