Las corridas de toros

Felipe Domingo Casas

La eliminación por el Ministerio de Cultura de un premio tan nimio como el Premio Nacional de Tauromaquia, dotado con 30.000 euros, ha levantado una polvareda. Indica que lo de menos es el dinero, otorgado normalmente a toreros, como el símbolo que representaba. A los espectáculos taurinos y las corridas de toros, los Ayuntamientos de diversas ciudades y muchos Ayuntamientos de poblaciones incluso menores de 1.000 habitantes, conceden subvenciones mayores para mantener la tradición de los toros en sus fiestas patronales o en otras ocasiones inventadas. Y, sin embargo, las corridas de toros están en plena decadencia, de ahí que sus defensores hayan reaccionado proponiendo premios sustitutivos. Extraña en García Page, cuya Comunidad no es la más taurina ni tampoco es residencia de dehesas de toros bravos, y ninguna extrañeza en Ayuso, en cuya Comunidad de Madrid, si desaparecieran los toros en el orbe taurino, ella mantendría este fenómeno cultural, como define Juan Ignacio Codina Segovia a la tauromaquia, quitando relevancia a la discusión de si es cultura o no.  

Jesús Mosterín escribió una columna de Opinión en El País con el título Ocho jueces sin piedad (1/10/2016), de cuyas opiniones es deudo sin duda Juan Ignacio. Escribió Mosterín la columna a propósito de la sentencia del Tribunal Constitucional que, al declarar el entonces Gobierno de Rajoy, con mayoría absoluta, en la Ley 18/2013 de 12 de noviembre, que la tauromaquia “forma parte del patrimonio histórico y cultural común de todos los españoles en cuanto actividad enraizada en nuestra historia y en nuestro acervo cultural común”. Siguiendo esta línea argumental, el TC sentencia igualmente que, “al ser patrimonio cultural, merece protección por parte del Estado en todo el territorio”. Los defensores de la tauromaquia se agarran como a un clavo ardiendo a estas normas para defender las corridas de toros, a pesar del manifiesto declive que se observa año a año. Contra el paso del tiempo, algún Ayuntamiento ha tenido intención de construir todavía una plaza de toros en su pueblo. 

No es verdad que la tauromaquia forme parte del patrimonio histórico español. La historia lo desmiente. En un artículo extensísimo y documentado de Alvaro Luis Sánchez-Ocaña Vara titulado Las Prohibiciones Históricas de la Fiesta de los Toros, dice: ”De unos monarcas claramente taurinos como fueron los Austrias, el siglo XVIII da paso a su antítesis, los Borbones, que, fruto de su tradición ilustrada francesa, no compartieron la afición de sus predecesores por la fiesta de los toros”. Tampoco fue siempre así,  baste recordar que el felón Fernando VII  recuperó dos fenómenos culturales iguales de crueles, la Inquisición y las corridas de toros. Y en la época moderna, el rey Juan Carlos se distinguió por su afición taurina, siguiendo los pasos del dictador Franco.

El más firme detractor de los Ilustrados, dice Sánchez-Ocaña, fue José Vargas Ponce, que, en su obra Disertación sobre las corridas de Toros afirma que su celebración no produce otra cosa que “una juventud atolondrada, falta de educación como de luces y experiencias, los preocupados que la encarecieron sin hacer uso de la facultad de pensar, los viciosos por hábito, hambrientos siempre de desórdenes y, en una palabra, la hez de todas las jerarquías (1807). 

Tanto Juan Ignacio Codina como Jesús Mosterín se refieren a Jovellanos, que pidió insistentemente la abolición de la tauromaquia, preguntándose Codina si es conveniente para la sociedad española seguir manteniendo “determinadas expresiones culturales como la tauromaquia, que promueven una serie de valores confrontados abiertamente con la “felicidad pública” que la conforman sus ritos, costumbres, tradiciones, referencias culturales y diversiones o sus momentos de ocio cultural que las sociedades necesitan, pero no a cualquier precio”. E incide en los efectos deseducadores que las corridas de toros tienen para la juventud, como lo consideró Francisco Silvela, político conservador del siglo XIX, para el que las corridas de toros “debían ser arrinconadas”. ¡Entérate, Ayuso!

¿Qué se ha hecho con las tradiciones culturales execrables? Desapareció la Inquisición, se ha abolido la tortura humana, se ha legislado y tomado múltiples iniciativas contra el maltrato a las mujeres. Pero se sigue torturando y dando muerte a los toros en las plazas

El Comité de los Derechos de los niños de la ONU, al considerar la tauromaquia como un “ejercicio violento” destaca los “efectos dañinos” para los jóvenes, por lo que desaconseja y prohíbe la presencia y participación de los menores de 18 años en corridas de toros como toreros o espectadores. Incide, pues, en los efectos deseducadores de las corridas de toros, por lo que causa extrañeza que Antonio Maestre haya afirmado que la mejor forma de acabar con los toros es que “se lleven a los colegios a las corridas de toros y escuchen el sufrimiento del animal, que fuera una actividad obligatoria en los colegios y no doy ni un año a los toros”. Se aplicaría en las escuelas el método pedagógico de que la “letra con sangre entra”. No debe saber que, en los pueblos, los niños asisten sin control a los espectáculos taurinos desde tiempo inmemorial.

Sería imperdonable no seguir citando a Jesús Mosterín. “Tanto la ciencia como la superstición son cultura, y también lo son la democracia y la dictadura, el cosmopolitismo y el nacionalismo, la delicadeza del ballet clásico y el cutrerío de las corridas de toros. Los contenidos culturales pueden ser admirables o execrables”. “Pero, aunque las corridas de toros son un caso típico de tortura como espectáculo y no tienen nada de arte, (yo diría que son aburridísimas ), constituyen una tradición cultural, al mismo nivel que la Inquisición o el maltrato a las mujeres, que no tienen nada que ver entre sí, pero unas y otras protagonizan lamentables tradiciones, incluidas en el patrimonio cultural.

La pregunta oportuna al Ministerio de Cultura y al Gobierno es: ¿qué se ha hecho con las tradiciones culturales execrables? Suprimirlas, abolirlas. Desapareció la Inquisición, se ha abolido la tortura humana, se ha legislado y tomado múltiples iniciativas contra el maltrato a las mujeres. Pero se sigue torturando y dando muerte a los toros en las plazas. 

“Lo más insólito es que el Estado español actual legisle para fomentar la crueldad y la brutalidad entre su población. Nuestros legisladores han pretendido blindar las tradiciones más crueles y sangrientas del país apelando a la esencia cultural de la nación y al presunto carácter positivo de todo lo cultural”. Lo hizo el Gobierno de Rajoy en 2013 y el TC en 2016. Los ocho jueces sin piedad que denuncia Jesús Mosterín fueron: Francisco Pérez de los Cobos, Encarnación Roca Trías, Andrés Ollero Tassara, Juan José González Rivas, Santiago Martínez Varas García, Pedro José González-Trevijano Sánchez, Ricardo Enríquez Sancho y Antonio Narváez Rodríguez. 

No se puede acudir a la tradición y a la historia para justificar la crueldad y muerte de los toros en las plazas. Ya en las partidas de Alfonso X el Sabio se condenaba a aquellos que lidian a cambio de dinero cuestionando su ética y considerándolo como una persona indigna y escasamente honorable. Nadie puede negar que los toros de lidia han sido un negocio para criadores, toreros, representantes y empresarios de plazas. Pasan ahora por momentos tan difíciles por la falta de asistencia a las corridas que, incluso los toreros consagrados tienen que acudir a pueblos y ciudades pequeñas para subsistir y participar de un porcentaje del dinero que se recauda con las entradas, carísimas, por otra parte.  

Con motivo del nombramiento de José Guirao, le dirigí una carta abierta donde le animaba a que las corridas de toros pasasen de ser espectáculos que incluyan la muerte del animal, la aplicación de las suertes de la pica, las banderillas y el estoque –en palabras que utiliza el TC– y se legislen como espectáculos sin tortura, como ocurre en Portugal.

Hacía la comparación con las medidas antitabaco, que pasaron de prohibiciones en hospitales y centros concurridos a extenderse a otros ámbitos con el paso de los años. Pocos ponen ya en duda su eficacia para la salud. Al actual ministro de Cultura le obliga su cargo para impulsar esta medida con una ley ante las Cortes. Así pasarán las corridas de toros al baúl de los recuerdos.

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Felipe Domingo Casas es socio de infoLibre.

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