Plaza Pública

El marco de la unidad

Andrea Greppi

Una grande y libre, se leía en las monedas franquistas. No sólo las banderas y los grandes decorados, sino millones de pequeños objetos cotidianos llevaban impresa la seña de identidad de un proyecto político y pedagógico enormemente más amplio, de conformación de los valores y los afectos. El mensaje pasaba de mano en mano e iba dejando huella. Como tantos otros elementos del paisaje, su repetición ha quedado grabada en el subconsciente.

El problema, en este momento, ya no está en la vigencia o no del proyecto político y pedagógico del franquismo. Con el final del siglo breve, salvo en momentos residuales, las formas del fascismo han perdido su atractivo. Y con respecto a la pervivencia de los contenidos, el debate se enreda en complicaciones que aquí no vienen al caso. Pero hay un aspecto en el recuerdo de la vieja peseta franquista respecto del que la opinión pública no ha tomado la suficiente distancia. Es la creencia de que la grandeza y la libertad se asocian, de forma natural, con la unidad. Una idea que sigue siendo asumida a un lado y otro del arco parlamentario y determina implícitamente reacciones y argumentos. Es urgente tomar conciencia de que, incluso en su mejor versión, despojado de sus adherencias simbólicas más próximas, el marco de la unidad ha quedado desfasado. De la misma manera que la peseta franquista se nos hace vieja cuando encontramos una moneda olvidada en un cajón, la asociación inconsciente entre unidad, grandeza y libertad ha dejado de tener para nosotros un significado reconocible, que pueda encajar en el tráfico de las conversaciones que, precisamente como la moneda, van pasando de mano en mano.

El marco de la unidad adquirió un significado relativamente preciso en el entorno social y político del Estado nación. Con la desintegración de ese entorno, la unidad se ha vuelto irreconocible. Se ha convertido en una palabra hueca ―en un significante vacío― que puede ser rellenado de cualquier contenido. Todavía no ha perdido el aura que la rodeaba y por eso aglutina en torno a sí toda clase de contenidos. Es la fórmula mágica a la que se recurre para restablecer el orden en el momento en el que, el ciudadano desconcertado, ha perdido el hilo de la narración. Es el refugio del resentimiento y la frustración de quienes antes tenían privilegios, de la ansiedad y el miedo de los desclasados. ¿Qué es hoy la unidad?hoy Simplemente eso: lo que nos falta, o creemos que nos falta, sea lo que sea.

Es hora de desmontar el marco de la unidad. Es hora de hacer pedagogía.  No porque sea absolutamente malo cultivar el mito de las banderas unitarias, aunque tampoco hay nada necesariamente bueno en ello, sino porque en el momento presente la creencia en la unidad se alimenta de productos cuya fecha de caducidad ha expirado. Materiales tóxicos. Subterfugios que postergan y dejan sin resolver los inaplazables desafíos de la solidaridad entre grupos y clases sociales.

¿Y qué pasa si las encuestas siguen diciendo que en el corazón de las mayorías sigue latiendo el sueño de la unidad? ¿Y si la gente se empeña en pensar que la unidad realmente existe? Incluso frente a la oleada de fervor desatada en el proceso al procés, por poner solamente el último ejemplo, alguien habrá que pueda mostrar la objetiva inconsistencia de la indisoluble unidad. Ante la reconfiguración territorial de las instituciones políticas, sometidas a presiones económicas y demográficas incontrolables, es hora de explicar al público, con el rigor que el propio público merece, que ninguna recentralización es hoy viable. Y frente a las resistencias soberanistas a los procesos de desintegración estatal, habrá que mostrar que los indispensables instrumentos de cooperación, de aquí en adelante, no podrán ser más que transnacionales. No tomarán como referencia la unidad territorial de las naciones, porque la realidad delimitada por las antiguas fronteras se compone hoy de múltiples estratos y círculos asimétricos.

Estamos en tiempo de campaña y habrá quien diga que es mejor no destapar precisamente la caja de los truenos. Pues no. También en campaña es preciso hacer pedagogía. Es más, la diferencia en la oferta de unos y otros ―una de las diferencias, o la diferencia principal― está precisamente en eso, en comprobar quiénes se dedican a agitar el marco de la unidad, y sus derivados tóxicos, para arrimar el ascua a su sardina, y quiénes tratan a los ciudadanos como personas capaces de saber y entender. Y quiénes no se atreven a hacer ni una cosa ni otra, dejando que sean los demás quienes dirijan la orquesta. Mientras no sea cuestionado, el marco volverá a ser una y otra vez el mismo: dicen que, para ser grande y libre, la nación tiene que ser una. ______________

Andrea Greppi es profesor de Filosofía de la Universidad Carlos III de Madrid

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