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Cambio climático

25S: La movilización climática intenta reponerse al covid con la esperanza puesta en las promesas de Biden y China

Protesta climática en Roma (Italia).

2020 estaba planeado como el gran año de la movilización climática tras el despertar sin precedentes de 2019, y ante la certeza de que nos queda muy poco tiempo para evitar los peores efectos del calentamiento global. Sin embargo, la pandemia del nuevo coronavirus, como no podría ser de otra manera, ha desplazado todo lo que no fuera la emergencia sanitaria a segundo plano. Pero la crisis climática no entiende de prioridades: sigue avanzando inexorable –por el momento– y dejando claro que no se trata de un futuro aterrador, sino de un presente con hechuras de distopía. Los megaincendios en California, que han batido récords de destrucción y que solo encuentran precedentes en el último lustro, la intensa temporada de huracanes en el Atlántico y la generación de tormentas tropicales nunca vistas en el Mediterráneo así lo atestiguan, entre otros sucesos. En este difícil panorama, la juventud climática de todo el mundo convoca movilizaciones en cientos de ciudades de todo el planeta este próximo viernes con un objetivo muy claro: volver a poner el fenómeno en el debate público. Esta vez, con una buena noticia entre manos, aunque con toda la cautela posible: China, el mayor emisor en términos totales del mundo, ha anunciado que buscará ser neutral en carbono para 2060. Los analistas piensan que si cumple sus promesas, y si Biden gana en Estados Unidos y las cumple también, estaríamos más cerca que nunca de limitar el aumento del termómetro a 1,5 grados para 2100, la meta del Acuerdo de París de 2015. Un escenario que pasa de extremadamente difícil a difícil. extremadamente difícildifícilAsí están las cosas. 

En España, la convocatoria de Fridays for Future, la organización de jóvenes activistas contra el cambio climático –y que han secundado organizaciones clásicas, como Greenpeace y Ecologistas en Acción, otras de nuevo cuño, como Extinction Rebellion, y asociaciones no directamente implicadas en la lucha medioambiental– atestigua que, de alguna manera, se han hecho mayores. El manifiesto, consultable aquí, relaciona directamente la crisis climática con una crisis más amplia, sistémica, donde el covid-19 es solo una de las manifestaciones. Rechazan así las acusaciones de frivolidad, de que no es el momento: no se trata de departamentos estancos. "Se han evidenciado las debilidades y contradicciones de una economía depredadora que se encuentra al límite del colapso; de un sistema neoliberal que precariza los servicios públicos y crea grandes desigualdades; de una globalización que se sostiene sobre la explotación del territorio y las personas, y que globaliza también la catástrofe, en forma de pandemia, de cambio climático o de inestabilidad económica", explican. 

La convocatoria global, también en particular la española, se centra en la relación entre esta crisis sistémica, el cambio climático y el trabajo. Evitan directamente la confrontación, a su juicio falsa, entre actuar contra el calentamiento global y el mantenimiento de puestos de trabajo que se pueden ver en peligro por la transición ecológica. No se trata de no actuar por el medioambiente para evitar despidos, sino de defender un "nuevo modelo laboral justo y ecológicamente sostenible" que, sin agotar unos recursos que no tenemos, genere riqueza y la distribuya "equitativamente". "El trabajo que creemos, también de los sectores más afectados, tiene que ser más sostenible y respetando los límites del planeta", explica Pere Joan Femenia, de Fridays for Future. No vale la excusa del covid-19, asegura, para seguir apostando por un modelo turístico basado en buena parte en la precariedad y que dinamita el litoral español: o por industrias de combustibles fósiles que ya deberían ser parte del pasado. 

Para Nacho García, responsable de Movilización de Greenpeace, el reto está en acercar la movilización climática a otros sectores y luchas que están siendo también golpeadas por el covid-19, evitando hacer cada uno la guerra con su cuenta. "Hay que acercar esas preocupaciones del ámbito social, que la gente vea que lo ambiental tiene relación con otros problemas", afirma. Su organización, pone de ejemplo, se manifestó el pasado viernes en contra del confinamiento perimetral de los barrios del sur de Madrid y defendió otro tipo de abordaje del descontrol sanitario que en estos días reina en la Comunidad. Hay una clara intención de tachar a los ecologistas de privilegiados que se preocupan de un conflicto menor: y, para todos los convocantes del 25 de septiembre, hablar de crisis ambiental es también hablar de salud, de vida, de trabajo, de economía, de sociedad y, sobre todo, de política. "La presión de los lobbies empresariales", matiza, "es fuerte" para que la recuperación tras el golpe del covid vuelva a un anterior statu quo que ya había dejado de funcionar.

No han sido meses fáciles. Ni para organizarse, ni para hablar de cambio climático ante el tsunami informativo –lógico– del SARS-CoV2. Aun así, explica García, y a diferencia de otras movilizaciones, la colaboración entre las distintas organizaciones ambientales, y las conversaciones con otras de otro cuño –como las sindicales– sigue funcionando como una máquina bien engrasada. "Nuestro foco es el tema ambiental y las discrepancias son cada vez menores", presume. Además, "va incorporándose la vinculación entre lo social y lo ambiental", y pese a que sigue habiendo conflictos, el consenso de mínimos sigue agrandándose. 

García asegura que las concentraciones convocadas en decenas de ciudades y pueblos de toda España para mañana tendrán muy en cuenta las precauciones derivadas de la segunda ola de la pandemia que se vive en España. En las movilizaciones que se esperan más grandes, como las de Madrid o Barcelona, han designado responsables para controlar que se guardan las distancias de seguridad y que todo el mundo lleva la mascarilla bien puesta. En la capital, se volverá a la clásica sentada en las inmediaciones del Congreso. En la ciudad condal, los jóvenes leerán su manifiesto frente al Ayuntamiento. En Málaga, por su parte, se celebrará una manifestación por el casco histórico; y en València se distribuirán "pegatinas y pancartas en formato sábana por localizaciones políticas de la ciudad". Los chicos y chicas de Bilbao planean incluso cortar la carretera frente al Consistorio. 

La primera buena noticia en años

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A nivel global y de negociaciones multilaterales, todo hacía pensar que 2020 iba a ser un año complicado tras la cancelación de la cumbre del clima. Es el momento de que los países actualicen sus compromisos climáticos de cara a que sean compatibles con el gran objetivo: limitar el aumento de la temperatura a finales de siglo a, como mucho, dos grados. Sin embargo, y contrariamente a lo esperado, esta semana se ha recibido una gran noticia: la promesa de China de alcanzar la neutralidad climática en 2060. Supone un giro en la política del Partido Comunista, que salió de la pandemia apostando de nuevo por las centrales de carbón para reactivar su tejido productivo. Pero los analistas consideran que Pekín lo dice en serio y que su economía planificada le facilitará cumplir la meta. Y según Climate Action Tracker, una de las organizaciones más reputadas en cuanto a medir y cuantificar la ambición climática de cada país, ha afirmado que si cumple lo pactado, y si el candidato demócrata Joe Biden gana y cumple su meta electoral, estaremos en mejor posición que nunca para ganar la batalla. 

Suena difícil de creer: un analista climático optimista. Pero tampoco mucho. La palabra usada por Climate Action Tracker con respecto al objetivo de 1,5 grados es que el avance de esos dos gigantes, junto al de la Unión Europea, lo haría "visible", que no "abordable", "fácil" u otro sinónimo. Seguirá siendo difícil, porque del dicho al hecho hay un trecho. Y más allá del gigante asiático, está por ver que Joe Biden, en primer lugar, gane; en segundo lugar, que Donald Trump se vaya (no, no está claro que vaya a abandonar la Casa Blanca en caso de derrota electoral, así es Estados Unidos) y, en tercer lugar, que cumpla lo prometido en cuanto a sus metas a largo plazo. Los ecologistas llevan años denunciando que anunciar grandilocuentes reducciones de emisiones para 2050 es fácil: lo difícil es establecer una reducción acorde al reto a corto plazo, en 2030, que no deje todos los deberes para el final y que aborde la emergencia climática como una emergencia de verdad. De ahí las críticas a la Comisión Europea.

Climate Action Tracker cifra en un 65% las posibilidades de que nos quedemos en un grado y medio de calentamiento global si China y Biden abrazan la acción climática: teniendo en cuenta las décadas de inacción, es la mejor noticia que se ha recibido en este ámbito. Y más, teniendo en cuenta que la recuperación verde que tanto se ha cacareado en los pasillos de Bruselas tiene aún que demostrar, en primer lugar, su existencia, y en segundo lugar su eficacia. En julio, un análisis de la consultora británica Vivid Economics sentenció que la gran mayoría de paquetes de recuperación de los países industrializados, entre ellos, España, no hacían lo suficiente para garantizar un medio ambiente estable, seguro, sano y sostenible. Así que, pese a los brotes verdes, hay mucho por hacer, por demostrar, por transformar y por pelear: mañana, en las calles. 

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