Luces Rojas
Decálogo (de cinco puntos) para desunir España a cuenta del 27-S
Existen muchas dudas sobre las elecciones en Cataluña el 27 de septiembre. ¿Quién ganará, los independentistas o los unionistas? Si ganan los primeros, tal como todas las encuestas señalan hasta ahora, ¿conseguirán formar un “gobierno de concentración nacional”? Si la lista de Junts pel Sí precisa de la anticapitalista CUP para llegar a la mayoría absoluta, será Artur Mas el próximo presidente de la Generalitat? En el caso de que los independentistas no ganen, ¿apoyarán Catalunya sí que es pot (la coalición donde ICV se ha auto inmolado en beneficio de Podemos) y el PSC un “gobierno de concentración no-nacional” con C's y PP? ¿El partido de Duran, UDC, obtendrá representación parlamentaria o desaparecerá del panorama? Muchas preguntas están en el aire. De lo que no hay duda, sin embargo, es que estas elecciones pivotan alrededor de una sola cuestión: la posible independencia de Cataluña. Lo queramos o no, las elecciones catalanas ya son en buena medida un plebiscito. Un plebiscito imperfecto, pero un plebiscito al fin y al cabo.
El carácter plebiscitario quedará todavía más reforzado cuando, en la noche electoral, todas las formaciones políticas se dediquen a contar las personas que han apoyado un bloque y el otro con independencia de su traducción en escaños. Si el bloque unionista sale vencedor, lo proclamará con alegría a los cuatro vientos. Pero, con ello, el carácter plebiscitario será todavía más inequívoco. Si gana en votos el bloque independentista, el resultado también será inequívocamente plebiscitario. De hecho, el bloque independentista juega aquí con ventaja: si gana en votos, obtendrá la Gran Victoria; si no gana en votos, pero sí en escaños, también estará contento, porque ese es el objetivo que se ha marcado para llevar adelante el proceso de autodeterminación. A quienes les espeten que no han ganado en votos, siempre podrán replicarles que las elecciones no fueron un plebiscito de verdad, sino un pseudo-plebiscito porque el Estado español no lo permitió. ¿Quién sabe qué habrían votado los catalanes en un referéndum a la escocesa?, dirán. Y tendrán razón, quién sabe qué votarían los votantes de Catalunya sí que es pot en el caso de un referéndum vinculante y pactado; quién sabe qué votarían algunos votantes del PSC o de Unió. De lo que habrá pocas dudas es qué sentido darían a su voto los que el 27-S votarán a formaciones independentistas.
Uno de los partidos que, por un lado, niega el carácter plebiscitario del 27-S pero, por el otro, lo confirma y lo refuerza todavía más es el PP. Una muestra de ello es la intervención que realizó Xavier García Albiol en el Hotel Ritz de Madrid a principios de este mes. Ante un selecto público anunció desde las alturas que iba a presentar a C's y al PSC un “decálogo” de “cinco puntos” para garantizar la unidad de España. Me disculparán que ahora no me interese en absoluto por nada de lo que sostuvo el candidato del PP catalán. En cambio, la idea de un decálogo de cinco puntos se me antoja sencillamente irresistible. Por lo tanto, si me lo permiten, yo también presentaré un decálogo de cinco puntos. Pero no para garantizar la unión, sino para asegurar la desunión. Cualquier español que la desee debería seguir los siguientes mandamientos ante el llamado “proceso catalán”.
Primero. Verás en el “procés” un intento por parte de los líderes nacionalistas catalanes de controlar a los pobres ciudadanos de Cataluña y aprovecharse de ellos. Negarás rotundamente su carácter popular. Hay distintas versiones de la idea que late debajo de este primer mandamiento: las elecciones son una artimaña de Mas para esquivar la corrupción de su partido; en una Cataluña independiente tan sólo saldrían ganando los políticos profesionales de Barcelona (sostuvo Álvarez Junco hace muy poco), por consiguiente, son ellos quienes lo promueven; etcétera. La versión más extremada y mediática es la que identifica a Mas con un Hitler sin bigote y al pueblo catalán con el desamparado pueblo alemán de entre guerras (aquí el expresidente Felipe González sacó un excelente). La persona que siga este primer mandamiento, no tendrá dificultades con el segundo.
Segundo. Afirmarás que en Cataluña existe una insoportable espiral de silencio; que la “mayoría silenciosa” no puede salir a la calle porque vive atemorizada por los “nacionalistas”; que, por consiguiente, no hay libertad, ni democracia. Esta falta de libertad se percibe con mayor claridad en los medios de comunicación catalanes, totalmente al servicio de la causa disgregadora. Para poder ser fiel a este segundo mandamiento, el esfuerzo debe estar centrado en no plantearse jamás las dos siguientes preguntas. Primera, ¿cómo es posible que el discurso secesionista haya devenido hegemónico con unos medios de comunicación que en Cataluña muy pocas veces alcanza un 20% de share (y eso cuando juega el Barça)? Hasta el día de hoy, en Cataluña hay los mismos canales estatales que en el resto de España. ¿Cómo es que en Burgos, Sevilla o Madrid el discurso mayoritario del espacio comunicativo español surte unos efectos y en Barcelona, Girona o Lleida otros? Segunda pregunta, ¿cómo se puede afirmar que en Cataluña hay una espiral de silencio y al mismo tiempo que la mayoría silenciosa de los contrarios a la independencia no tienen espacios para hacerse oír? ¿Es que no son catalanes Jorge Fernández Díaz, Carme Chacón, Albert Rivera, Josep Borrell, Francisco Marhuenda, Jordi Évole, Susana Griso, Josep Lluís Bonet, Juan Rosell, Albert Boadella, etcétera? ¿No hay catalanes contrarios a la independencia apareciendo continuamente en los medios más vistos de España y Cataluña? Pero tal vez sea eso… no cuentan realmente como catalanes, ¡cómo no son independentistas! A propósito de ser catalán, el tercer mandamiento.
Tercero. Afirmarás que los catalanes cuyos padres vinieron de otras partes de España votarán siempre en contra de la independencia de Cataluña y que si no van a votar es porque han sido “silenciados”. La idea es presuponer que en Cataluña hay una división étnica (por origen y lengua). Y que los favorables a la independencia son tan sólo los catalanohablantes con apellidos catalanes. Tener raíces en otras partes de España y hablar castellano es una vacuna contra el independentismo. La nueva política española, en boca de Pablo Iglesias, ha aprendido rápidamente a practicar esta vieja lección de propaganda y ha pedido a los catalanes con orígenes andaluces (la secular metáfora del español auténtico y pobre) que salgan a votar para echar a Mas. Naturalmente, para mantenerse fiel a este mandamiento, uno tendrá que hacer como Iglesias e ignorar la historia contemporánea de Cataluña y unas mínimas nociones de demografía sobre el Principado. Por ejemplo, que los diez primeros apellidos en Cataluña son García, Martínez, López, Sánchez, Rodríguez, Fernández, Pérez, González, Gómez y Ruiz… y el primer apellido con origen en la lengua catalana (“Vila”) aparece en el lugar 26. En todo caso, si uno no puede esquivar la evidencia, aprovechará estos datos para afirmar que Cataluña es igual que España, es decir, que la gente en Cataluña, en circunstancias normales, debería votar lo mismo que se vota en el resto de España. Por algo se llaman García, Martínez, López… Y así llegamos al cuarto mandamiento.
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Cuarto. Afirmarás que el procés está dividiendo a la sociedad catalana: las familias ya no se hablan, los amigos riñen… Cataluña se rompe. Para cumplir con este mandamiento será crucial que uno presuponga que la política es algo distinto del lidiar con posturas en conflicto, que la política no consiste en lograr compromisos entre posiciones enfrentadas… sino en preservar consensos fundamentales, empezando con el Gran Consenso Constitucional ¡de hace cuarenta años, cuando la mitad del electorado no tenía ni edad para votar! Uno tendrá que olvidar que la existencia de posturas enfrentadas en política es el presupuesto básico de cualquier estado democrático, que el pluralismo es no tan sólo algo inevitable sino también algo deseable en una sociedad moderna. Se trata de olvidar que lo principal es evitar la violencia y la coerción doctrinaria, no el conflicto entre posturas ideológicas irreconciliables. En este sentido, cabrá esforzarse por menospreciar el carácter pacífico y plural del movimiento independentista.
Quinto. Afirmarás que la independencia no es posible porque es ilegal y que todo lo que es ilegal es contrario a la democracia y encima engorda. Tal es el mandamiento al que uno recurrirá ineluctablemente en el caso de que haya sido incapaz de ser fiel a los cuatro anteriores. Se trata de identificar democracia con estado de derecho, aunque sea insensato hacer lo contrario, identificar estado de derecho con democracia (especialmente en un país que no hace tanto fue un régimen dictatorial). Será preciso declarar que los quebequeses y los escoceses tuvieron un referéndum porque así se lo permitió el estado de derecho canadiense y británico; que el estado de derecho español no lo permite; y que el ideal democrático sale igual de bien parado en Canadá, Escocia y España. Uno deberá separar claramente la defensa del ideal democrático que debe inspirar cualquier estado de derecho democrático de cualquier aspiración nacional de una parte del territorio. El hecho de que una mayoría de personas en un territorio se sienta minoría permanente no es ningún problema para la democracia. Si algún independentista replica que el procés aspira a profundizar en el ideal democrático demostrando que el trazado de fronteras no es un asunto meramente de sangre y semen (Rubert de Ventós dixit), uno deberá espetarle que esto de las fronteras es algo muy trasnochado. Uno deberá esforzarse, por consiguiente, en no ver en su pasaporte sino una cartilla timbrada de recuerdos de viaje.
Y termino. Hace tiempo que entre Cataluña y el resto de España se ha abierto una brecha. Tal vez siempre estuvo ahí. El problema de fondo cada vez más tiene que ver con una diferencia insalvable de culturas políticas. Sería absurdo, creo, calificar los planteamientos que hacen evidente el divorcio entre territorios en términos de acierto y error, bondad y maldad. El concepto de cultura política no queda bien recogido en los parámetros de la moralidad o la epistemología. Por eso, tal vez, también, sea cada vez más difícil e improbable que la famosa “conllevancia” con el problema catalán pueda resolverse con un entendimiento (una Verständigung habermasiana, por decirlo así). Todo hace pensar que en Madrid (y aquí Madrid no es un lugar, claro está) la comprensión de la realidad política presupone haber asumido un conjunto de metáforas cognitivas que en Barcelona y Cataluña suenan a “no entienden nada de nada, ni lo entenderán jamás”.