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Solidaridad con los reaccionarios

Hemos compartido unos hermosos días de apogeo del movimiento LGTBI, con el apoyo de la mayor parte de una sociedad abierta, moderna y que lucha por el reconocimiento de todos aquellos a los que nuestro país ha maltratado injustamente, encarnizadamente, despiadadamente. Aquí, en España, cabe una larguísima lista de colectivos que no han tenido nada fácil su integración y, ni siquiera, se ha querido reconocer su existencia. Este país ha sido cruel con multitud de grupos a los que ha perseguido y castigado en vida y, en ocasiones, ni siquiera ha dejado de maltratar después de su muerte.

Entre los que hemos estado viendo y viviendo el gran acontecimiento dedicado a la extensión de la diversidad que ha supuesto en World Pride de Madrid, hay que reconocer que hemos asistido a una semana histórica. Para los que ya vamos acumulando años, acoger en nuestro país un evento de estas características tiene un punto de intensa emoción. La mezcla de reivindicación y fiesta, de proclamación y desenfado y, en definitiva, de concentración social cara al mundo exterior ha supuesto un hito en una España que, tradicionalmente, ha alcanzado en décadas pasadas un mayor protagonismo internacional por su conservadurismo y espíritu retrógrado.

Por pura deformación de cultura cristiana y por cierta influencia materna desde la infancia, siempre que asisto a cualquier reunión festiva tiendo a asumir cierta melancolía por los ausentes. Intento taparlo, porque no hay nada más lamentable que un cenizo en una celebración, pero en el fondo de mi mirada siempre se encuentra la búsqueda de los que no están disfrutando de la alegría. Este es el motivo de esta columna.

Creo que, en estos días de compartida alegría de colectivos tan diversos, tenemos la obligación de acordarnos de los que a la vez sufren con profundo dolor en estas jornadas de extendida celebración. Quiero tener un recuerdo muy especial para el numeroso sector social de los intransigentes más reaccionarios. Me refiero a este grupo, de tan importante presencia en España, que subsiste pese a su manifiesta discapacidad intelectual y social. Esos españoles que toda su vida andan con las orejeras puestas, que sólo ven aquello que desean ver y que siguen creyendo que todos los demás nos equivocamos y tendríamos que ser obligados a comportarnos tal como a ellos les plazca.

Una lección básica de navegación política

¿Cabe mayor ejercicio de altruismo que el de esta peculiar demencia obsesiva que lleva a preocuparse no por sus problemas, que son serios y abundantes, sino que parece que sólo tenga ojos para todos los demás? ¡Qué tremendo sufrimiento el de quien, además de llevar una vida basada en la represión, la autoflagelación y la contención, pretende que no haya nadie a su alrededor que no viva según sus peculiares cánones!

Para colmo, el hecho de haber gobernado el país durante décadas, de mantener hoy en día a significativos representantes en puestos de responsabilidad política, empresarial y, por supuesto, en la cúpula religiosa, les lleva a creer que aún pueden ser capaces de mantener la subsistencia de su tribu. No son conscientes de que se trata de una especie en extinción. Por eso, defiendo la máxima solidaridad con estos incomprendidos. Unas fiestas como las vividas estos días han podido llevarse por delante a muchos de sus miembros a poco que hayan encendido el televisor. Hasta una cadena nacional, La Sexta, retransmitió todas celebraciones. Incluso uno de sus principales templos de reunión, Telemadrid, ha abierto durante unos días sus puertas y ventanas al mundo exterior.

Este país necesita ser sensible con los más necesitados, los más reaccionarios. Defiendo abiertamente que apoyemos solidariamente a este colectivo con el que resulta tan complicada la convivencia. Tienen limitada su capacidad de asimilación intelectual, padecen graves problemas de comunicación con el exterior y cada vez tienen más difícil encontrar nuevos miembros de su civilización. Algún día se extinguirán. Esperemos darles los necesarios cuidados paliativos para que su desaparición sea lo más plácida posible hasta el último día.

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