¿Se muere Europa?

Emilio Menéndez del Valle

Desde hace cinco años, impresionado, guardo como oro en paño unas reflexiones sobre Europa a cargo de un chaval extremeño de 15 años. Se llama Carlos Barrantes y en junio de 2017 escribió al director de El País una carta que duplica su valor por la juventud de su autor y que reproduzco íntegra como aviso a navegantes: “Soy un joven de 15 años interesado en política y en el mundo que me rodea. Sería más fácil dedicarme a jugar videojuegos y a disfrutar de mi adolescencia, pero mi mente no me lo permite: Europa se muere. Me acabo de encontrar con un vídeo de una conocida red social apoyando a los refugiados y con miles de comentarios xenófobos, fascistas y ridículos. Estas personas del ala derecha de la humanidad no se dan cuenta de que los refugiados no vienen a este continente por gusto. No ven el sufrimiento de las familias al tener que abandonar su país de origen a la fuerza. Encima se les culpa de atacar a la población como si no tuvieran nada mejor que sobrevivir. Son personas que solo buscan nuestra ayuda. Europa necesita una renovación generacional en los próximos años o sus pensiones caerán en picado, como el muro de Berlín hizo una gran noche del 9 de noviembre. Un pequeño granito de arena”. Loor a Carlos Barrantes.

Escribo estas líneas como homenaje al joven Barrantes, cuyo paradero ignoro, pero con la convicción de que cinco años después, hoy, en 2022, habrá reafirmado su sensibilidad a propósito de la carta de 2017. Me gustaría decirle que quien esto escribe no es creyente, vota socialista y lo es desde hace décadas. Y que, en relación con el tema que nos ocupa y preocupa, tiene en alta estima, consideración, respeto y admiración por dos personajes que han de pasar, por sus acciones, a la historia. Hablo del papa Francisco y de la ex canciller de Alemania, la demócrata cristiana Angela Merkel. Estoy convencido de que si Carlos Barrantes leyera estas líneas compartiría esta opinión.  

La crisis financiera y de identidad que conmocionó a Europa entre 2008 y 2010 suscitó en numerosos europeos cansancio, desilusión, escepticismo. Hans Magnus Enzensberger, alemán y uno de los grandes intelectuales/referente del continente, que acaba de fallecer, escribió en 2010 que sentía las brumas del desencanto precipitándose sobre Europa, aunque por esas mismas fechas otro gran europeo, Claudio Magris, italiano de Trieste y por ende cercano a la cultura germana —aun reconociendo “el momento de cansancio que recorría Europa”—calificaba el desencanto de “melancolía de la madurez”.

Otro de los grandes protagonistas culturales de la segunda posguerra mundial, Edgar Morin, se lamentaba en esa década de que todo en Europa parecía estar en letargo, como si sufriera de esclerosis. Relataba cómo había sectores esperanzados en que se despertaría más pronto que tarde, pero, por ahora, decía, Europa está más sonámbula que despierta. El pesimismo de Morin es conocido: “Cuando el futuro se convierte en incertidumbre hay miedo al futuro. Y cuando no hay más futuro que el presente, este se convierte en un tiempo de peligro. Y entonces hay regresión al pasado, a las raíces de la identidad religiosa, entre otras. Ahí aparece el miedo a negros, asiáticos [simplemente al que es diferente, añado yo], el viejo miedo casi racista a perder la pureza de la identidad”.

La crisis financiera y de identidad que conmocionó a Europa entre 2008 y 2010 suscitó en numerosos europeos cansancio, desilusión, escepticismo

Seguro estoy de que nuestro joven extremeño se sentirá reconfortado, aunque su legítima inquietud no se haya disipado, al transmitirle algunas de las opiniones del papa Francisco y de la ex canciller Merkel. Francisco fue honrado en mayo de 2016 con el premio Carlomagno y en su discurso de aceptación transmitió ideas y reflexiones que encantarían a Barrantes: “Qué te ha ocurrido, Europa, humanista, paladín de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad? Qué te ha pasado, Europa, madre de pueblos y naciones, madre de grandes hombres y mujeres que han sabido defender y dar la vida por la dignidad de sus hermanos?”. Francisco resalta que la cultura del diálogo implica reconocer al otro como interlocutor válido, que nos permite mirar al extranjero, al inmigrante que pertenece a otra cultura, como sujeto a escuchar, considerar y apreciar.

Reivindica un nuevo humanismo europeo. Y probablemente inspirado por Martin Luther King, dice a los líderes que asisten a la ceremonia del premio Carlomagno: “Sueño con una Europa en la que ser inmigrante no constituya un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todos los seres humanos. Sueño con una Europa de la que no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos haya sido su última utopía". Es asimismo posible que Francisco tuviera en mente a uno de sus hijos vergonzosamente descarriado de la ética que estaba ensalzando ante los dirigentes europeos. Me refiero al cardenal arzobispo de Bolonia, Giacomo Biffi, que en septiembre de 2000 escandalizó a numerosos ciudadanos italianos, de credos diversos, al exigir que únicamente se admitieran inmigrantes católicos, afirmando que “es necesario que exista una seria preocupación por salvar la identidad de la nación. Italia no es un territorio deshabitado, sin historia y sin tradiciones, que se pueda poblar indiscriminadamente. O Europa regresa al cristianismo o se volverá musulmana”. El cardenal no facilitó la fecha en que Italia había abandonado el cristianismo.  

Carlos Barrantes estará orgulloso, como yo lo estoy, de la actitud personal y de la política de la ex canciller de Alemania, Angela Merkel, quien en 2015 y 2016 acogió en su país a casi un millón trescientas mil personas en pleno conflicto en Siria y en situación de violencia en otros lugares. Se convirtió entonces Alemania en un socio humanitario confiable con los refugiados de todo el mundo, algo que la ONU no olvida, muestra de lo cual es la concesión el pasado octubre a Merkel del prestigioso premio Nansen que otorga el Alto Comisionado para los Refugiados. En el acto se recordaron las palabras pronunciadas por la premiada en agosto de 2015, dos años antes de que Barrantes expresara su temor: “Si Europa fracasa en la cuestión de los refugiados, si nuestro estrecho lazo con los derechos civiles universales se rompe, no estaremos ya ante la Europa que habíamos deseado”.

 

Coda.- En marzo de 2001, el nigeriano Wole Soyinka, premio Nobel de Literatura 1986, primer negro en recibirlo, participó en Santiago de Compostela en la Celebración Mundial de la Poesía, organizada por el Pen Club. Tras manifestar en su intervención que “los invasores de ayer son los invadidos de hoy. Europa, que se permitió administrar Africa como si fuera de su propiedad, vive ahora atemorizada por la avalancha de inmigrantes del continente negro”, concluyó, no sin cierta ironía: “Hay algo de justicia poética en esta situación”. Joven Barrantes: aunque algo desencantado, pertenezco a ese sector esperanzado al que aludía Edgar Morin que quiere creer que Europa se despertará más pronto que tarde.

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Emilio Menéndez del Valle es embajador de España.

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