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Sobre la conciencia de defensa nacional

Procede, antes de tratar de la conciencia de defensa, o cultura de defensa como el Ministerio de Defensa pretende crear o promocionar, ver qué es la conciencia nacional, indagar sobre su existencia o no y sobre su alcance social. No hay micro sin macro, dicen los expertos refiriéndose a la economía: primero obtengamos buenos datos en la macro y luego los aplicaremos a la micro (si eso… diría el Gobierno). Pues lo mismo ocurre cuando hablamos de la conciencia de defensa entre la ciudadanía.

La conciencia nacional nace de la idea de nación y este término hace referencia a un sentimiento de pertenencia a una comunidad social unida por la etnia, la lengua, la religión, la cultura, algunas de ellas o todas juntas. En todo caso la nación es la percepción individual de participación en un acervo sociocultural común que, siguiendo al profesor Álvarez Junco, existe sólo en la medida en que creamos en ella y en muchos casos justifica la existencia de un Estado.

Los miembros de la nación se reconocen a veces en torno a símbolos como la bandera, el himno o en cosas más mundanas como su selección nacional de fútbol. En momentos históricos ese sentimiento nacional despunta o se diluye. Despuntó en 1212 en las Navas de Tolosa, donde confluyeron distintos pueblos de la península, lusos incluidos, momento efímero en el que pareció que se vislumbraba una nación unida (con el aglutinante de la religión en este caso) frente a un invasor. Volvió a despuntar en 1812 cuando las ideas de la Ilustración, defendidas aquí por los liberales, consiguieron aglutinar, aunque por poco tiempo, a todos los españoles para hacer frente a la invasión francesa y de paso romper con el Antiguo Régimen. Apenas dos años más tarde esa nación quedaría dividida con la “deseada” llegada de Fernando VII. Son las dos Españas que nos acompañan desde hace siglos y que parece que aparecieron con afán de permanencia. Son las dos Españas (progresistas/conservadores o izquierdas/derechas, en lenguaje de hoy) que acaso ya estaban ahí en el siglo XIV bajo Pedro I de Castilla, como explican los periodistas Arsenio e Ignacio Escolar en uno de sus libros. Son las dos Españas que se enfrentaron en 1814 y 1820 y las dos Españas que volvieron a emerger en 1936 (“españolito que vienes al mundo…”). Esas dos Españas reaparecen en 1975 tras la muerte del dictador y aquí siguen a día de hoy.

Pero ocurre que en nuestro país tanto la bandera como el himno han sido impuestos durante demasiado tiempo y, pasada esa imposición, han tenido que permanecer custodiados en los cuarteles o han pasado a ser patrimonializados por los partidos de derechas por la poca aceptación popular, cuando no rechazo, que suscitaba.

Muchos españoles miran con envidia cómo son respetadas y saludadas las banderas y cómo en otros países los ciudadanos entonan su himno cuando aquí ni siquiera nos hemos puesto de acuerdo en un texto para el nuestro. Tenemos la historia que tenemos, los pueblos y naciones que conforman el Estado y los gobernantes que nos han dirigido, elegidos o no, y eso es lo que nos diferencia de los países del entorno.

Vemos, pues, que la conciencia nacional en España es discutible y no existe consenso sobre su existencia, de lo que se deriva la también escasa existencia de una conciencia de defensa nacional. Es algo que siempre se ha hurtado al debate público y las políticas gubernamentales pretenden extender esa conciencia de defensa con la sola aceptación de la existencia de las Fuerzas Armadas o de legitimar determinado porcentaje del PIB para gastos de defensa. No se ha puesto nunca sobre la mesa el debate de la percepción del riesgo que tiene la población, de la estimación de la amenaza o de qué fuerzas armadas necesitamos para la prevención de esos riesgos.

No hay un debate público sobre la política de defensa, a diferencia de las políticas de educación, sanidad o trabajo sobre las que hay movimientos ciudadanos defendiendo determinados intereses de amplia aceptación. Más bien lo que se pide a la población es fe en los puntos de vista y la dirección técnica de los altos responsables cívicomilitares apelando al patriotismo o, en su caso, a un patriotismo “delegado” del atlantismo. Y todo esto cuando estamos viviendo un nuevo rearme en las grandes potencias basado en decisiones tomadas en el seno de la OTAN (cumbre de Gales, 2014, 2% del PIB; cumbre de Varsovia, 2016, cerco militar a Rusia en el Báltico).

Si aparecen debates, puntuales y principalmente en las redes sociales, éstos versan sobre el coste de un avión que se cae, un submarino que se hunde, el coste de un desfile militar o los pagos pendientes por adquisiciones de armamento. Son debates a golpe de titular o en 140 caracteres que no entran en materia, no son meditados, no hacen debate. Es necesaria una visión holística del modelo y los medios que necesitamos como país para asegurar la paz y la defensa de nuestro estándar de vida, de nuestros valores y libertades y del esfuerzo presupuestario a aplicar.

La conciencia nacional de defensa no puede ser exigida a los ciudadanos en base a aceptar la toma de decisiones en instancias tecnocráticas inaccesibles sino a través de la percepción del riesgo colectivo y en la utilidad de las Fuerzas Armadas para asegurar la paz y la defensa del territorio y de los intereses legítimos del Estado.

En países en los que se vive la amenaza constante de una posible agresión exterior o el riesgo de perder vidas y haciendas no es necesario inocular a la población la conciencia de defensa. En esos casos es casi innato y los ciudadanos simultanean la educación con la formación militar, la preparación para la guerra, sin necesidad de que se apliquen programas de concienciación o de culturización. Pero no estamos en ese caso. Ni en España ni en la mayor parte de los países del entorno.

Pascua Militar, ¿qué Pascua?

Hoy la población está cada vez más informada y las nuevas tecnologías permiten conocer, casi de forma inmediata, cualquier escalada o conflicto bélicos, ataque terrorista y las causas que los motivan. Por mucha manipulación informativa que haya siempre existe la posibilidad de contrastar diferentes fuentes y hacerse una composición sobre el riesgo real, incluidos los ataques cibernéticos, mucho más destructivos de lo que podemos imaginar.

¿Es imaginable hoy el envío masivo de conscriptos a luchar —y morir— en tierras lejanas para defender un determinado modelo de civilización, una alianza bilateral o multinacional o unos determinados, no siempre claros, acaso espurios, intereses estatales?

¿Aceptaría nuestra sociedad una movilización general para defender con las armas valores o intereses que no estén suficientemente explicados o justificados? Ciertamente, los movilizados, jóvenes y menos jóvenes necesitarían haber tomado previamente conciencia de por qué luchar y arriesgar sus vidas. Con la información y la formación generalizada actual no está asegurada su participación activa y es aquí donde juega un papel esencial el debate público de la defensa nacional, qué políticas deben implantarse, qué riesgos reales existen y qué amenazas nos acechan, qué intereses son legítimos y vitales o cuáles obedecen simplemente a estrategias de poder o intereses comerciales. Un debate que no se puede hurtar a la opinión pública y a la sociedad civil que tienen mucho que aportar, un debate con transparencia y claridad. Sólo así la ciudadanía podrá determinar qué política de defensa es la más adecuada y qué Fuerzas Armadas se necesitan para llevarla a cabo.

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