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Literatura

Más que imaginados: libros imaginarios

Más que imaginados: libros imaginarios

Entre las muchas historias rescatadas por expertos y aficionados con motivo del reciente "aniversario" de Regreso al futuro II, hay una que está en el origen de este texto: la "recuperación" de A Match Made In Space, de George McFly. Un libro que, por supuesto, nunca existió.

Pero pensamos que ésa era una excusa tan buena como cualquiera otra para volver sobre una… ¿manía, peculiaridad, característica idiosincrática?... que atraviesa y acompaña la historia de la literatura, con especial… ¿insistencia, obsesión, aprovechamiento?... en los tiempos más recientes: la de los libros inexistentes.

"La invención literaria de libros recorre la literatura contemporánea, del Necronomicón de Lovecraft al libro que articula la novela Y el cielo era una bestia de Robert Juan Cantavella, pasando por Nabokov, Borges, Lem o Vila-Matas —me dice Jorge Carrión, autor de Librerías (Anagrama, 2013)—. En todos ellos los libros de ficción también son funcionalmente comentados, analizados, reseñados. Se crea así un juego de espejos que enriquece la complejidad narrativa de las últimas décadas, aunque desde el Quijote toda la literatura sea metaliteraria".

Lejos de mí la intención de hacer un listado exhaustivo, la mera enumeración de todas las obras literarias que nunca existieron es tarea propia de wikipedistas. Que de hecho la han acometido: la lista resultante es extensísima, y seguro que se les han escapado algunos títulos. Comentario éste que hago no por malicia, sino porque no se me oculta la magnitud de la tarea.

Pero, puesto que Carrión nos dejaba a las puertas del Quijote, bueno será recordar que el contemporáneo de Cervantes, William Shakespeare, ya se inventó una obra (teatral): The Murder of Gonzago, con una trama similar a la que los espectadores vemos en Hamlet pero modificada por éste para provocar en su tío Claudius una reacción que le permita saber si es, o no, un asesino.

Carrión ha mencionado una obra que, estoy segura, más de uno recordará haber leído aunque tal cosa es imposible: el Necronomicón, un grimorio (libro mágico) que H.P. Lovecraft atribuye al poeta árabe Abdul al-Hazred, que tiene la facultad de enloquecer a quien intenta leerlo y cuyo autor murió desgarrado por un ser invisible a los ojos de quienes observaron el horrible crimen.

Hay libros inventados en las obras de Edgard Alan Poe, y en las de Philip K. Dick; los hay en las de J.R.R. Tolkien, Frank Herbert o Isaac Asimov. Y hay uno que articula 1984, de George Orwell: Teoría y práctica del colectivismo oligárquico, trabajo de Emmanuel Goldstein que el protagonista (Winston Smith) y el lector de la novela leen simultáneamente.

Y aunque no pertenece estrictamente a esa estirpe literaria, también Arturo Pérez Reverte es hacedor de varios títulos, entre ellos, uno que está en el corazón de El Club Dumas (es el móvil del delito, concretamente los ejemplares número Dos y Tres) y cuya autoría primigenia se atribuye a Lucifer: el Delomelanicon, conocido por nosotros como De Umbrarum Regni Novem Portis (Las Nueve Puertas del Reino de las Sombras) porque ése fue el título que Aristide Torchia eligió cuando lo imprimió en Venecia en (no podía ser otro año) 1666.

El maestro Borges

Entre nosotros (y entiendo ese "nosotros" en sentido amplio: los que pertenecemos a una misma lengua), el maestro indiscutible fue Borges, quien además explicó su elevada tasa de producción de libros inexistentes con estas palabras, que encontramos en el prólogo a Ficciones: "Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario". E incluso: "Más razonable, más inepto, más haragán, he preferido la escritura de notas sobre libros imaginarios".

"Simular que un libro ya existe y ofrecer un resumen —dejó escrito Juan Bonilla—. He ahí una de las más novedosas tácticas del Borges cuentista (aunque en la novedad se le adelantaran Carlyle y Butler)". Y si esos dos son algunos de sus antecesores, entre sus presuntos herederos destaca Roberto Bolaño, quien en La literatura nazi en América despliega una "portentosa capacidad —dice Andrés Ibáñez—para inventar nombres, títulos, acontecimientos, circunstancias biográficas y, en general, detalles insospechados que tienen siempre la densidad, la ligereza, la gratuidad, la implacabilidad, de las cosas reales".

El propio Bolaño esbozó en una entrevista la genealogía de los grandes urdidores, al ser preguntado si tomó de Borges la idea de hablar de autores que no existen e inventarles toda una vida y una bibliografía. "No. En realidad, Borges la toma también de otros autores, por ejemplo Alfonso Reyes; de hecho, es el maestro de Borges, tiene un libro maravilloso sobre esto, Retratos reales e imaginarios, y a su vez, Reyes la toma de Marcel Schwob, Vidas imaginarias".

Libros imaginarios, bibliotecas reales

Mucho se ha especulado con la biblioteca que saldría de la adquisición y organización de todas esas obras invisibles, a la par que imprescindibles.

¿Cómo reunir los títulos? Pues recurriendo a los clásicos.

A Rabelais, que en 1533 nos hizo partícipes del contenido de una Biblioteca parisina, llamada de San Víctor, en la que el curioso bibliófilo podía deleitarse con obras del calado de Modo cacandi (no hace falta traducción, ¿verdad?) o Ars honeste petandi in societate, título éste que habría hecho las delicias de Camilo José Cela y otros pedómanos, puesto que enseña a pedorrear en público.

Rabelais atribuyó esos libros inexistentes bien a autores complemente inventados, bien a otros cuyos nombres se inspiraban de los de escritores reales. El poeta metafísico inglés John Donne fue incluso más allá: con malicia y alevosía atribuyó los libros de su Catalogus Librorum aulicorum incomparabilium et non vendibilium a autores… reales.

Años después, en 1840, un militar retirado de nombre Renier-Hubert Ghislai Chalon, puso en marcha una broma pesada: distribuyó por Francia y Bélgica un catálogo en el que se recogían 52 incunables, procedentes —se decía en el material— de la biblioteca de un conde, el conde Fortsas. La maldad del intrigante llegó a señalar día, fecha y lugar para la subasta (10 de agosto en un pueblecito belga). Pero los que hasta allí se desplazaron atraídos por el hallazgo histórico se quedaron con un palmo de narices.

Entre los intentos más recientes de catalogar y ordenar ese caudal de literatura simulada están Mille et Un Livres imaginaires, de Jacques Geoffroy (1977) y La Bibliothèque invisible, de Sthéphane Mahieu, cuya aparición en Francia, el año pasado, debió ser una fiesta para los " fanáticos de los catálogos de libros inencontrables".

O eso supuso Enrique Vila-Matas, otro miembro de tan selecto club, tras leer la recopilación de Mahieu, al cabo de la cual se sentía "brutalmente saciado, como si hubiera leído, por muy inexistentes que sean, la totalidad de los libros de los que informa el catálogo". Sus motivos tenía. "En un solo volumen La Bibliothèque te da tan apabullante información sobre diferentes libros falsos que al final incluso puedes acabar creyéndote que eres un lector exageradamente voraz. Vienen en este momento a mi memoria los tomos falsos de La Bibliothèque que me han quedado más grabados: los que cita J. Rodolfo Wilcock en La sinagoga de los iconoclastas, los que nomina Rabelais en Gargantúa y Pantagruel…".

No obstante, entre los mejores volúmenes de libros inexistentes, su preferido siempre será Mirabilia. Catalogo ragionato di libri introvabili (Zanichelli editoriale), del que recuerda "el hipnotizante ritmo de los títulos de obras falsas que se iban sucediendo, tomos inencontrables de Bolaño, Perec, Robert Derain, Manganelli, Umberto Eco, Walter Shandy, John Webster Spargo (a quien debemos el genial Libros y librerías imaginarias)".

Comer, beber, leer

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Y sugiere incorporar a cualquier canon "la cumbre de los tratados verdaderamente divertidos, aunque inexistentes: De nasis, de Hafen Slawkenbergius (Londres, Letters Yorick, 1761), citado por Laurence Sterne en Tristram Shandy", un análisis sobre la importancia que tienen las narices en la vida de todo ser humano.

Le pregunto, para terminar, a Jorge Carrión, cuáles son sus bibliotecas favoritas de libros inventados. "Se ubican en futuros, como la de Fundación de Asimov o la cuántica de Interestelar".

Habrá que seguir buscándolas.

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