Luces Rojas

Notas para una buena digestión de las cocinas electorales

Millán Arroyo Menéndez

Nunca los sondeos electorales han funcionado peor. Hasta fechas recientes podían carecer de precisión, pero por lo común solían ofrecer aproximaciones razonables, dentro de las dificultades tradicionales a la que se han enfrentado siempre. Estas dificultades, las de toda la vida, son básicamente las siguientes: primero, la gran cantidad de personas que en el momento de ser encuestadas aún no han decidido su voto. Segundo, que algunas personas expresan intenciones que luego no cumplen, bien porque mientan o porque cambien de opinión.

Por estos motivos, los analistas de encuestas hacen estimaciones y ajustes para calcular el voto, lo que se conoce por 'cocina'. La cocina ha consistido básicamente en dos operaciones. Una, estimar el voto de los indecisos. Otra, hacer algunas compensaciones del voto declarado, en función de experiencias o expectativas previas, como puede ser la cuantificación del voto oculto a unos determinados partidos o la sobreestimación de otros. Para la primera operación los analistas clasifican a los indecisos como potenciales votantes de partidos concretos en función de lo parecidos que son a los votantes confesos en ciertas variables 'predictoras' de la misma encuesta. Para la segunda, normalmente el criterio principal (aunque no necesariamente único) suele ser preguntar por la intención de voto de unas elecciones similares anteriores, y cotejar los resultados de la encuesta con los reales, es decir, con los resultados de dichas elecciones pasadas.

Cotejando, resulta que hay personas que dicen haber votado a ciertos partidos y luego no lo han hecho (por ejemplo, IU y UPyD) o viceversa, muy pocos recuerdan haber votado al PP, muchos menos de los que realmente lo hicieron. Las discrepancias se compensan mediante ponderaciones.

Estos procedimientos son aceptables y la experiencia nos dice que han funcionado más o menos en situaciones de relativa estabilidad política, es decir, en situaciones en las que las tendencias de cambio de voto son suaves. Pero en los últimos años, desde la segunda mitad de 2010, se han producido grandes movimientos en las intenciones de voto. Por ejemplo, la mayoría absoluta del PP en las Elecciones Generales de noviembre de 2011 estuvo infraestimada en los sondeos preelectorales. Luego, durante años, nos han estado diciendo que la intención de voto al PP se mantenía básicamente íntegra, o disminuyendo poco muy a pesar de las impopulares medidas adoptadas desde el inicio de 2012 y del clamor en las calles. Tuvimos que esperar a las elecciones al Parlamento Europeo, el pasado 25-M, para evidenciar el estrepitoso fracaso de las encuestas, su absoluta incapacidad de aproximarse a la realidad electoral. El descalabro de los grandes partidos, PP y PSOE, fue mucho mayor del previsto, y un partido nuevo e insignificante ha irrumpido en escena con fuerza inusitada. ¿Qué ha ocurrido?

Pues que los analistas de los sondeos han pecado de conservadores en su trabajo metodológico. Han aplicado métodos de estimación adecuados en situaciones de relativa estabilidad a una nueva situación absolutamente convulsa, revelándose incapaces de calibrar las tendencias de cambio y las nuevas opciones de voto. Todo ello a pesar de que la intención directa de voto, en perspectiva evolutiva, sí que daba cuenta de las tendencias generales de cambio de voto que se constataron el 25-M, especialmente el ascenso de Podemos.

¿A qué se agarraban para no reflejar la realidad? Pues en buena medida a compensar mediante ponderaciones la falta de coincidencia entre la pregunta de recuerdo de voto en las elecciones de 2011 y los resultados reales de dichas elecciones. Como mucha gente no recordaba haber votado al PP, dicha ponderación hacía que el PP casi no perdiese votos, y en virtud de lo mismo el PSOE caía menos de lo que debería. Mientras que otros partidos más pequeños, cuya intención directa de voto estaba aumentando, ven mermada o anulada dicha tendencia, porque en 2011 pesaban muy poco entre todos. (Es el caso de IU y UPyD al menos hasta 2013, o de Ciudadanos o Podemos a partir de 2014).

Las discrepancias entre el recuerdo del voto y el voto real han aumentado en los últimos años, cada vez más, con lo que los coeficientes de ajuste son cada vez mayores. Los analistas han creído que el gap entre las encuestas y la realidad era debido a la existencia de un voto oculto (creciente) en el caso del PP y del PSOE, porque así se había interpretado y constatado en el pasado. Sin embargo, no se planteaban que el recuerdo mentiroso podía fundamentarse en el arrepentimiento.¿Por qué pensar que se trata de un voto vergonzante y no arrepentimiento con propósito de enmienda? ¿Por qué pensar que otros partidos nuevos o más pequeños no iban a recoger los votos de los grandes, cuando el hartazgo y desafección de muchos con las opciones tradicionales eran evidentes desde hace años y así lo recogen todo tipo de indicadores y preguntas de encuesta? El 25-M demostró que, efectivamente, había mucho arrepentimiento y algunos partidos pequeños canalizaban muy bien el 'propósito de enmienda'.

La quiebra del bipartidismo tuvo su reverso principal en la sorpresa de Podemos. ¿Realmente fue una sorpresa? ¿Es verdad que los sondeos no detectaron su emergencia? Depende. Es verdad que durante los meses de enero, febrero o incluso, si acaso, marzo, Podemos estaba poco reflejado en las encuestas y contaba con escasa notoriedad, pero a partir de abril y sobre todo de mayo, ya había sondeos que estaban recogiendo en intención directa muchas menciones a Podemos, no así las estimaciones. ¿Entonces...? Era fundamentalmente la cocina lo que estaba fallando.

Desde la confirmación del fiasco demoscópico (25-M) hasta ahora no he oído ni leído ninguna disculpa ni aclaración por parte de los institutos encuestadores, ya les hubiese valido, pues el ridículo ha sido categórico, y el descrédito monumental, empezando por el CIS, siguiendo por Metroscopia, Sigma Dos, etc… ¿Habrán aprendido la lección? Los sondeos de este otoño del CIS y Metroscopia revelan que no, aunque parecen adoptar estrategias muy diferentes.

El CIS parece mantenerse en la línea tradicional y seguir haciendo el mismo tipo de cocina, arriesgándose a cometer los mismos errores de infraestimación de Podemos y enorme sobreestimación del PP, habida cuenta de que la discrepancia entre la intención directa y la estimación de voto es muy grande (Podemos, líder indiscutible en intención directa, pasa para el CIS a tercera posición en estimación de voto, justo a la inversa que el PP). Metroscopia, sin embargo, comete otra clase de barbaridad en sentido opuesto: un brusco e inexplicado cambio en la cocina (seguramente para tratar de compensar los errores de estimación de los últimos años), intentando hacernos creer que el brusco salto (increíble e imposible en el corto lapso de tiempo) que catapulta a Podemos a la primera posición en estimación de voto (también en intención directa), se ha producido bruscamente, y es consecuencia de la indignación por el escándalo de las tarjetas fantasma y la pésima gestión sanitaria del ébola. ¿Por qué en lugar de sugerir El País semejante e increíble clase de explicaciones, no nos dice Metroscopia que ha cambiado sus métodos de estimación y los explica?

Es obvio que hace falta aplicar un nuevo modelo de comportamiento electoral, especialmente adaptado para recoger e incorporar a las estimaciones las tendencias más dinámicas y emergentes. Pero eso no es lo único, ni lo peor. También es necesaria y mucho más urgente la transparencia metodológica.

Tanto antes como después del 25-M, dependiendo de dónde se publique el sondeo, los resultados son de una disparidad abrumadora. Da la impresión de que ya no se trata de acertar, sino de reconfortar a los afines. Si leemos el ABC, encontraremos que la intención de voto al PP es estratosférica. Si leemos El País resulta que el PP y el PSOE están bastante empatados. Si leemos el diario Público, los resultados de Podemos son especialmente favorables. Los resultados del CIS parecen alienarse con los sondeos que aparecen en los medios conservadores. Suma y sigue. ¿Dónde queda la objetividad y cientificidad de los sondeos? A final las estimaciones reflejan los deseos de los que encargan las encuestas.

Es imprescindible que el oficio recupere dignidad. Los sondeos están convirtiéndose en un instrumento de manipulación política de la ciudadanía, con o sin intención de los especialistas demoscópicos. Los resultados que se publican no tienen pies ni cabeza, ni contienen la información necesaria para que el público lo entienda y se enfrente a este con criterio y capacidad crítica. Tampoco los especialistas, pues no se aporta la información metodológica necesaria. No hay diferencia con los horóscopos.

¿Qué hacer para mejorar la situación? Pues algo muy elemental. Revelar la composición cualitativa y preferentemente también la cuantitativa del producto que consumimos. Es decir, saber cómo se ha hecho la cocina. Conocer los supuestos, criterios y parámetros de las estimaciones. Las casas de encuestas han guardado hasta ahora el secreto de forma hermética, porque parte de su negocio consistía en acertar en los resultados, y la clave del acierto se guardaba. Pero ahora la situación deviene en esperpento. Lo que se guarda celosamente es el secreto del desatino, de la chapuza malograda, de la manipulación. Cuando las cosas llegan a este extremo, debería ser preceptivo publicar los supuestos. Es la única forma de ser honorable y creíble. De no manipular, de no engañar.

Que no lo hagan las empresas está muy mal. Pero que no lo haga una institución pública como el Centro de Investigaciones Sociológicas, es el colmo. El CIS más que nadie debería haber tomado hace mucho la iniciativa de publicar cuales son los criterios y parámetros de sus estimaciones. No hay ningún motivo para que no lo haga, salvo la mal pensante sospecha de interés manipulador. Si el CIS quiere estar a salvo de sospechas y suspicacias, o de manipulaciones voluntarias o involuntarias, tiene que publicar sus cocinas. No le queda otra. Solo la publicación de las herméticas cocinas pueden hacer medianamente digeribles los esotéricos resultados de los sondeos electorales. Si lo hace el CIS, muy probablemente otras casas de encuestas lo hagan también.

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