Jeremy Rifkin: "Cada ser humano es un ecosistema"

Jeremy Rifkin (Denver, 1945), fotografiado en Francia en 2013.

Alberto G. Palomo

Llegan nuevas definiciones para narrar el mundo de hoy. Ahí están la Tercera Revolución Industrial, la Sexta Gran Extinción o el pico máximo de producción de hidrocarburos líquidos. A eso se le añaden los problemas en las reservas de agua dulce, la escasez de cereales, la desaparición de especies o las migraciones debidas a las catástrofes naturales. Las cosas no pintan bien. Aún queda, sin embargo, un optimista. Y no lo es por ignorancia o inocencia. Lo es porque tiene una máxima clara: el ser humano tiene una enorme capacidad de adaptación.

Quien lo sostiene es Jeremy Rifkin, prestigioso economista, activista medioambiental, asesor de gobiernos en diferentes países de América, Europa o Asia y autor de varios volúmenes sobre el asunto. Después de protestar desde la década de los 70 contra la destrucción del entorno, organizar marchas contra las energías fósiles y teorizar en torno a los distintos ángulos que conforman esta dramática situación, su postura es tajante. Nuestra civilización está en una crisis tremenda, no hay duda. Pero eso no es el final: es el principio para repensarla, según afirma el escritor estadounidense, nacido en Denver hace 77 años.

Y hay gente que lo está haciendo. ¿Cómo? Tomando notas de que la humanidad es la principal causa del incremento de 1,1 grados centígrados de temperatura, de que una de cada ocho especies ya está en riesgo de extinción, de que casi dos tercios de la población mundial tiene una escasez grave de agua al menos una vez al mes o de que la vida en los océanos agoniza. Y actuando en consecuencia: adiós al hiperconsumo, al uso indiscriminado de los recursos, a los parámetros que rigen la existencia en función de la productividad. La etapa del progreso ha terminado: ahora toca el “ignominioso destino” de adaptarse a un planeta “impredecible”.

Para eso hay que ser más moldeables, dejar de lado la creencia de que el ser humano es quien domina a la naturaleza o perder de vista la “eficiencia” para asumir la entropía. Jeremy Rifkin confía en que se conseguirá. Lo piensa tan firmemente que ha llamado a su último libro La era de la resiliencia, con el subtítulo de Reimaginar la existencia, resilvestrar la Tierra. Recién publicado por Paidós en España, es una especie de continuación a su anterior obra, El Green New Deal Global, de 2019 traducido al castellano por la misma editorial. Ambos comparten diagnósticos y aportan algunas de las soluciones que el autor desgrana en una charla con tintaLibre por videoconferencia desde su casa, a unos kilómetros de Washington.

A condición de explicar en vivo cada capítulo, Rifkin exige un mínimo de hora y media por entrevista. Luego se cumple de sobra entre extensas contestaciones (incluso complementándolas con estadísticas en folios que enseña a la cámara), opiniones sobre los últimos sucesos internacionales o apelaciones al periodista. El tono es didáctico, con seriedad pero también con toques de ironía y muecas pícaras. Al final, desea que no se acorten mucho sus pensamientos: sabe que el espacio en los medios es reducido y pide generosidad para dar a conocer gran parte de su teoría. Pero eso significaría llenar todo un suplemento, porque la conversación deriva en una clase magistral sobre los males y remedios del siglo XXI.

“Cuando mi padre nació, en 1908, el 85% del planeta era salvaje. Hoy solo queda el 25% de esa naturaleza. Para 2050 probablemente no tengamos vida silvestre”, adelanta, catalogando el fenómeno de “radical” y “extremo”. Lo que detalla a continuación es cómo se produce este desastre: “Hay cuatro esferas que dan vida a la Tierra: la hidrosfera (las aguas), la litosfera (la tierra, las plantas, los animales), la atmosfera (oxígeno), y la biosfera, que engloba a todos estos elementos que favorecen la vida. Las aguas son los principales motores del resto, y están descontroladas”. ¿Por qué? Porque el incremento de un grado centígrado hace que la atmósfera absorba un 7% más de las lluvias y se rompa el ciclo natural, aclara con una lista pormenorizara de tecnicismos, lo que deriva en más precipitaciones inauditas, inundaciones, huracanes e incendios forestales.

Holocausto ambiental

Esto no es una valoración personal: prácticamente todo el mundo ha observado estos dramas. Y no sirve el argumento de que siempre han existido “los cambios climáticos”, en plural: “Ha habido otros cinco mucho antes del homo sapiens, pero con el actual estamos al borde de perder la mitad de las especies que han estado aquí durante miles de años. Y todo en solo setenta”. Rifkin alega que por eso cunde el miedo. La gente se ha dado cuenta de que el clima es poderoso y el ser humano, insignificante. “El holocausto ambiental es un hecho, y lo hemos visto con el covid-19, porque los virus son refugiados climáticos, se mueven. Habrá más pandemias mundiales, pero estaremos acostumbrados”, sopesa.

Una epidemia como la ocasionada por el SARS-CoV-2, la guerra en Ucrania y sus ramificaciones en la escasez de gas o de cereales y la paralización del mercado global por la falta de provisiones apuntalan las tesis de Rifkin. Para este sociólogo, estamos “en medio de una gran transformación económica y social que requiere cambiarlo todo”. Es el peaje que pagamos por 200 años de combustibles fósiles, de ponernos como centro del universo y abandonar una narrativa del respeto o bienestar medioambiental en favor del rendimiento económico.

Viene, afirma el optimista Rifkin, una época muy interesante: “Podemos crear algo nuevo y mejor”. Este periodo lleva años fraguándose. Con pequeñas iniciativas o con una modificación involuntaria impuesta por las grandes compañías tecnológicas, que han alterado nuestra manera de relacionarnos, comprar o trabajar. La inauguración oficial, anota el consultor estadounidense, tuvo lugar en septiembre. “Cuando Emmanuel Macron dijo en televisión que la era de la abundancia se había acabado y tocaba la era de la sobriedad nos hizo un gran favor. Fue un discurso muy valiente”, rememora.

Durante doscientos mil años nos adaptamos a la naturaleza, pero en los últimos diez mil hemos hecho lo contrario: ponerla a ella a nuestra disposición. En todo. En la educación, la alimentación o la política

Discurso que ilustraba la renovación del paradigma. Y de la “infraestructura”. Este término, entendido como los cimientos de una sociedad, es sobre el que planea Rifkin para asentar las bases de su teoría. No merece la pena remozar la superficie si los pilares están oxidados. En este caso, dicho esqueleto se mantiene gracias a la errónea consideración de la eficiencia, la de sacar el mayor rendimiento posible con el menor coste. Una actitud que se plantea insostenible, porque nos movemos en un planeta finito: “Hemos llegado a un límite. Al tope de producción en masa e industrialización”.

“Ha habido siete u ocho cambios de paradigma en la historia”, añade Rifkin, “y todos han tenido que ver con infraestructuras críticas”. Cuanto esto ocurre, se acompaña de revoluciones energéticas, sociales o de logística. “Son las infraestructuras las que determinan los gobiernos y no al revés. Son estas las que dictan cómo será la economía y la política”, indica quien ya dio algunas claves en El fin del trabajo, de 1995. En estos instantes, el mayor salto es la orientación espaciotemporal. Lo que antes era estrujar con rapidez todas las esferas (recuerden: biosfera, hidrosfera….), ahora empieza a alinearse con un compás más pausado, acorde al que impone la Tierra.

Biológicamente, continúa, “hemos evolucionado para ser cazadores y recolectores, nuestra especie, como cualquier otra del planeta, está temporalmente sincronizada con los ritmos de la Tierra. Está en nuestros órganos, en nuestros tejidos... Estamos acoplados a las estaciones, a la rotación, a la noche y el día. Menos en los últimos siglos, durante miles de años nuestra manera de entender el tiempo estaba relacionada con la adaptabilidad y no con la eficiencia”, sostiene Rifkin contento porque se presenta la oportunidad de una “regeneración”. Y los seres humanos sabremos incorporarnos a esta nueva filosofía.

La gobernanza biorregional

Jeremy Rifkin incide en esa virtud: con razón ha titulado su libro con la palabra resiliencia. Se apoya en que nuestros ancestros lo han demostrado: “Durante 200.000 años nos adaptamos a la naturaleza, pero en los últimos 10.000 hemos hecho lo contrario: ponerla a ella a nuestra disposición. En todo. En la educación, en la alimentación, en la política… Eso nos dirige a la extinción, a que en 2028 llegue el colapso energético o a que 2050 ya no haya marcha atrás. El asunto requiere una metamorfosis sistémica, encabezada por un reseteo de los conceptos: de la globalización se pasará a la glocalización, de la movilidad irresponsable a lo compartido, de lo fósil a lo verde, de lo efímero a lo duradero”.

La inflación, mal de todos

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“Se empieza a hablar de florecimiento en vez de crecimiento, porque en la naturaleza no existe el crecimiento, o bien floreces o no. Nos movemos del capital financiero al capital ecológico. De la productividad a la regeneratividad”, insiste el autor. El Producto Interior Bruto (PIB) dejará de establecer la riqueza: esta se medirá por la calidad de vida, basada a su vez en el acceso a servicios públicos, el nivel educativo, la calidad del aire o el tiempo libre. Giro de guion que pasa por marcar una hoja de ruta basada en tres factores: la comunicación, la fuente de energía y el transporte o la logística. La transformación en el primero sería lo digital. En el segundo, lo inagotable (como el viento o el sol). Y en el tercero se traduciría en reducir los radios a un espacio de proximidad. Por encima, claro, estaría la revolución laboral, con la aniquilación de millones de puestos de trabajo y la creación de otros sustitutivos, la alimentaria, la de la moda o la política.

El problema, asevera, es que las empresas “de la vieja escuela” no quieren. Y esa resistencia se traspasa a los gobiernos. Él, que estuvo asesorando al expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, sabe que España tenía un plan “correcto” con respecto a las energías, pero que luego se trastocó con el famoso “impuesto al sol” de Rajoy. Ese detalle de un país modesto es lo que ahora genera tantas desgracias a escala internacional: si hubiéramos ido poniendo peldaños hacia un futuro limpio, ahora no habría tantos inconvenientes cuando se corta el grifo a miles de kilómetros. “Hay que mudarse hacia una gobernanza biorregional. Será una extensión de los Estados-nación”, explica, citando orgulloso a Estados Unidos, que ya ha reconocido dos de estas biorregiones en Cascadia o los Grandes Lagos, compartiendo administraciones con Canadá.

Mostrándose de acuerdo con el filósofo Jostein Gaarder, que cree que la cuestión fundamental de nuestros tiempos es cómo salvar la vida en la Tierra, Rifkin tira de su propia labor. “¿No crees que este libro pueda leerse en los institutos?”, pregunta, convencido de que las generaciones más jóvenes ya están interiorizando la biofilia o “el abrazo empático alas demás criaturas”. “Lo importante es saber que cada ser humano es un ecosistema en sí mismo y a la vez está conectado a otros”, concluye al otro lado de la cámara. Las cosas, reconoce, no pintan bien. Pero hay esperanza: “Los millennials ya han salido de sus clases para expresar su inquietud. Millones de ellos han protestado por la emergencia climática y proponen eliminar las fronteras, los prejuicios y todo aquello que nos separa. Este es probablemente el cambio más trascendente de la conciencia humana en la historia”.

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