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La UE sigue buscando un papel en la seguridad mundial

Los presidentes ruso y estadounidense, Vladimir Putin y Joe Biden.

Miguel López

La recientes cumbres de la OTAN, de la Unión Europea con Estados Unidos y de los presidentes Biden y Putin, celebradas en apretadas agendas los días 14 al 16 de junio pasado, dan material de análisis suficiente para pensar en qué medida los proyectos de estas organizaciones cumplen las expectativas creadas en los últimos años en materia de política exterior y de defensa y sobre la perseguida autonomía estratégica de la UE.

Algunos eventos importantes han espoleado a los dirigentes para tomar en serio los retos que se nos presentan. Por una parte, la aparición de la pandemia de covid, que debilitó seriamente nuestras economías y golpeó con contundencia las capacidades sanitarias en todo el mundo, mostrando la fragilidad de nuestros sistemas de salud y las carencias de nuestras reservas estratégicas en productos de emergencia médica. Por otra parte, y no menos importante por lo que simboliza, el secuestro de un avión comercial por parte de Bielorrusia el 23 de mayo, un vuelo entre Atenas y Vilna, dos capitales pertenecientes a la UE, cuando surcaba el espacio aéreo bielorruso y a punto de entrar en el lituano. El avión, de la compañía Ryanair y registrado en Polonia, llevaba entre el pasaje a un periodista, crítico con el régimen de Lukashenko, que sería detenido al aterrizar en Minsk. Se pudo constatar que, cuando el avión reanudó su vuelo cinco horas más tarde, el periodista Roman Protasevich, su novia y cuatro ciudadanos rusos no reembarcaron. Este acto de piratería aérea fue un auténtico “ataque a nuestra democracia, nuestra libertad de expresión, nuestra soberanía, la seguridad de nuestros ciudadanos y nuestra libertad de circulación”, en declaraciones del comisario europeo de mercado interior, Thierry Breton. Además de un ataque a la “libertad de prensa”, añadió el comisario, exigiendo la inmediata liberación del periodista y su pareja así como la de “todos los presos políticos” en Bielorrusia.

Actos de este tipo ponen en evidencia que ni la seguridad del territorio de la UE ni la de sus ciudadanos está garantizada. Una muestra más fue la brusca interrupción de la rueda de prensa que estaban ofreciendo el 8 de julio el presidente del Gobierno español Pedro Sánchez y el presidente lituano Gitanas Nauséda en la base aérea de Siauliai (desde donde España participa en la misión de Policía Aérea del Báltico) motivada por el comienzo de una misión real (Alpha Scramble, en terminología OTAN) tras la incursión de un avión ruso no identificado en el espacio aéreo lituano. Seguro que la brillante idea de hacer la conferencia de prensa en un hangar de alarmas se le ocurrió a algún “fontanero” del servicio de protocolo de la Moncloa. Una bonita ocasión para mostrar que el Eurofighter que estaba en turno de alerta era español y que en solo quince minutos tiene que estar en el aire. Pero, ¿alguien se ha parado a pensar si la parafernalia que hubo que desmontar a toda prisa pudo retrasar la misión? Tengo dudas sobre si el minuto de gloria se lo llevó Rusia (se lo pusieron en bandeja) o el destacamento Vilkas (lobo en lituano) de nuestro ejército del aire en Lituania.

Respecto a la cumbre de la OTAN, ha sido un intento más de reinventarse con la aprobación formal del documento OTAN 2030: Una agenda trasatlántica para el futuro (ver aquí), que será la llave para el nacimiento de un nuevo Concepto Estratégico que sustituya al de 2010. En esta ocasión se ha puesto de relieve la necesidad de reforzar el vínculo trasatlántico por los desafíos crecientes de Rusia y China pero se ha pasado de puntillas por el hecho de que solo un tercio de los aliados cumple con el compromiso de dedicar el 2% del su PIB a gastos de defensa, tal como se había acordado en la Cumbre de Gales de 2014.

Más optimista sobre la financiación de nuestra seguridad, el comisario Breton presentó el 30 de junio el lanzamiento formal del Fondo Europeo de Defensa como un “auténtico cambio de paradigma” con la adopción del primer programa de trabajo anual dotado de 1.200 millones de euros destinados en 2021 a la cooperación industrial europea, la innovación y competitividad en materia de defensa, iniciativa que los americanos ven con cierto recelo. De hecho, Washington ya ha mostrado su interés en participar en uno de los proyectos de la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO), el de infraestructuras de transporte y movilidad militar, liderado por los Países Bajos. Algo que no casa mucho con la determinación de reducir la dependencia de EEUU, como tuve ocasión de explicar en este medio (ver aquí).

En cualquier caso, no hay que ocultar que, de los 46 proyectos iniciales de la PESCO presentados hace ya más de tres años con gran pompa, un tercio sufre importantes retrasos, otro tercio ha sido pospuesto sin fecha y unos cuantos más no han encontrado aún financiación nacional, según un documento filtrado y analizado por Politico (ver aquí). En el haber de ese mecanismo cooperativo están los proyectos, muy avanzados, de un manual común sobre ciberataques liderado por Lituania, y del mando médico europeo liderado por Alemania. El comisario europeo ha hecho mención a la puesta en marcha de un cambio de paradigma en materia de política exterior y de defensa de la UE, refiriéndose a la necesidad de aumentar su hard power a través de la investigación en nuevo armamento, drones de ataque, sistemas anti-NRBQ (Nuclear, Radiológica, Biológica y Química ) y de inteligencia, es decir, todo el contenido de los proyectos de la PESCO. Pero si el sistema de toma de decisiones para la utilización de esas capacidades ante una crisis no sufre un cambio radical, de nada habrá servido el esfuerzo presupuestario y quedara ad calendas graecas el deseado papel de actor importante en el tablero geopolítico mundial.

Por último, el encuentro entre los presidentes norteamericano y ruso mantenido en Ginebra, además de la primera oportunidad para ambos mandatarios de departir personalmente, constituyó una especie de pelea de gallos en la que los reproches mutuos no faltaron, todo ello en un clima de tensión atemperado por el necesario barniz protocolario y el retorno de embajadores a sus puestos. A las críticas de Putin a su homólogo americano en materia de legalidad internacional y derechos humanos, recordándole las cárceles secretas repartidas por todo el mundo, que Guantánamo sigue abierto y que los asaltantes al Congreso norteamericano el 6 de enero no son más que opositores políticos, Biden replicó con los continuos ciberataques de hackers rusos y las supuestas ayudas al triunfo de Trump en las elecciones de 2016, además de la represión política a sus opositores (affaire Navalni) y el restablecimiento de la integridad territorial de Ucrania. En todo caso, ambos líderes mostraron implícitamente su deseo de no comenzar una nueva guerra fría.

Una vez más, la UE ha quedado al margen de unos encuentros que debería haber protagonizado, como han coincidido en señalar el presidente Macron y la canciller Merkel, considerando que no es suficiente con que Biden se reúna con Putin. Este mayor protagonismo de la UE, que deberían representar a dúo la presidenta de la Comision Europea, Ursula von der Leyen y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, fue sin embargo rechazado contundentemente por los países del Este y del Báltico, muy atlantistas y siempre cautelosos mientras no cambie el comportamiento ruso. Al fin y al cabo, como perspicazmente apuntó el primer ministro austríaco Kurz, la situación de Ucrania nos afecta a los europeos más que a Estados Unidos.

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