'El caso Asunta', honesta aproximación a un crimen abominable

Un fotograma de 'El caso Asunta'.

Un documental previo del mismo autor

El productor gallego Ramón Campos, desde su compañía, Bambú Producciones, ya había mostrado interés por el caso produciendo una serie documental sobre él, disponible en Atresplayer además de en Netflix, El caso Asunta: Operación nenúfar.

Campos ha investigado el caso a fondo y ha mantenido relación con algunos de los implicados. En una presentación de su serie agradeció su trabajo a los guardias civiles que llevaron la investigación. 

Desde su dirección de Bambú, Campos es responsable de series como Velvet, Las chicas del cable o Gran hotel entre los grandes proyectos de época o de Fariña, un excelente drama sobre el narco gallego basado en hechos reales, aunque tomándose más libertades al recrear a los personajes que aquí.

La brujería de Candela Peña

En esta serie de seis episodios uno de los aspectos más destacados son las caracterizaciones realistas de los principales implicados. Una apuesta que en la que se corría el riesgo indudable de que todo pareciera una fiesta de disfraces.

Bala esquivada, porque los principales intérpretes proporcionan el gran punto fuerte de la serie. Lo de Candela Peña es milagroso. Casi resulta imposible reconocerla detrás de su encarnación de Rosario Porto. Su peinado y vestuario característicos componen una parte de la máscara, pero es la personalidad, manifestada en la música de la voz, en la postura, en el andar y la mirada, donde la magia se completa.

Tristán Ulloa y el personajazo que no quería hacer

Tristán Ulloa explicó en el estreno de la serie que no quiso interpretar a Basterra en un principio, que Campos tuvo que convencerle y que haber dejado escapar el papel le hubiera convertido en “el actor más gilipollas de la historia”.

Su personaje se compone más gradualmente, y el intérprete también termina poseído por el hombre en quien se basa, en las sensaciones que provocaba el comportamiento de Basterra, a veces dócil y retraído y muchas otras malhumorado o altivo.

Los abogados defensores, interpretados por los muy sólidos Francesc Orella y Alicia Borrachero también se han caracterizado como los que ejercieron en realidad esa labor.

Junto a las irreprochables encarnaciones de estos cuatro actores, destacan otros protagonistas que no hacen referencia directa a las personas reales que participaron en los eventos que se cuentan.

Personajes reales, personajes fictícios

En primer lugar, destaca el papelón que entrega una vez más el brillante Javier Gutiérrez, aquí como juez instructor Malvar, sustituyendo al real, el célebre José Antonio Vázquez Taín.

Gutiérrez interpreta desde otro sitio. No trabaja con acento gallego. Imprime a su magistrado energía, determinación y probablemente concentra en su personaje la labor de varios participantes en la investigación como les ocurre a los guardias civiles encargados de las pesquisas interpretados por Carlos Blanco y por una eficacísima y natural María León.

Padres y madres

Estos tres personajes portan sus propias tramas de maternidades y paternidades, ya que Campos ha querido que sea el tema que vertebra la serie. Al tiempo que se desbroza lo que alcanzamos a saber de la rareza de la relación de Porto y Basterra con su hija Asunta, nos enfrentamos a personajes que ejercen de abuelo, se preparan para ser madre por inseminación artificial o tienen que cuidar de un padre enfermo. 

Ahí se ofrece uno de los pocos subtextos de esta serie rigurosa y fiel a los hechos probados que no se dedica a especular. Ramón Campos siguió acumulando material sobre el caso tras finalizar su serie documental sobre él. Mantuvo contacto con varios de los implicados y nuevos testimonios se le acercaron una vez emitido aquel trabajo para confiarle sus conocimientos sobre el asunto y sus participantes.

Su habitual colaboradora Gema R. Neira, Jon de la Cuesta y David Orea han elaborado con Campos el guion de una serie a la que la realidad le proporcionó una gran cantidad de sus momentos impagables. 

La realidad como guionista

Quienes siguieran el caso, algo que era casi imposible de evitar porque lo inundaba todo, recordarán las cuerdas naranjas, el relato de una niña drogada, las conversaciones de los padres en el calabozo sobre las que parece que se extendieron también bulos, o el semen que resultó ser un error del laboratorio.

Los momentos de pura ficción, los que se recrean sin que hubiera testigos, resultan creíbles y parecen a la vez prudentes. La formación de Campos como periodista puede explicar la aproximación bastante rigurosa a los hechos.

Lo que pudo haber pasado

El capítulo 5 aborda las teorías que se han apuntado por defensa y acusación y no toma partido. Se presentan flasbacks de varias posibilidades como si hubieran ocurrido realmente a pesar de ser incompatibles unas con otras. Quizá lo mas llamativo de la defensa de los padres es lo que no se nombra, la ausencia absoluta de pistas hacia un tercer culpable.

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A cambio, no se logra despejar la incógnita de lo que pasó realmente y el reparto de tareas entre ambos progenitores en lo sucedido. Como se propone ahora en numerosos acercamientos a crímenes reales, no se da a la audiencia una respuesta cerrada a lo que pasó.

La búsqueda de la verdad es imperfecta

Se opta por dejarnos con la insatisfacción de muchos juicios en los que no queda claro del todo ni el móvil ni siquiera algunos hechos claves. A cambio, aprendemos el funcionamiento real de la justicia, que tiene que resolver con los elementos existentes. No puede tenerlos todos, como en esas películas en las que los autores gozan de la omnipresencia de un dios que ve lo que hacen todos los personajes.

El caso Asunta entrega una aproximación sin morbo, que trata de no cargar las tintas sobre ningún hecho no demostrado. Recrea en ficción una aproximación periodística, que nos deja más cerca de la verdad, pero aún con absoluta perplejidad ante un crimen abominable.

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