Como recordaba en mi artículo del pasado 16 de abril, este 6 de noviembre se inicia en Egipto la sesión 27 de la Conferencia de las Partes (COP) de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Dicha Convención compromete a los firmantes (la práctica totalidad de los Estados miembros de la ONU) a actuar conjuntamente para estabilizar las concentraciones de gas invernadero en la atmósfera “a un nivel que impida la peligrosa interferencia antropogénica con el sistema climático”. Es decir, se trata de evitar que el ser humano destruya el planeta.
El Acuerdo de París de 2015 logró el compromiso de las Partes para reducir la temperatura a 1,5 grados. Para lograrlo era imperativo conseguir reducir las emisiones en un 50 por ciento en 2030. La anterior COP, la 26, celebrada en Glasgow, fue clausurada por el presidente británico de la misma, Alok Sharma, que dijo en su discurso: “Podemos decir que mantenemos vivo el objetivo de 1,5 grados, pero su pulso es débil y sobrevivirá únicamente si mantenemos nuestra promesa y convertimos nuestros compromisos en acción rápida .” En mi opinión, un año después, esa acción rápida no está teniendo lugar y la ONU continúa urgiendo a las naciones industrializadas a que “den ejemplo” y adopten “medidas severas inmediatas”.
No habrá manera de lograr el tope de 1,5 grados sin proteger verdaderamente los ecosistemas oceánicos, sin transformar los sistemas de utilización de la tierra y la producción alimentaria, sin detener y revertir la deforestación ( esperemos que el acceso de Lula al gobierno signifique la detención de la destrucción de la Amazonía, pulmón del planeta, y su recuperación), sin una adecuada, planificada, gestión de los recursos hídricos. Tres mil millones de personas se enfrentarán a una muy grave escasez de agua si la temperatura global se incrementa en dos grados. Y son más de tres mil millones de seres humanos los que hoy viven (o malviven) en contextos altamente vulnerables a causa del calentamiento global. Conviene recordar que ellos son las víctimas y no los causantes del drama, ocasionado este por los países ricos e industrializados, responsables de la gran mayoría de las emisiones.
Los resultados devastadores del calentamiento global están probados, demostrados y pregonados por la ciencia, pero, además, los propios afectados se expresan claramente y cada día más crecientemente al respecto. El Foro Económico Mundial ha realizado recientemente una detallada y amplia encuesta (entre el 22 de julio y el 5 de agosto en 34 países. 23.507 adultos menores de 75 años encuestados). Los resultados son preocupantes. El 56% de los preguntados afirma que el cambio climático ha tenido ya un efecto severo en el area en que viven. )En la memoria, las gigantescas inundaciones del pasado septiembre en Pakistán que, además de las numerosas muertes, forzaron el desplazamiento de diez millones de personas. Es decir, en un país de 226 millones de habitantes, uno de cada siete resultó afectado.
Nouriel Roubini, turco nacionalizado norteamericano, profesor de Economía en la Universidad de Nueva York, se hizo famoso por sus previsiones sobre la recesión internacional desencadenada por la crisis de las hipotecas subprime de 2007. Inicialmente consideradas pesimistas, sus predicciones (se ganó el apelativo de “Doctor Doom” - Doctor Catástrofe) resultaron correctas al estallar la crisis financiera de 2008. Roubini acaba de publicar un libro (“Megathreats: the ten trends that imperil our future, and how to survive them”, Little Brown, 2022). Una de esas megaamenazas es el desplazamiento masivo como consecuencia del calentamiento global. Sugiere el autor que la llegada masiva de refugiados en 2015 que agitó las aguas en la UE es solo el preludio de las migraciones masivas que tendrán lugar: “Contando sólo con 17 millones de habitantes en Siberia, el lejano oriente ruso podría fácilmente ser colonizado por los chinos en plena huida del cambio climático”.
Los resultados devastadores del calentamiento global están probados, demostrados y pregonados por la ciencia, pero, además, los propios afectados se expresan claramente y cada día más crecientemente al respecto
Por cierto, ya que hablamos de China, una mención a ella y a la otra gran potencia, los EEUU, en relación con la COP27. Uno de los escasos logros positivos de la COP26 fue la institucionalización de un acuerdo de cooperación en temas climáticos entre Pekín y Washington. Poco ha durado. Pekín lo ha roto a raíz del viaje de Nancy Pelosi a Taiwán, que considera una provocación. Hay además una importante complicación adicional: el Senado norteamericano pide que China sea excluida de la categoría “países en vías de desarrollo”, lo que alteraría su posición en la COP, pues si fuera clasificada como país desarrollado se le podría pedir que contribuya a la financiación climática.
No debo finalizar este escrito sin aludir a otras consecuencias del calentamiento global. Una es el hambre, una genuina pandemia de hambre. Las crecientes, ya institucionalizadas, olas de calor, sequías, inundaciones, tormentas gigantescas, impactan en la capacidad de los hombres y mujeres para alimentarse. En enero de 2022, 282 millones de seres humanos en 82 países padecían hambre. En octubre eran 345 millones. Añádase a ello que cuando esa circunstancia coincide con conflictos, guerras, de distinto tipo, la amenaza es mayor. Y la paz regional e incluso la internacional pueden llegar a estar amenazadas.
Un último comentario: siento indignación y vergüenza ante dos hechos. Uno de tipo estructural, otro, coyuntural. El primero: la COP27 no se debería haber convocado en Egipto (como tampoco el Mundial de fútbol en Qatar). Ninguno respeta los derechos humanos y reprime, violenta, a sus súbditos (que no ciudadanos) y a la población inmigrante. Una revista de naturaleza conservadora como TIME lo ha referido perfectamente: Egipto no está cualificado para albergar la COP. Por supuesto ni libertad de expresión ni de partidos ni de ONG. El Gobierno no permitirá el acceso a la COP de las ONG extranjeras, solo unas cuantas egipcias “aleccionadas”. Algunas de las independientes han visto sus activos congelados, prohibidos sus contactos con las organizaciones extranjeras y sus dirigentes detenidos, algunos secuestrados y torturados. Algunos activistas que han denunciado la reintroducción del carbón han sido amenazados con la legislación antiterrorista y las autoridades pueden declarar ilegales las actividades que “amenacen la seguridad nacional, el orden público o la moral pública” (no solo en Irán cuecen habas).
La denuncia es coyuntural, pero grave: Coca Cola es uno de los patrocinadores de la COP27 y resulta que Coke es el contaminador de plásticos número uno, siendo el plástico una de las mayores fuentes de polución, dado que el 99% de la producción global de plásticos se hace vía combustibles fósiles. Estoy por secundar un lema que me ha llamado la atención en una de las pancartas de las manifestaciones populares que afortunadamente son cada vez más frecuentes. Llanamente decía: “Cambio de sistema, no cambio climático”. En efecto, creo que para poner coto al calentamiento global hay que cambiar el sistema.
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Emilio Menéndez del Valle es embajador de España.
Como recordaba en mi artículo del pasado 16 de abril, este 6 de noviembre se inicia en Egipto la sesión 27 de la Conferencia de las Partes (COP) de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Dicha Convención compromete a los firmantes (la práctica totalidad de los Estados miembros de la ONU) a actuar conjuntamente para estabilizar las concentraciones de gas invernadero en la atmósfera “a un nivel que impida la peligrosa interferencia antropogénica con el sistema climático”. Es decir, se trata de evitar que el ser humano destruya el planeta.