Ideas Propias

Refugiados que no llegan en patera

Nativel Preciado Ideas Propias

Llevo unos meses denunciando las tropelías que cometen las grandes potencias y las multinacionales en el continente africano, con motivo de la promoción de mi novela El santuario de los elefantes, ambientada en Tanzania. Poderosas compañías agrícolas compran latifundios a precio de saldo para dedicarlos al gran negocio del biocombustible y otros monocultivos no alimentarios. Cuando los nativos se quedan sin recursos tienen que abandonar la tierra donde nacieron y emprenden una larga marcha en busca de alimentos. La mayoría de las personas que pasan hambre son agricultores, pescadores o pastores que no tienen acceso a los productos que trabajan. Los nativos que viven a orillas del lago Victoria están desnutridos, porque las toneladas de percas que pescan a diario van destinadas a los consumidores europeos. Y no es que la tierra o el mar carezcan de alimentos suficientes para todos, sino que los más poderosos, en función de sus intereses comerciales, imponen una injusta política agraria o pesquera. La globalización ha provocado en estos sectores una reconversión forzosa dejando tras de sí un reguero de víctimas.

En una de mis charlas, uno de esos lúcidos interlocutores del público que encuentro con frecuencia, me pidió que no me fuera tan lejos y volviera la mirada hacia el paisaje interior, para comprobar que esas mismas injusticias las tenemos a la vuelta de la esquina. Me recordó que prácticamente el 95% de los transgénicos de la Unión Europea se cultivan en España. “Y no se deje engañar por la publicidad de los astutos productores cuando dicen que llegará un día en que los transgénicos servirán para erradicar el hambre en el mundo”, añadió. Se han dedicado ya muchos recursos a investigar las semillas transgénicas para lograr una planta capaz de alimentar a la humanidad, pero lejos de encontrar la solución se ha convertido en amenaza. La potente industria alimentaria se aprovecha del experimento en beneficio propio y se dedica a producir ingentes cantidades de semillas de algodón, soja, colza y maíz para la alimentación animal o la fabricación de agrocombustibles. El resultado es que las multinacionales han quintuplicado sus beneficios, mientras los campesinos locales emigran de sus tierras. Han provocado un daño ecológico, lo mismo que las inmensas extensiones de cultivos bajo plástico, que permitieron la prosperidad de las tierras almerienses. Relativa prosperidad, porque, al final, los beneficios se los llevan los grandes productores y dejan las migajas para los agricultores locales o los inmigrantes que trabajan en condiciones de semiesclavitud.

La voracidad de las multinacionales, los desastres naturales, las sequías, las inundaciones, la desertización y, en general, la degradación de la naturaleza, provoca el éxodo de millones de desplazados que vagan por el mundo excluidos de un sistema que acabará siendo insostenible. A quienes, por cualquiera de estos motivos, se les hace la vida imposible y tienen que huir, se les define como refugiados ecológicos. Gentes que carecen de protagonismo en los foros públicos, excepto cuando sufren tragedias colectivas o, previamente, logran unirse para hacerse oír.

Está claro que no todos los refugiados llegan en patera. Sigo el consejo de mi interlocutor y centro mi objetivo en la España supuestamente despoblada, donde los pocos o muchos vecinos que quedan se ven obligados a abandonar su tierra, porque, de un modo dramático y casi por la fuerza, les cambian las condiciones medioambientales sobre las que habían construido su modo de vida. No siempre huyen de la hambruna, de la guerra o de los desastres naturales, sino, como en el siguiente caso, de la codicia de las energéticas que utilizan con astucia el argumento del progreso ecológico como un método de coacción. Quiero decir que, como de todo hacen negocio, obtienen enormes beneficios privados metiendo miedo con el cambio climático. ¿Quién se va a oponer a que se utilicen los recursos naturales renovables? ¿Quién duda, por ejemplo, de las ventajas de esos gigantescos molinos que aprovechan la fuerza del viento? La energía eólica reduce el uso de combustibles fósiles y las importaciones energéticas, genera riqueza, contribuye al desarrollo sostenible y, además, es limpia, barata, segura, inagotable y no genera residuos tóxicos. ¿Por qué, entonces, las organizaciones sociales y los vecinos de Cantabria Galicia, Asturias, Zamora, León Palencia, Burgos, Euskadi, Navarra y La Rioja les han declarado la guerra? ¿Acaso están en contra de la energía verde?

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Como ya ocurriera con el fracking, tratan de vender unos macroproyectos, en nombre del progreso, como si fuera el maná que va a salvar sus valles de la pobreza y la despoblación. Pero los vecinos argumentan que no es cierto. Están a favor de la energía eólica, siempre que se sitúen en el lugar adecuado. Las grandes corporaciones energéticas han encontrado en la Cordillera Cantábrica la zona más propicia para instalar enormes polígonos eólicos, sin calibrar los incontables daños que provocan a los pobladores de la región. Unos proyectos son viables y otros no. Los colectivos que representan a cada provincia se han unido para luchar contra lo que llaman “las oligarquías de la energía, favorecidas por las inversiones millonarias de Europa que van destinadas a reforzar un modelo de explotación que sólo favorece a dichas compañías”. Dicen que la implantación masiva de los aerogeneradores o turbinas eléctricas atentan contra los intereses de la población, porque van a imponer un cambio de uso del campo, un lucrativo negocio planificado desde un despacho, sobre mapas mudos e impersonales, sin diálogo ni negociación con los afectados. En última instancia, sus decisiones serán un hachazo para los habitantes de estas zonas rurales que intentan recuperarse de los reajustes del sector ganadero y agrario. Para implantar los descomunales molinos de vientos es necesario talar bosques y cubrir de hormigón las cumbres y las turberas, de modo que causarán un daño geológico irreparable en un paisaje frágil que conserva un equilibrio muy precario. Todo el ecosistema se verá afectado: fauna, flora, espacios, montes generadores del agua y, en definitiva, la devaluación de los terrenos, la liquidación del turismo y la expulsión de poblaciones enteras que se resisten a que la España rural se quede definitivamente vacía.

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Nativel Preciado es periodista, analista política y autora de más de veinte ensayos y novelas, galardonadas con algunos de los principales premios literarios

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