Telepolítica
Una moción tan intrascendente como interesante
Si hablamos de política oficial, la moción de censura vivida esta semana en el Parlamento ha tenido nula trascendencia. Sin embargo, si lo vemos desde la perspectiva de la política real, nos encontramos ante un acontecimiento de extraordinario interés. El resultado final de la votación era tan previsible como inocuo. Daba exactamente igual.
Los partidos son muy poco dados a reconocer la posibilidad de que cualquier acontecimiento que les afecte pueda valorarse negativamente. En esta ocasión, para no incumplir con la tradición, las principales formaciones políticas han manifestado un positivo balance de lo ocurrido. ¿Cómo es posible que cuatro partidos enfrentados a diario puedan salir satisfechos de una misma batalla? ¿No hay vencedores ni vencidos? ¿No hay bajas ni daños colaterales? El caso merece ser digno de estudio.
Si para alguien era importante la moción era para Podemos. No en vano, si ha tenido lugar ha sido por su firme voluntad de llevarla adelante. Muchas voces les desaconsejaron la iniciativa. Hasta alguno de sus socios más sólidos, como los valencianos de Compromís, les llegó a pedir que dieran un paso atrás. Pablo Iglesias no se arredró y decidió seguir hasta el final. La decisión cobra especial valor si tenemos en cuenta que, además, en estas últimas semanas el panorama político había cambiado significativamente. La inesperada victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE echaba por tierra el esquema básico del discurso de Podemos, cimentado en la existencia de una triple alianza de gobierno entre PP, Ciudadanos y los socialistas.
Desde Vistalegre, las encuestas eran bastante consistentes al reflejar una ligera tendencia a la baja tanto de las expectativas de voto de Podemos, como de la valoración de Pablo Iglesias. Parecía claro que hacía falta capacidad de reacción. En estos últimos años, si algo ha caracterizado a la formación morada ha sido su habilidad para condicionar la agenda y marcar a menudo la iniciativa del debate social. La moción de censura se presentaba entonces como una oportunidad, no exenta de riesgos.
A la vista de lo sucedido, da la impresión de que Podemos sale más beneficiado que perjudicado del envite. La mal llamada moción de censura es en realidad una sesión de investidura de un candidato a presidente de Gobierno. En la práctica, Pablo Iglesias ha podido disfrutar de 48 horas de foco mediático. El hecho de saber de antemano el resultado de la votación le quitaba toda la presión. Nadie esperaba que ganara. Lo que sí era importante era conocer su “estado de forma”. Podemos ha podido recuperar así un protagonismo perdido en los últimos tiempos.
Respecto a Pablo Iglesias, según las últimas cifras del CIS, su mala valoración (3,0) se debe a la combinación de un extendido aprobado entre los votantes de Podemos (6,3) y una bajísima calificación obtenida entre el resto de los electores. Así por ejemplo, los votantes socialistas le otorgan una nota de 2,8, menor incluso que el 3,6 que le dan a Albert Rivera. Quizá este dato sea el que explique el cambio de tono mostrado respecto al PSOE. Parece evidente que el enfrentamiento directo buscado en etapas anteriores no facilita el acercamiento de ex votantes socialistas como ocurría durante el período de eclosión de Podemos. En el supuesto de que Pablo Iglesias desee mejorar la valoración que los ciudadanos tienen de él, debería reflexionar sobre algunos rasgos de su puesta en escena pública, como la arrogancia intelectual que en ocasiones exhibe.
Mención especial merece Irene Montero, convertida gracias a la moción en una figura emergente. Sobró tiempo en buena parte del discurso leído, innecesariamente extenso y reiterativo, y faltó tiempo en las réplicas donde lucieron con mayor nitidez sus dotes como oradora. Como todos los buenos políticos, es mucho mejor cuando no lee y consigue zafarse de ataduras artificiales. En el cara a cara con Rajoy aparecía fresca y valiente, en contraste con el estilo del presidente de Gobierno.
Mariano Rajoy es siempre caso aparte. Si hace diez años alguien hubiera apostado a que acabaría por ser el activo más importante con el que iba a contar un Gobierno del Partido Popular, en mi caso hubiera perdido hasta la camisa. Su intervención parlamentaria del martes le permitió salir indemne de una prueba complicada. Esquivó la contundencia de los ataques de Montero y de Iglesias con su peculiar estilo anacrónico. El manejo de la ironía, las expresiones populares, los juegos de palabras, un cierto desapego ante los problemas y ese característico desdén ante cualquier acusación han acabado por conformar un escudo capaz de resistir los más duros embistes. En sus críticos provoca exasperación y desasosiego, pero entre sus seguidores se ha convertido en un sólido soporte en estos tiempos convulsos.
La moción de censura posibilitó que tanto los votantes del PP como los de Podemos quedaran satisfechos con sus líderes. Se trata de dos auditorios sin intersección alguna que pueden convivir eternamente desde el enfrentamiento cotidiano. De su distanciamiento surge su complementariedad.
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Otro caso distinto de enfrentamiento es el que cada día se acrecienta entre Podemos y Ciudadanos y, de manera casi personal entre Pablo Iglesias y Albert Rivera. Ambos buscan la contienda porque estratégicamente les funciona. Pero además, da la sensación de que parecen disfrutar en ella. Sus debates están cada vez más dedicados a descalificaciones personales por encima de las argumentaciones programáticas. A Iglesias le gusta acusar a Rivera de carecer de buena preparación intelectual y cultural. Por el contrario, el líder de Ciudadanos suele cebarse con el aire de “perdonavidas” de su rival y su incapacidad para alcanzar pacto alguno. Ambos líderes han pasado de compartir en el bar del Tío Cuco, codo con codo, el advenimiento de la nueva política a vetarse mutuamente en cualquier posibilidad de llevar adelante un cambio del modelo político vigente que, inevitablemente habría que vertebrar junto al PSOE.
Las relaciones entre Podemos y el Partido Socialista se han convertido en el principal argumento de discusión en cualquier reunión de gente de izquierdas. De repente, la moción de censura parece haber abierto una pequeña esperanza en un entendimiento futuro. Lo que no queda claro aún es si se trata de un cambio real de actitud o estamos ante un giro estratégico. Ambos partidos compiten por la conquista de un sector de votantes que fluctúa entre ambos. El voto negativo de Pablo Iglesias junto al Mariano Rajoy en la investidura de Pedro Sánchez abrió una herida de muy difícil sutura. En los últimos meses, las encuestas muestran un tímido trasvase de votos desde Podemos hacia el PSOE, acentuado tras las primarias socialistas. La mano extendida esta semana por Iglesias espera la respuesta de Sánchez el próximo fin de semana. Si la distensión se abre paso, sólo habremos recorrido un primer trecho.
No es cuestión de opiniones, sino de datos incontestables. En el Congreso hay 350 diputados. En esta legislatura, mientras subsista el conflicto independentista catalán, sólo hay una posibilidad matemática de conseguir una mayoría parlamentaria que supere los votos del PP. Se alcanza únicamente sumando los escaños de PSOE, Podemos y Ciudadanos. Hoy en día, un imposible. La otra alternativa es el hallazgo de una solución respecto a Cataluña. Aún más imposible. Mientras tanto, podemos seguir haciendo mociones de censura. Con la configuración parlamentaria actual, son intrascendentes, pero muy interesantes.