Según el psicólogo Adrián Quevedo, el síndrome de la cabaña “hace referencia a una serie de respuestas emocionales y cognitivas que se dan en situaciones de aislamiento o de confinamiento forzado como lo que hemos vivido durante el tiempo de cierre”.
Solo un ciclón de responsabilidad individual y colectiva –conciencia, sensatez, empatía– puede salvarnos, en parte, de las decisiones que atienden a la sinrazón, demos la talla en cada fase por la que tengamos que transitar, pongamos que hablo de madrileños.
A veces la mente camina por unos derroteros que creemos no haber marcado y no entendemos el itinerario que lleva nuestra cabeza de un lugar a otro, aparentemente alejados entre sí, sin conexión alguna entre ellos.
Si no fuera porque la negrura de tanta enfermedad y muerte no se puede alumbrar con todos los vatios del mundo, este periodo sería uno de los más luminosos de nuestro tiempo.
Si ponemos el plano del camino que hemos recorrido junto al de la historia de la ciencia, en este punto preciso en el que nos encontramos, nos tocaría destronar a Newton y convertirnos en Einstein.
Concluido mi confinamiento de pies y con toda la ciudad por delante, pocos placeres podían superar una experiencia tan sencilla y cotidiana, pero tan colorida como un caleidoscopio.
Espéranos y pide muchas cervezas, somos legión los que iremos llegando para brindar contigo y celebrar que tu paso por la vida mereció la pena para ti y para nosotros.
Me gusta buscar metáforas, como si fueran piedras con formas curiosas en la playa porque, a veces, me ayudan a anclarme a lo importante.
Resulta que en estos cuarenta y no sé cuántos días ¿les he comentado que he perdido la cuenta? no he cumplido los propósitos que me marqué para el encierro hogareño.
Esta mañana me he puesto en modo Sancho Panza a hilar refranes sobre la desescalada, porque mayo tiene un montón.
Mucho de lo que en estos días echamos tanto de menos no pasó hace un siglo, pasó hace poco más de un mes. Y, sin embargo, nuestra mirada en aquellas fotos ya no es la misma que la de hoy, ha cambiado tanto como si hubieran transcurrido años, o siglos.
A la figuración la hemos perdido por completo los que estamos encerrados en casa y hemos dejado de figurar también para ellos, paisaje animado de la rutina.
He perdido la cuenta de cuántos días llevo sin hacer planes, sin esperar gran cosa, sin desear algo que no sea que acabe.
En este extraño Día del libro sumo a mi devoción por la lectura la que tengo por escribir, aunque a veces duela, como la vida…
En el siglo pasado, territorio de mi infancia, el tiempo de asfaltar coincidía con el tiempo de agostar. Y este verbo, en el paisaje urbano, no describía un terreno de plantas secas sino una ciudad vaciada.
Habría que encontrar la manera de que los primeros no sean los últimos, de que ellos también tengan su porción de “nueva normalidad”, aunque sea pequeña.
A lo largo de nuestro recorrido vital, los seres humanos vamos llenando dos tarros al tiempo, uno con las experiencias felices y otro con las dolorosas.
Esta experiencia mortal, pero también vital, la recordaremos por muchos motivos desgarradores, pero también habremos almacenado experiencias que en otro caso difícilmente se habrían llegado a producir. “¿Os acordáis de cuando se nos metía la vida real en el trabajo?”
Cambiar de planes educativos como de bragas no deja en buen lugar a la base en la formación de una persona. De hecho, podríamos vivir sin bragas, pero la educación es un bien esencial para el desarrollo de un ser humano y para la dignificación de la sociedad.
Dejé a mis abuelos recién casados y tiré para el futuro. Y allí traté de buscar dos o tres documentos breves que pudieran contar también algo de nosotros muchos años después.
Dar altavoz a quienes recorren la vida por caminos empedrados es estupendo siempre y cuando no olvidemos que no es un día, para quien lo camina, son todos.
El hecho de que fuera precisamente una "varita", es adecuadísimo, quién no ha soñado en algún momento con un toque mágico que nos sacara de este agujero negro con la rapidez con la que nos metió en él…
Ahora, en esta conexión de las tragedias a través de la poesía de Misuzu, podríamos pensar simbólicamente en la pandemia como el terremoto que provoca la muerte, el dolor, la destrucción del bienestar; y tras éste, el tsunami.
Los trazos de Bic me dicen que cuando esta pesadilla nuestra acabe no seremos los mismos, pero también que es muy probable que quede algo de nosotros: pase lo que pase, nos pase lo que nos pase.
Las redes sociales, patio de luces unas veces y plaza para la quema pública de herejes otras tantas, son un altavoz del juego sucio, pero también de la empatía limpia.
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