Manual de urgencia para esta noche electoral

Los andaluces saben votar, aunque no te guste el resultado

Durante mucho tiempo hubo quienes difundían la teoría del voto cautivo en Andalucía, una doctrina elaborada para justificar la incapacidad de la oposición de superar al PSOE, el partido hegemónico, que se estrenó con 66 escaños y el 52,73% de los votos en 1982. Los socialistas se mantuvieron al frente de la Junta a pesar del liderazgo del PP en las capitales desde 1995, que se implantó con solidez en el voto urbano. Es cierto que el permanente viaje al centro de Javier Arenas nunca le condujo al Palacio de San Telmo y que las encuestas lo hicieron presidente en 2012 con demasiada precipitación, pero el PP ganó esas elecciones después de años de trabajo pueblo a pueblo.  

Sirva este breve recorrido para ilustrar que Andalucía no ha cambiado de repente, que el PP ya estaba ahí, y también para alejar la tentación que pueda tener la izquierda de recurrir al argumento fallido del voto averiado. Ni las voluntades eran cautivas entonces ni ahora cabe echarle la culpa al empedrado si la derecha y la ultraderecha suman una amplia mayoría.

Repetir elecciones es un fracaso y una irresponsabilidad   

La ecuación de la gobernabilidad la van a plantear las urnas y, por compleja que sea, la obligación de los partidos es resolverla. Nada más arrancar la campaña, Moreno Bonilla aseguró con demasiada ligereza que repetiría elecciones si Vox se empeña en entrar en el Gobierno, como si repetir elecciones no fuera un fracaso y una irresponsabilidad. Repetir elecciones es renunciar a acatar el mandato de las urnas y ponerse a gobernar.

La sopa de siglas con la que salen adelante las leyes en el Congreso no es más que eso: la gestión posible de la voluntad de los españoles. Hay un gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos en minoría que se apoya fundamentalmente en independentistas, nacionalistas y regionalistas no porque a Pedro Sánchez le guste vivir peligrosamente sino porque era la única posibilidad que dibujaron las urnas, después de elecciones repetidas.

Quien tenga la tentación de jugar con fuego después del 19J que mire lo que le pasó al PSOE, que se dejó tres escaños entre abril y noviembre de 2019. Y quienes se pongan estupendos que recuerden el caso de Albert Rivera: pasó de 57 a 10 diputados por negarse a pactar, sólo con siete meses de diferencia. La gente que vota quiere que sus votos sirvan para algo.

Quien tenga la tentación de jugar con fuego después del 19J que mire lo que le pasó al PSOE, que se dejó tres escaños entre abril y noviembre de 2019. Y quienes se pongan estupendos que recuerden el caso de Albert Rivera

Llamadlo “Juanma”, que él hará todo lo demás

“Llamadme Pepe”. Así comenzó su intervención José Antonio Griñán ante el comité director del PSOE-A el día que se presentó como sucesor de Manuel Chaves al frente de la Junta de Andalucía. Durante su presidencia, a Griñán lo llamaban Pepe en el trato personal, pero en los medios de comunicación siempre fue José Antonio. Juan Manuel Moreno Bonilla empezó su mandado siendo “Juanma” y se ha presentado a la reelección siendo más “Juanma” que nunca. La estrategia era clara: había que desvincularle de todas las connotaciones negativas que pueda tener la marca PP para poder vincularlo a las políticas que tradicionalmente ha desarrollado el PSOE en Andalucía.

De Moreno Bonilla han hecho un “Juanma” de perfil amable y supuestamente moderado, que hasta tiene un acento que no tenía cuando aterrizó en Andalucía; todo con el propósito de que sea reconocible y votable por un electorado de centro que durante mucho tiempo apostó por el PSOE andaluz, el de Chaves, Griñán y Susana Díaz. Si logra su propósito, habrá que interpretar lo ocurrido en sus justos términos: no es que Andalucía se haya hecho de derechas, es que “Juanma” se ha colocado en la posición que ocuparon siempre los presidentes socialistas.   

Díaz Ayuso sí que ha estado en esta campaña

Por lo pronto, los estudios demoscópicos destacan a Moreno Bonilla por encima del resto como presidenciable, después de los pésimos resultados que obtuvo en 2018. Si esta vez las encuestas aciertan en Andalucía, no está de más que haga una llamada de agradecimiento a Isabel Díaz Ayuso, que no ha participado en ningún mitin pero sí que ha jugado un papel muy relevante en su campaña.

La presidenta de la Comunidad de Madrid decidió ir por libre en lo peor de la pandemia, conduciendo siempre a la velocidad que quiso por el carril que le dio la gana. Llegó a arengar a los caceroleros de los barrios ricos de Madrid. Fue tan evidente el contraste que Díaz Ayuso facilitó a Moreno Bonilla la construcción de su liderazgo de moderación. Simplemente por actuar con sentido común.

El riesgo de extrapolar las torrijas  

Y por todo lo anterior, por la “tormenta perfecta” que, a priori, beneficia al candidato del PP, es arriesgado extrapolar el resultado de estas autonómicas a las generales. El PP ha planteado estos comicios en clave muy andaluza y personalizando su oferta electoral en Moreno Bonilla mientras que el PSOE, además de otras muchas circunstancias, ha presentado a su candidato con el partido empezado, sin que la oposición hubiera comparecido hasta entonces. Bastante tenían los socialistas con seguir resolviendo sus disputas internas.

Un buen resultado para el PP en Andalucía sería un claro revulsivo para Alberto Núñez Feijóo. Un mal resultado para el PSOE sería un durísimo golpe. No cabe ninguna duda de que la musculatura de los partidos en este territorio dice mucho de su fortaleza para competir en las elecciones generales, pero esta campaña ha sido demasiado andaluza como para que sea ilustrativo el reparto de los 61 escaños que Andalucía elige en el Congreso en función del recuento de estas autonómicas. Que de lo que hemos hablado esta semana es de las torrijas de Juan Marín, que al parecer le encantan a Kichi. 

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