Una sola tierra

Laguna limítrofe a la planta de Cabezo Beaza, en Cartagena, Murcia, que sirve de refugio a especies de fauna endémica.

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1972 fue un año muy especial. En junio estalló el caso Watergate, el famoso pulso entre la prensa (The Washington Post) y la Casa Blanca (Richard Nixon) que se saldó con un triunfo histórico de la democracia y la dimisión, dos años más tarde, del poderoso presidente republicano. Un joven barbudo, Francis Ford Coppola, estrenó ese mismo año la primera parte de una saga cinematográfica que con el tiempo se convertiría en un clásico, El Padrino. Seguía la guerra en Vietnam, el conflicto palestino-israelí vivía horas dramáticas y estallaba a nvel global la primera de las grandes crisis del petróleo. Pero casi nadie recuerda que en Estocolmo se celebró la primera Conferencia de la ONU sobre el Medio Humano (sic), un cónclave poco mediático por entonces que acordó entre otras cosas designar el 5 de junio de cada año como Día Mundial del Medio Ambiente. 

Ese año de 1972, en la capital sueca, empezó a gestarse una preocupación naciente por la salud del planeta que tuvo como lema Una sola Tierra, un aviso para navegantes que alarmaba sobre los males que se avecinaban e insistía, ya por entonces, que el planeta es nuestra única residencia posible y es responsabilidad de la humanidad la salvaguarda de unos recursos que son finitos. Tierra solo hay una. Debemos cuidarla.

Medio siglo más tarde y tras varias cumbres, acuerdos y desacuerdos (de París a Glasgow pasando por Tokio) la situación se ha deteriorado hasta extremos insospechados y el calentamiento global plantea una situación de emergencia que atraviesa todos los campos y exige la repuesta de todas las partes: la economía, la política y, evidentemente, la ciencia. Hay cosas que conviene recordar no sólo el 5 de junio sino cada día del año: el cambio climático (sólo discutido por negacionistas) está comprometiendo muy seriamente la biodiversidad y la crisis de la biodiversidad acelera el cambio climático. 

Los recursos hídricos, por poner un ejemplo en el centro del escenario climático, son uno de los grandes desafíos venideros: en 2030 se estima que el 47% de la población mundial vivirá en áreas con un acusado estrés hídrico al mismo tiempo que la demanda de agua aumentará entre un 20 y un 30% de aquí a 2050

Poderosas evidencias urgen cambios transformadores para poder afrontar un futuro más sostenible. Cambios que exigen un compromiso al poder político y reclaman una urgente transformación de los sistemas sociales y económicos en su camino para establecer otra relación distinta con el entorno natural y sus recursos. El pacto verde, la economía verde, no son ya ninguna aventura utópica, son una necesidad perentoria para salvar al planeta.

Agbar, un grupo empresarial con una trayectoria de más de 150 años, es una de esas compañías que está proponiendo soluciones innovadoras en torno a la gestión sostenible del agua, los recursos naturales y la salud ambiental para las ciudades (presta servicio a más de 37 millones de personas en 1200 municipios), la agricultura y la industria; soluciones en línea con el programa Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. 

El primer peldaño de la compañía en su estrategia de respeto al medioambiente y sostenibilidad fue el incremento de las energías renovables: el pasado año Agbar generó un total de 90,02 GWh proveniente de renovables de los cuales el 89% proviene del biogás, el 9% de la energía solar y un 2% de las turbinas hidráulicas. Los planes de resiliencia, cada vez más presentes en el campo de los recursos hídricos, han encontrado también un desarrollo especial con el big data como aliado. Una plataforma digital estudia, simula y permite conocer las capacidades de una zona determinada en caso de inundaciones y evaluar las medidas alternativas para mejorar la resiliencia de la zona. Una gran noticia sobre todo en aquellas poblaciones del área mediterránea con episodios de lluvias torrenciales cada vez más frecuentes.

En el caso de la economía circular (otro de los ejes básicos en esta lucha contra el cambio climático) hay un ejemplo muy concreto: la Biofactoría Sur de Granada, un referente internacional en el sector dado que ha conseguido que casi la totalidad del agua depurada se reutilice para el riego de cultivos leñosos; la totalidad de los lodos , arenas y grasas se valoricen como abono para agricultura y jardinería y, además, se consiga un balance positivo en consumo de energía generando más energía renovable de la que se extrae de la red eléctrica. 

El coste de la vida

El coste de la vida

Es posible armonizar la actividad humana sin destruir los ecosistemas. Es el caso del parque La Marjal en Alicante (creado para retener aguas pluviales y mitigar inundaciones en la ciudad) que está sirviendo de refugio para la vegetación y la fauna de la región. En el Delta del Ebro, por su parte, se han creado a partir de los humedales de depuración varias zonas de alto interés ornitológico declarados ya reserva natural de fauna salvaje por la Generalitat de Catalunya. 

Otro caso de convivencia sostenible con la naturaleza es la depuradora de Cabezo Beaza, en Cartagena, Murcia, donde además de limpiar el agua se está protegiendo la biodiversidad en sus lagunas artificiales donde acampan ya más de treinta especies de aves acuáticas, entre ellas un tesoro que se hallaba en vías de extinción: la malvasía cabeciblanca.

Son indicios de que hay mucho campo que recorrer y muchas posibilidades que ofrecer en este sentido. La incesante explotación humana de los recursos naturales, tantas veces destructiva, no siempre tiene por que estar reñida con el respeto y el cuidado medioambiental

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