‘Yo, adicto’, el turbulento camino de aprender a vivir

El guionista y director Javier Giner se abrió en canal en el libro que publicó en 2021. Contaba su historia de adicción con la bajada hasta tocar fondo. También con el proceso de recuperación que había consolidado desde que años antes había ingresado en una clínica de desintoxicación.
Yo, adicto, en su edición impresa (Paidós), era una confesión real que, al transformarse en serie, se ha convertido en una autoficción. En su versión en Disney Plus, el personaje central suma otras miradas, las de los compañeros de Giner en el guion, las de los actores, las de otros adictos que ha pasado por lugares parecidos.
Fuerza confesional
Transmite una fuerza confesional, una seguridad total de que lo que se está viendo es verdad. Todo, el viaje del protagonista y el de sus compañeros. El dolor, la mezquindad y las técnicas terapéuticas y el aprendizaje.
Se empieza hablando de droga y descontrol y se llega a un lugar mucho más universal. Según contaba el propio Giner en El cine en la SER la serie acaba abordando el “poder de la bondad, la necesidad de vincularnos, la humanidad o el poder de comunicarnos desde la herida”.
Una historia de sanación
En otra entrevista a en Fuera de series Giner resume lo que ha querido, y logrado, hacer con este trabajo: “un abrazo a la gente que sufrimos”. Cuando leemos el título Yo, adicto, podemos imaginar dos tipos de historias, la trágica o la de redención. Esta serie pertenece a esa segunda categoría, la de la esperanza.
En un momento del guion, el protagonista le dice a su terapeuta: “Todo esto nunca se trató de drogas, sino de aprender a vivir”. Y la serie, como el libro, tiene una parte de herramienta de ayuda a personas que recorren caminos parecidos.
Los hitos de la terapia de desintoxicación
Ese aprendizaje tiene una parte de trabajo individual del personaje y otra que resume las terapias que se utilizan para guiar hacia la salida de las adicciones. Uno de los mejores momentos de la serie se produce cuando la terapeuta lleva a Giner a una situación límite y este tiene que enfrentarse cara a cara a quién es.
Hay muchos momentos poderosos en los episodios, pero este esta contado de una forma muy visual, sin palabras y en su desmesura refleja una sensación universal y muy frecuente, la frustración.
Todo empieza en la familia
A lo largo de los capítulos se pasa de la historia de un tipo muy pasado y desagradable a destilar lo común en muchas biografías que se tuercen y acaban en adicciones. La serie trata ya de como cualquier persona se va perdiendo y enderezando.
Uno de los grandes aprendizajes y embrollos es el que ocurre en la familia y a ella está dedicada la quinta entrega, una catarsis de madre, padre e hijo en la que se pueden ver reflejadas muchas dinámicas compartidas por diferentes personas.
En Yo, adicto cuesta ver el guion porque el intérprete Oriol Pla se come al personaje, como dice Giner, “lo habita”. Parece que vemos una obra confesional del propio actor, que no puede estar contando la historia de otro sino la propia.
Oriol Pla, más que un actor
Y la magia sigue en la promoción que hacen juntos y en la que ambos llevan las mismas gafas de sol, parecidas uñas pintadas, desprenden la misma energía y parecen una misma persona con dos cuerpos.
La serie es Oriol Pla en cada latido y sin embargo hay hueco para otras estupendas interpretaciones. Marina Salas y Omar Ayuso están imponentes como yonkis cada uno de lo suyo. Itziar Lazkano, Bernabé Fernández, Àlex Brendemül, Vicky Luengo, Ramón Barea y otros tantos y tantas entregan actuaciones precisas e intensas.
Solo la terapeuta conserva su nombre verdadero
Nora Navas interpreta a Anaïs, la terapeuta que dirige la recuperación de Giner. Es el único personaje además de él mismo que responde al nombre verdadero de la persona a la que representa. Hace unos años la Anaïs López real concedió una entrevista junto a Giner al Hoy por hoy que puede verse aquí.
Claramente Giner aprovechó su oportunidad de desaprenderse y reaprenderse en la clínica. Descubrió que sus estrategias de conseguir las cosas con rabietas y manipulaciones no le llevarían al bienestar a la larga y cambió una clave fundamental. Pasó del yo al nosotros, como también retrata en la serie.
Un órdago a la intensidad
Giner había hecho primero una confesión descarnada en su libro y la conversión en audiovisual tenía que ser jugándoselo todo. “Si no se hace de manera kamikaze no merece la pena. Esto es un salto al vacío comunitario” afirma. Y agradece la suma de valentías y generosidades que han hecho posible la serie.
El riesgo en pantalla siempre es el ridículo, medir mal los tonos, fallar en algunos momentos y devaluar el conjunto. Afortunadamente, ha salido bien. El equipo se muestra emocionado por el recibimiento. Especialmente por el de las personas que se han visto retratadas, reconocidas y queridas en lo que se cuenta.
Aitor Gabilondo, Jorge Gil Munárriz y Alba Carballal han colaborado con Giner en el guion. Carballal también ha sido guionista en Los años nuevos, de Sorogoyen, así que está en un momento dulce de estrenos.
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En la dirección Giner ha estado acompañado de Gabilondo y Elena Trapé, pero reconoce haberse lanzado alegremente con tan solo algún corto y un episodio en una serie como experiencia previa en la dirección.
Buen momento para contar la intimidad
La autoficción vive un gran momento en general, por ejemplo, con Mi reno de peluche, y en concreto en España. Una generación de creadores y creadoras se encuentran en su plenitud en una época que aboga por la salud mental, que pasa por airear los trapos sucios que antes se escondían.
Pedro Almodóvar, en Dolor y gloria, Bob Pop, en Maricón perdido, Ana Rujas, en Cardo, Berta Prieto y Belén Barenys en Autodefensa, o esta serie entre otras cuentan verdades individuales que nos dan pistas sobre la intimidad de situaciones que si no solo conoceríamos por las estadísticas.