Plaza Pública

Churras biológicas y merinas tecnológicas

La ministra de Sanidad, Carolina Darias, en el acto institucional 'Salud Mental y covid-19'

Anna García Hom

Viene siendo un lugar común en la política española recompensar la (aparente) resolución de problemas mientras se ignora (o se penaliza por alarmismo) la anticipación de estos. No obstante, y a tenor de lo que puede acontecer en los próximos tiempos, la clave debería ser una actitud proactiva o lo que es lo mismo, tomar la iniciativa —anticipadamente— frente a escenarios futuros de elevada complejidad e incertidumbre. Tanto es así que evitar malas decisiones es tan importante como tomar las buenas. Para ello es preciso identificar las señales de advertencia y disponer de un conjunto de herramientas (y de capital humano) capaz de implementar un proceso de toma de decisiones que limite el papel del azar o la suerte deseada para obtener buenos resultados.

Permítanme hablar del inquietante fenómeno planteado a propósito de la salud mental de la población, en especial —parece ser— de los jóvenes que, a causa de la pandemia ven lastrada su confianza —si la hubiere— en la recuperación post-covid y de la consecución de un futuro acorde a sus expectativas. La respuesta a esta nueva epidemia se traduce en el anuncio de un plan de acción para la salud mental y contra el suicidio dotado con 100 millones en un presupuesto sostenido en gran medida con recursos ajenos (europeos).

De nuevo, asistimos a un círculo vicioso en la toma de decisiones que se configura en torno a, como mínimo y en este caso, tres patrones. Primero, una actuación paliativa en lugar de una política preventiva que debiera haber calculado los efectos nocivos de los confinamientos desde una perspectiva integral, no solo médica sino también psicológica, sociológica, económica, comunicativa e incluso estratégica. Y es que, si damos prioridad a la obtención de buenos resultados nuestro enfoque cambia de resolver problemas existentes a prevenirlos. Y en el mejor de los casos a anticiparlos. La respuesta a la preocupación por la nueva epidemia que nos acecha llega tarde y con el paso cambiado.

Segundo, volvemos a caer en el sesgo de correlación, es decir, buscar o crear asociaciones entre variables que confirmen nuestras creencias o hipótesis, que en este caso vinculan los impactos de la pandemia con el deterioro de la salud mental. Sin desdeñar las cicatrices que esta pandemia dejará en nuestra memoria, deberíamos preguntarnos si los daños que buena parte de este colectivo sufre provienen solo de dicho suceso o, de lo contrario, existen otras causas coadyuvantes. En este sentido, es una señal de advertencia lo que algunos hace tiempo diagnostican: el abusivo uso de las manipuladoras redes sociales y sus peligros sobre la percepción de la realidad. Así, mientras los esfuerzos se focalizaban en duros confinamientos, en un arrollador bombardeo mediático de muertes diarias y contagios en alza y en aplausos balconeros, en paralelo muchos intentaban evadirse en un mundo digitalizado y virtual, supuestamente útil tanto para el teletrabajo, la teleeducación, el teleocio, la telecultura e incluso el telesexo que ha terminado provocando casos patológicos de desconexión con la realidad. ¿No podría ser esta la causa de muchos desarreglos psicológicos que hoy se intenta atribuir a la covid cuando en realidad la causa es la bacteria tecnológica? ¿Dónde estaban entonces los poderes públicos responsables de descifrar e identificar las consecuencias no deseadas de un estado insólito y paralizante?

Tercero y último, como en otras ocasiones, siempre hay quienes intentan arrimar el agua a su molino. Sectores profesionales tradicional e injustamente poco reconocidos intentan reivindicar su estatus apelando a la emergencia de la situación. Respetable siempre y cuando la reivindicación no sirva para agigantar interesadamente un problema que, aunque existente, en ocasiones no tenga la enorme dimensión atribuida. Para ello, y antes de hacer valer el ego mal herido, es menester evaluar constantemente toda la información disponible que contradiga nuestras creencias y así superar conexiones diabólicas que nos hacen mezclar churras biológicas con merinas tecnológicas.

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Anna García Hom es socióloga y analista.

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