Ultreia

La intuición, el riesgo y la masa

Daniel Basteiro nueva.

Algunos más, algunos menos, hemos asumido riesgos durante la pandemia. Ver a seres queridos, también mayores, circunvalando el miedo al contagio, como si los conocidos no contagiasen. Acudir a restaurantes en los que permanecimos mucho tiempo sin mascarilla o, sobre todo en los últimos meses, volver a abrazarnos. El hábito, las ganas o la nostalgia de una vida sin covid se imponen, a veces irremediablemente cediendo terreno al riesgo a través de los comportamientos más instintivos.

Esto es otra cosa.

“Tengo que ser crudo: el mundo está al borde de un fracaso moral catastrófico. Y el precio de este fracaso se pagará con vidas y el sustento en los países más pobres del mundo”.

Lo dijo el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, en un discurso ante el Consejo Ejecutivo de la organización. Sus palabras son del 18 de enero, nada menos, cuando la vacunación arrancaba en los países más ricos. Dicho y hecho, sus augurios se han hecho realidad.

Las cifras de vacunación muestran una radical desigualdad en el acceso a la vacuna hasta el punto de que la OMS ha pedido una moratoria hasta septiembre (¡hasta septiembre!) antes de poner terceras dosis. Nadie sabe si son necesarias porque nadie sabe aún cuánto dura la inmunidad. Como consecuencia, nadie sabe si son efectivas.

El 80% de las vacunas se han puesto en los países más ricos, que han administrado 100 por cada 100 habitantes frente a un exiguo 1,5 por cada 100 habitantes en los países más pobres, según la OMS. El objetivo es que el 10% de la población mundial haya recibido un pinchazo en septiembre. Algunos investigadores estiman que en los países más pobres sólo se logrará una proporción razonable de población vacunada en 2023. Y eso sin tener en cuenta las vueltas que pueda dar el virus o las características de las nuevas variantes.

Mientras en España conviven feroces instintos recentralizadores (y, a veces, muy euroescépticos) con autonomías que juegan infantilmente a ser Estados, en el mundo cada país va por su lado evidenciando lo poco que hemos aprendido de la crisis. Claramente, hay un vínculo entre el nacionalismo (o el debilitamiento del multilateralismo) y esos comportamientos intuitivos, emocionales y hasta animales, que en el momento clave asoman con total crudeza de manera social. “L’impulsivité, c’est la guerre !”, podría haber dicho François Miterrand si, en vez de político, hubiese sido psicoanalista.

La OMS se dirige específicamente a países como Israel, Francia, Alemania y otros países que ya han empezado a administrar terceras dosis o pretenden hacerlo en las próximas semanas. Pero también a EEUU, que con Donald Trump al frente anunció su marcha de la organización y con Biden se queda, pero rechaza la recomendación asegurando que puede seguir vacunando y, al mismo tiempo, donando vacunas (es el país que más ha cedido, con diferencia).

Iñaki y el agua potable

Más de un año después, y cuando el riesgo de “fracaso moral catastrófico” es ya una realidad, seguimos sin hacer caso a la OMS y su alerta contra el “nacionalismo de las vacunas”. ¿Para qué tenemos a la OMS, pues? ¿No deberían los países que son miembros de la organización seguir sus recomendaciones? ¿No es esencial escuchar a los principales expertos sobre la pandemia en medio de una?

Hay un gran riesgo en ese comportamiento de masa que nos lleva a querer curarnos en salud (nunca una expresión fue más adecuada en el país líder en vacunación en Europa) y una gran diferencia con la obligación de los Gobiernos de prevenir y mantener segura a su población. Y, ojo, el Gobierno de España está enviando vacunas a países desvavorecidos a través del mecanismo Covax (ya ha iniciado los trámites con 7,5 millones de 22 comprometidos), pero el gesto se parece más a la caridad (dar lo que te sobra) que a un esfuerzo real por una salida equitativa de la crisis.

Cuando se hable de la fragilidad de las instituciones internacionales, de las carencias de la ONU o del riesgo cierto de una Unión Europea asimétrica, a varias velocidades o incluso cada vez con menos miembros, tendremos que acudir a la psicología social de la pandemia como un ejemplo perfecto de conductas que evitar. Habrá que revisar cómo, una vez más, se impuso la horda (muy organizada y aseada) a la evidencia científica o a una mínima justicia global. Tendremos que recordar cómo palidece el lema “no dejar a nadie atrás” cuando recordamos que no estamos solos en el mundo sino que el planeta es lo suficientemente pequeño como para que un virus nuevo, surgido al otro lado del mundo, ponga patas arriba toda nuestra vida.

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