Plaza Pública

La democracia no es su Patria

Es como si nos faltara el aire para respirar. Es como si fuéramos ahora mismo protagonistas de aquel enorme disco de Triana: Hijos del agobio. Lo cantaban en 1977, con su grito de siempre que a ratos te sigue provocando un escalofrío hiriente: “Hijos del agobio y del dolor… quiero sentir algo que me huela a vida”. No quiero hacer caso a las televisiones, a ese periodismo canalla que nos está robando el alma y el alma de lo que nos rodea, a esa política inhumana que se está cargando la democracia con sus dos eslóganes terriblemente sencillos (como suelen ser los eslóganes del fascismo) que tanta gente amasa como si fueran suyos: la inmigración y la unidad de España. Lo intento, juro que intento encontrar desde la mañana hasta la anochecida ese olor a vida que cantan los versos de Triana. Y no lo encuentro.

Hablan a todas horas de la Patria. De la suya. De la Patria que, como hizo el otro día Pablo Casado en el Congreso, destripa el dolor de la familia de Laura Luelmo para convertirlo en la vergüenza más aterradora de lo humano. De esa Patria que no para de alabar la Constitución pero se olvida de esa otra Constitución que asegura el derecho a vivir dignamente, a vivir bajo un techo sin las torturantes goteras del desahucio, a poder comer sin tener que escarbar de madrugada en los contenedores de basura, a trabajar sin esos contratos por horas que siguen condenando al hambre a quien trabaja porque no se puede vivir con sueldos de miseria, a mirar fuera de las casas sin que lo que se ve a través de la ventana sea un paisaje que cada día se parece más a la desesperación.

Estén donde estén y sin tregua y sin pausa, hablan de la Patria. De la suya. Y vemos cómo esa Patria tiene la música áspera de la demagogia, de la mentira, del cinismo. Ésa era hasta hoy la Patria abrupta del PP y Ciudadanos, y ahora se suma Vox para dejar bien claro que en esa Patria sólo caben ellos tres y no quienes no piensan como ellos. Es aquí, en esa negación de todo lo que no sean ellos, donde se nos viene encima la memoria triste de los tiempos antiguos, la memoria de aquella media España borrando del mapa a la otra media, el viejo discurso del odio contra quien se atreve a defender valores que no son los suyos.

La democracia no es su Patria. Ni la dignidad, ni la igualdad, ni la justicia son su Patria. Y cuando llego aquí, cuando llego a este punto en lo que escribo, me acuerdo de los versos de Pessoa: “¡Iros al diablo sin mí, / o dejadme ir solo al diablo!”.

Nos falta el aire para respirar una miaja de esperanza, para que el asco no nos ahogue cuando enchufas el televisor o abres la emboscada que acecha desde casi toda la prensa, esa prensa que aplaude a rabiar el profundo desprecio que la obscenidad de la Patria que defienden sus aliados políticos y económicos siente, sin un punto de decencia, por esa otra Patria que ellos consideran sólo como la Patria miserable de los otros.

No sé cómo serán los tiempos que vendrán porque ni siquiera acabo de entender los que vivimos. Pero sé que hay que seguir en la brecha -cada cual en la suya- sin que el cansancio nos desarme, sé que no podemos permitir que los sueños de igualdad, de libertad, de fraternidad, se conviertan impunemente en una pesadilla, sé que vivir ha de ser posible sin que la Patria del oprobio se convierta en la Patria de todos, en la única posible. Un día lo escribió Max Aub en forma de pregunta, una pregunta que uno de sus personajes le hacía a otro: “¿Y qué es la vida?”. Y ese otro le contestaba: “No tener miedo al mañana”. Yo añadiría otra respuesta: no tener miedo, ningún miedo, al presente. Ahí mismo nos vemos. Ahí mismo.

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