Los desafíos de la democracia

De la corrupción al rechazo de las reformas: así ceban las élites a los nacionalpopulistas

El exvicepresidente del Gobierno Rodrigo Rato a su llegada a la prisión madrileña de Soto del Real

La política mundial está mutando. La democracia liberal cede terreno ante el auge a escala global de un populismo al que el establishment responde instintivamente con tecnocracia. Y esto –advierten quienes lo han visto antes– alimenta a la bestia. El profesor de política económica en Harvard Dani Rodrik hace una distinción entre un populismo de izquierdas basado en el eje ideológico y un populismo de derechas basado en el factor identitario. El izquierdista invoca un soberanismo popular ante el abismo abierto entre las instituciones rectoras de un mundo globalizado y el derechista señala como chivos expiatorios a los progres cosmopolitas y a los inmigrantes. Son distintos. No son lo mismo ni apelan a lo mismo Donald Trump, Viktor Orbán y Mateo Salvini que Beppe Grillo, Alexis Tsipras y Pablo Iglesias, aunque –como ha señalado Yascha Mounk en El pueblo contra la democracia– a veces sus discursos suenen "sorprendentemente similares". Y cuando mayor es la similitud es cuando apuntan el dedo acusador hacia las élites.

En España las élites son los consejeros de las grandes empresas. Los banqueros, por supuesto. El IBEX. Políticos, especialmente los bien conectados, los guardianes del statu quo. Los que Podemos llamaba allá por 2014 "la casta". Las élites son los altos magistrados. Los rectores universitarios. Los gobernantes: senadores, diputados, ministros. La Familia Real también, claro. Los miembros del Consejo de Estado. Todos esos señores –más que señoras– de las instituciones magnas. Una impresión recorre la sociedad: esta constelación de pesos pesados está vinculada por lazos secretos. Es lo que en su momento Podemos llamaba "la trama". ¿Recuerdan la breve experiencia del "tramabús"? "Desde el punto de vista académico, está acreditado que el componente antielitista está presente en todo lo que se pueda caracterizar como populista, sea a izquierda o derecha", señala Sebastián Lavezzolo, doctor en Ciencias Políticas.

"Antielitismo" no suena mal. Suena popular. El problema es que esta fijación a menudo pasa del cuestionamiento de los privilegios de la "casta" al cuestionamiento de las propias instituciones. Lavezzolo señala que es rasgo del populismo una "animadversión" a los partidos políticos como agentes de representación. No es el único agente de representación que el populismo pone en el punto de mira. De Trump a Viktor Orbán, los nuevos "nacionalpopulistas" demonizan a medios de comunicación, sindicatos y al propio sistema judicial cuando sus resoluciones no les sonríen. Estorba todo lo que se interponga entre el populista y el pueblo. Esto multiplica lógicamente la responsabilidad de esos agentes que se interponen, que para no dar más argumentos al populismo están obligados a elevar su listón de autoexigencia. Y sin embargo...

El catedrático de Filosofía José Antonio Pérez Tapias, puntal durante años de la corriente más izquierdista del PSOE hasta su baja del partido en enero de este año, cree que el propio "régimen del 78" se ha buscado su descrédito. "Ha habido una constelación de daños en todo el sistema institucional. Es lo que me lleva a decir que el régimen del 78 está agotado y que hace falta una reforma constitucional o incluso un proyecto constituyente", señala Pérez Tapias. "Lo que llamamos sistema, ese entramado de poder político, económico, judicial y militar, que llega hasta la Corona misma, se compone de instituciones afectadas por una ola de descrédito que se ha buscado el propio sistema. No ha surgido de golpe y porrazo, sino que ha aflorado todo lo acumulado. Como los casos de corrupción, que han ido saliendo todos uno tras otro, llevándonos a la conclusión de que no ha habido un problema de determinadas personas, sino del sistema", explica.

  "Desencadenante" del populismo

Suele decirse –de manera algo tópica, pero no por eso menos cierta– que el prestigio de las instituciones es fácil de destruir y difícil de recuperar. Pérez Tapias está de acuerdo. Y sale a colación la decisión del Tribunal Supremo deendosar el Impuesto de Actos Jurídicos Documentados al cliente, tras haber amagado con imputárselo a la banca. "Ha habido una percepción generalizada de que han ocurrido muchas cosas en la trastienda", afirma. Tampoco ve edificante el repentino acuerdo entre PP, PSOE y Podemos –este partido en desacuerdo con algunos puntos– para la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Lavezzolo asiente. Decisiones como la del Supremo en relación con la banca "ahondan en una percepción del ciudadano medio sobre el sistema político que es uno de los desencadenantes de la reacción populista". "Siempre que se observa un alejamiento entre lo que creemos que son las preferencias mayoritarias y las instancias que toman las decisiones se alimenta esa reacción populista. No ha habido nada ilegal, no tenemos pruebas de nada así, pero el imaginario colectivo incorpora la idea de que ha habido presiones", señala Lavezzolo.

¿Es justo? ¿Es injusto? Imposible responder con tino. Pero sí podemos esbozar el caldo de cultivo. Ninguna institución ha hecho méritos –o no los suficientes– para estar a salvo del descrédito. Los partidos políticos se han visto envueltos en numerosos casos de corrupción. La Gürtel, Bárcenas, Lezo, Púnica y no pocos más en el PP; los ERE en Andalucía por el PSOE; el Palau y el 3% en la antigua CiU, hoy heredada por el PDeCAT. Las tarjetas black de Caja Madrid, que implicaban a representantes de partidos desde el PP a IU, así como a los sindicatos, ofrecían una estampa transversal de corruptela y aprovechamiento indebido del cargo. El rescate de las cajas de ahorro se hizo pasando escasa factura a sus responsables, entre los que volvían a destacar los políticos. El que fuera gran banquero de España, Emilio Botín –fallecido en 2014–, de notable influencia política, tenía cuentas familiares opacas en Suiza por las que pagó 200 millones de euros a Hacienda con el fin de no ser imputado por delito fiscal. El que fuera presidente de la patronal Gerardo Díaz Ferrán acabó en la cárcel por delito fiscal.

  Un catálogo de vergüenzas

Más de una decena de ex ministros de José María Aznar han tenido o tienen problemas legales. El que fuera ministro del llamado "milagro económico", Rodrigo Rato, duerme entre rejas. También el cuñado del rey, Iñaki Urdangarín. Su yerno, el rey emérito Juan Carlos de Borbón, se libra de una investigación penal y parlamentaria por supuesto cobro de comisiones y evasión de capitales –hechos que describe su expareja Corinna zu Sayn-Wittgenstein en unas grabaciones– gracias a su blindaje legal. Para colmo las grabaciones del comisario Villarejo que semana sí y semana también se van filtrando apuntan a que lo que se conoce como "la cloaca" –envés sórdido del haz de "la trama"– tiene capacidad de extorsión sobre los representantes democráticos.

En fin, el catálogo de hechos poco edificantes es largo. Cada lector podría añadir dos o tres párrafos más. Es una lista en la que se mezclan corrupciones y corruptelas, actos deshonestos y conexiones indebidas, conformando un abono perfecto para la desconfianza ciudadana, preludio del populismo. Así el llamado caso máster no se queda sólo en un escándalo que afecta a un puñado de políticos beneficiados por una universidad, sino que extiende su sospecha a todo el sistema universitario. Así las dudas sobre el Supremo no son entendidas como resultado de una pulcra discusión jurídica, sino como la expresión de un juego de presiones e intereses tras las cortinas del poder fáctico. Todo esto sitúa a las instituciones en el ojo del huracán.

  "Como príncipes"

En su artículo Siete cosas que hemos aprendido sobre el populismo, publicado en Agenda Pública, los investigadores Eva Anduiza y Guillem Rico identifican el rechazo a las "élites corruptas" como una eficaz gasolina para el motor de los políticos que basan su éxito en la simplificación del mundo. Desde una óptica marcadamente liberal, el doctor en Filosofía por la Universidad de Heidelberg Axel Caiser, director de la Fundación para el Progreso de Chile, no duda en señalar que, en lo que respecta a las élites a nivel internacional, en el pecado llevan la penitencia. Cuestiona tanto su conducta previa al populismo como su reacción. "Los movimientos populistas se nutren [...] de élites que se desconectan de la realidad de sus ciudadanos", escribe en Diario Financiero.

"Viviendo como príncipes y utilizando la política como trampolín para entrar a grandes empresas o medios de comunicación donde luego se hacen ricos, las élites actuales en Europa y Estados Unidos han deteriorado enormemente su credibilidad", señala. "Los excesos versallescos de la Unión Europea" y "la corrupción de la clase gobernante americana" son dos de las culpas que Caiser les atribuye. "Cuando Trump decía que Washington estaba tomado por grupos de interés tenía razón. Él, por supuesto, resultó ser más de lo mismo, pero el discurso le sirvió para llegar al poder", añade. Caiser critica que, una vez el monstruo populista ha crecido, la clase dirigente sólo tiene imaginación para reaccionar de una manera: acusarlo de racista, nacionalista, nazi e islamófobo.

  Replantear la democracia

Desde un punto de vista diferente, el catedrático de Política Económica Antón Costas también lleva años alertando sobre la ceguera de la dirigencia. "Mientras las élites no acepten que tienen una importante responsabilidad en el ascenso de los populistas, difícilmente se conseguirá derrotarlos", escribía en un reciente artículo en El País. Su tesis es que la resistencia al cambio de las instituciones alimenta el fanatismo nacionalista, mientras la renovación del contrato social y la salida progresista lo debilitan. La UE parece aceptar este mensaje. Con resistencias y dudas, intenta levantar el llamado "pilar social" para frenar el avance del populismo. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, hace lo posible por neutralizar la imagen de la UE como un gestor de intereses poco claros regido por tecnócratas burocratizados cuya agenda está determinada por lobistas. Mounk, en El pueblo contra la democracia, alertaba del riesgo mayúsculo que para la credibilidad del sistema supone cualquier indicio de endogamia de la clase dirigente. Es probable que fenómenos como el viraje del Supremo y las elecciones a dedo en el CGPJ contribuyan a esta imagen.

Sílvia Claveria, doctora en Ciencias Políticas, afirma que España "ha sufrido una crisis democrática y de representación en todos los ámbitos" en el camino hacia la adaptación "a un mundo más complejo". Ante el nuevo escenario, pugnan tecnócratas y populistas, sino que consiga abrirse paso entre medias un discurso político constructivo. ¿Es esta situación responsabilidad de las élites? A juicio de Claveria, lo es en la medida en que no sean capaces de "replantear el funcionamiento de la democracia". El problema estaría más en su dificultad para adaptarse al cambio y promover la reforma que en su conducta.

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  "Ni torpes, ni ineptos"

No seamos tan duros con nosotros mismos, viene a decir el politólogo Roger Senserrich, que reside en Estados Unidos. No opina que las élites españolas sean "especialmente lentas, ni torpes, ni ineptas". Son en todo caso, a su juicio, muy legalistas y funcionariales, lo cual explicaría una falta de imaginación reformista y capacidad de innovación política. "En España el Estado cumple bien sus funciones básicas. Los trenes llegan a su hora, como se suele decir. El problema es que las instituciones toman decisiones muy poco comprensibles y obsoletas porque se han tomado siempre", expone. Senserrich se resiste hablar de deshonestidad o fracaso de las élites españolas. También cree que el sistema ha reaccionado razonablemente bien –no a la perfección, claro– tras la crisis económica. "En España hubo élites que se corrompieron. Pero la justicia, lenta y torpemente, ha reaccionado. El yerno del rey –subraya– está en la cárcel". No descarta incluso que la aceptable reacción del Estado tras la crisis explique en parte la inexistencia de un populismo fuerte en España. "Podemos no es un partido populista como tal. Es Izquierda Unida con más talento mediático", resume.

Claro, la comparación de España la está haciendo con Estados Unidos. Senserrich sí cree que allí se ha producido un clamoroso "fracaso de las élites" –título de un suculento artículo suyo en Politikon. Pero desliga este fracaso del factor desvergüenza-corrupción y lo vincula a su incapacidad para extender a la mayoría los beneficios del progreso económico. "Ahí la élite de Estados Unidos ha fracasado brutalmente", señala. A eso se suma que "la impunidad" por los desafueros previos al reventón de la crisis ha sido mayor en Estados Unidos. "Aquí ha ido una persona a la cárcel. Una. Bernie Madoff". Resultado de toda esta coctelera de factores: Donald Trump. Está por ver qué tipo de fenómeno político alimentan los errores de los de arriba en España.  

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