Racismo

"Los migrantes no saben a quién le va a tocar esta vez": la alarma de la xenofobia más violenta se dispara en Murcia

Varias personas durante una concentración convocada por STOP Racismo Región de Murcia, contra el racismo, el fascismo y la xenofobia, en Cartagena.

En las calles nadie se reconocería abiertamente racista. Pero algunos de los comentarios que susurran los vecinos se asemejan peligrosamente a otros que recorren las instituciones y que muchos no han dudado en calificar de discurso de odio. En Murcia llevan cerca de un mes lamentando un ataque racista tras otro. Agresiones –no siempre físicas– contra personas que conviven desde hace décadas en la región. Se trata de episodios que han hecho saltar todas las alarmas, pero que no terminan de sorprender a quienes llevan años denunciando la escalada de la violencia.

"Estaba la gasolina, pero la chispa apareció con la legitimación y la institucionalización del odio al inmigrante a través de Vox". Habla Paulino Ros, periodista y autor del blog Islam en Murcia. La mezquita sita en Cabezo de Torres, pedanía al norte de la comunidad, amaneció el pasado miércoles con varias pintadas: "Stop invasión" y "No al islam". Junto a ellas, una rojigualda ataviada bajo el lema "La soberanía de España no se negocia". Quienes se agruparon a las puertas del templo se encontraron además con la cabeza de un cerdo atravesada por un cuchillo. Es el ejemplo más reciente, pero no el único.

Poco antes, una joven ecuatoriana fue apuñalada mientras acudía a un banco de alimentos. El ataque fue perpetrado por una ciudadana española, bajo el grito: "¡Sudaca! ¡Nos quitan la comida!". Esta agresión vino precedida por otra, un punto de inflexión en la escalada de violencia: el asesinato de Younes Bilal. El hombre, de 37 años, fue asesinado por un militar retirado. Fue en la localidad de Mazarrón, el pasado 12 de junio. Lo mató a tiros, después de que el joven tratara de defender a sus amigos y a una trabajadora del bar en el que se encontraban, frente a los insultos racistas del agresor. El militar terminó con su vida mientras le increpaba "¡Moro de mierda!". Todo esto ocurre mientras Mimun Jutaibi, de tan sólo 22 años, se recupera en el hospital después de haber sido agredido en un ataque racista.

Más que de una escalada de tensión, Paulino Ros se inclina por hablar de una "escalada de acción". La tensión, percibe, ya existía previamente y se expresaba a través de un "racismo latente desde hace mucho tiempo". El principal cambio llega con la propagación del odio en las instituciones, a través de un discurso que "legitima este tipo de actitudes", describe el periodista. Antes de la irrupción de la ultraderecha, tras las autonómicas de 2019, "en los discursos de los bares estaba el odio al inmigrante", un discurso que expresaba además una contradicción: sin la fuerza de trabajo de las personas migrantes, la economía se para. "Es impensable la vida de Murcia sin la mano de obra extranjera", relata Ros, casi siempre gracias a las condiciones esclavas que soportan.

Osama Alalo, sociólogo de origen marroquí, llegó a Murcia en 2003 por "motivos de reagrupación familiar". Eligió la región para vivir, para estudiar y forjar su futuro. "La gente se ha empoderado en contra de la inmigración. En cualquier momento puedes sufrir un ataque, nunca se sabe cuándo te va a tocar", dice al otro lado del teléfono. A su entender, el cambio no es sutil, sino que la llegada de la ultraderecha marca un antes y un después claro: hubo un tiempo en el que "llamar a alguien racista era un insulto", recuerda, pero el paso de los años ha caminado hacia una regresión y "ahora es casi un elogio". El motivo, coincide, está en el "discurso que legitima y llama a la acción contra los que consideran enemigos de España". Un caldo de cultivo que ha encontrado una alianza perfecta en la crisis poliédrica derivada del coronavirus, con la que se acentúa "la desigualdad, la marginalidad y la exclusión social: la gente ve en el inmigrante uno de los causantes de la crisis".

Fuera de la agenda

Sabah Yacoubi preside la Asociación de Trabajadores Inmigrantes Marroquíes (ATIM). Reside en Murcia desde hace más de dos décadas y se resiste a afirmar que la suya es una región racista. Pero sí admite sorpresa ante la escalada de violencia. "Sólo tiene una explicación y es la misma que preocupa en la Unión Europea: el movimiento extremista", dice en conversación con este diario. Con una diferencia: en suelo español, la extrema derecha ataca con mayor virulencia gracias al "blanqueamiento de los medios de comunicación y a determinados partidos políticos". Yacoubi se ha desgañitado para denunciar la "burda instrumentalización del hecho migratorio" por parte de la extrema derecha, una dinámica que muestra "el telón de fondo xenófobo y racista de este grupo político, basado en mentiras y bulos para sacar rédito político".

En las calles, el miedo es latente. "Las personas migrantes tienen miedo, porque no saben a quién le va a tocar después", lamenta la activista. En la región habitan 222.217 ciudadanos extranjeros, un 14,7% del total, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística. Tras el asesinato de Younes Bilal, los vecinos salieron a la calle en repulsa del "racismo, el fascismo y la xenofobia". Yacoubi lamenta la presencia anecdótica de españoles tras las pancartas. Las comparaciones son, a veces, inevitables y la activista no puede dejar de recordar la oleada de solidaridad que despertó tras el asesinato de Samuel Luiz Muñiz, el joven que perdió la vida tras una paliza en A Coruña al grito de "te mato, maricón". Aquello desencadenó un apoyo masivo en las calles y una condena lógica por parte de los principales líderes políticos. No ocurrió así con el asesinato de Younes Bilal. A pesar de que la raíz es la misma: el odio. "La causa es también el discurso de la extrema derecha y así lo denunciamos, pero hemos visto que no ha tenido el mismo impacto, ni una palabra de condena", censura Yacoubi.

Si algo le hiere a Osama Alalo, es precisamente la tibieza: "Hay mucho silencio por parte de aquellas personas que no se quieren posicionar", lamenta. Una distancia que acaba en la "justificación" de la violencia, a través de su "normalización". "En Murcia la inmigración llega a finales del siglo pasado, ¿cómo entender que se nos siga considerando como eternos recién llegados?", clama.

Ros denuncia que ese abandono ha echado raíces en las instituciones de la región. "Suelen hablar de hechos puntuales", pero lo cierto es que existe un "racismo diario" que los migrantes "notan en su piel, en su día a día". El periodista cree, sencillamente, que el problema con el racismo "no está en la agenda, se ignora y no hay sensibilidad", debido a una "falta de conocimiento del otro" pero también por una dejadez a la hora de invertir en servicios sociales. Lo completa Alalo: para la clase política, los migrantes son "mano de obra", no sujetos de derechos. Sin políticas de integración, señala, "es imposible la convivencia". Unido a ello, perciben Ros y Yacoubi, la insignificancia política de los extranjeros: sin derecho a voto, los líderes institucionales los condenan a la irrelevancia, denuncian ambos.

Aumento de los delitos de odio 

¿Qué dicen los datos sobre delitos de odio en los últimos años? Un primer vistazo revela un crecimiento abrumador. Según los datos del Ministerio del Interior, los delitos de odio con base en el racismo y la xenofobia han experimentado un incremento progresivo desde 2013. Sólo el año 2016 concedió una tregua, con una bajada respecto al ejercicio anterior, y pese a ello el racismo se consolidó como la primera causa de los delitos de odio en el país.

En 2013, primer año con datos, fueron 381 los hechos conocidos –faltas administrativas y delitos penales–, mientras que en 2019, el último del que se disponen datos, la cifra escala hasta los 564 hechos conocidos.

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Entre los actos más frecuentes, el último año con datos revela que la forma de odio más habitual se expresa en amenazas (138), seguida de lesiones (128). A gran distancia se encuentra la discriminación (46), el trato degradante (38) y las injurias (32).

¿Cuál es la incidencia por comunidades? Una se posiciona entre las regiones con un mayor impacto de los delitos de odio por motivos racistas en los últimos años: Euskadi. En 2019, se conocieron un total de 54 hechos vinculados a este problema estructural, un total de 2,4 hechos por cada 100.000 habitantes. Durante el mismo año, en Murcia fueron registrados tres delitos de odio por estos motivos, una incidencia de 0,2 por cada 100.000 habitantes. Después de Euskadi, las comunidades con mayor incidencia en el último año son Madrid (1,6 hechos conocidos por cada 100.000 habitantes) y Cataluña (1,5 por cada 100.000).

Mikel Mazkiaran, abogado y portavoz de SOS Racismo Gipuzkoa, arroja algo de luz sobre las cifras. La respuesta tiene una lectura eminentemente técnica. Por un lado, tiene que ver con a la aplicación, por parte de la Ertzaintza, de un protocolo "para la recogida de atestados para delitos de odio que otras comunidades no tienen". Una recogida "efectiva de los datos", expone el letrado y activista, "tiene como consecuencia un aumento de la estadística". "Sigue faltando formación y concienciación por parte de los cuerpos policiales a la hora de recoger determinados atestados", sostiene Mazkiaran, quien ha participado en jornadas de formación dirigidas a la policía vasca. También está "pendiente unificar sistemas informáticos e integrar a un cuerpo policial que cada vez tiene una intervención mayor, como es la Guardia Municipal, que no participa en esta estadística". La otra explicación está en las limitaciones del registro oficial, que "no termina de ser fiable", aunque es "el único que hay". Esas carencias guardan relación, además, con el problema de la infradenuncia. Las víctimas de racismo y xenofobia, especialmente aquellas que se encuentran en una situación administrativa irregular, no siempre reúnen la fuerza necesaria para acudir a una comisaría. Osama Alalo lo resume así: "Todos los actos racistas que se producen, se quedan en nada", una realidad que da alas a los agresores y disuade a las víctimas a la hora de dar la voz de alarma.

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