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Análisis

El nuevo problema de Europa se llama Alemania

El nuevo problema de Europa se llama Alemania

El gran naufragio europeo que ha acompañado a la crisis griega ha supuesto una revelación. Y esta revelación se debe en buena medida tanto al primer ministro griego Alexis Tsipras como a su exresponsable de Finanzas Yanis Varoufakis. Al apostar, uno y otro, por cuestiones claramente políticas, en el corazón de la tecnocracia bruselense, al abogar por la transparencia, poniendo fin al escandaloso sistema de reuniones a puerta cerrada del eurogrupo, los responsables griegos han puesto de manifiesto un inquietante y nuevo problema: el caso alemán.

La obstinada intransigencia de Alemania mientras ha durado la crisis, su fijación dogmática por expulsar del euro a Grecia, se han puesto en evidencia. Determinados observadores, expertos y políticos hacía tiempo que tenían esta convicción, ahora la opinión pública europea ha puesto los ojos en esta nueva Alemania. Se trata de una situación política radicalmente nueva. Desde su estatus de primera potencia económica de la zona euro, Alemania reclama fijar las reglas del juego e imponer, como escribe Varoufakis, “su modelo de eurozona disciplinaria”.

Así, la crisis griega, convertida en crisis europea, supone un momento crucial en la historia europea, con una repercusión equivalente a la caída del Muro o a la reunificación alemana. Surge una Alemania nueva, presta a echar por la borda la sacrosanta entente franco-alemana (de ahí la fortísimas presiones de estos últimos días), dispuesta a poner de manifiesto el apoyo del que goza en Europa central (Países Bálticos, Eslovaquia, Polonia) y en el Norte de Europa (Países Bajos, Finlandia) para imponerse a todos.

Esta repentina reafirmación de poderío es algo nunca visto desde el inicio de la construcción europea. Y varios jefes de Estado o de Gobierno han subrayado esta ruptura. Así lo constató el italiano Matteo Renzi al diario Il Messaggero: “Debemos alcanzar un acuerdo, Grecia debe permanecer en la zona euro, se lo he dicho a Alemania: demasiado es demasiado. Humillar así a un socio europeo, cuando Grecia ha cedido en casi todos los puntos, es inconcebible”.

La misma advertencia llegó de un aliado tradicional de Berlín: Jean Asselborn, ministro luxemburgués de Asuntos Extranjeros, quien avisaba en el diario alemán Süddeutsche Zeitung de que un Grexit “sería fatal para la reputación de Alemania en Europa y en el mundo” y provocaría “un profundo conflicto con Francia”. La reputación de Berlín ya está hecha añicos, como lo prueba la campaña de movilización lanzada en la red social Twitter con el hashtag #ThisIsACoup. #ThisIsACoupDe Pablo Iglesias, líder de Podemos, al economista Paul Krugman, todos se indignan contra lo que se asemeja a un golpe de Estado. Después de calificar de “pura locura” la lista de peticiones realizadas a Atenas, Paul Krugman escribió que se trata de una “traición grotesca de todo lo que representa el proyecto europeo” (se puede leer el artículo aquí, en inglés). 

El hecho de que Angela Merkel, in extremis, no dudara a la hora de limar asperezas, posicionándose a favor de alcanzar un posible acuerdo que organice la humillación de Grecia y que alabe la coordinación con Francia, no cambia las cosas. Desde el anuncio del referéndum griego, y su posterior celebración el 5 de julio, se ha revelado un Gobierno alemán brutal, doctrinario y que desprecia la famosa “cultura europea del compromiso”.

No es solo cosa del ministro de Finanzas Wolfgang Schäuble, quien pidió el sábado un Grexit temporal durante cinco años. Es el conjunto de la clase política alemana la que ha sorprendido por su brutal intransigencia. Porque los socialdemócratas del SPD compitieron en firmeza con el Gobierno conservador y la CDU-CSU. Desde el anuncio del referéndum, el 29 de junio, el presidente del SPD Sigmar Gabril acusó a Alex Tsipras de querer romper la zona euro y le advirtió de que la votación griega se desarrollaría en términos de o no al euro. La misma tarde del referéndum, llegó a decir que Tsipras “rompió todos los puentes con Europa” y que es “difícil contemplar” una nueva ayuda. Al mismo tiempo, Martin Schulz, presidente socialista del Parlamento, el que fuera cabeza de filas de los socialistas europeos para las elecciones europeas, defendía la instauración de “¡un Gobierno de expertos en Atenas!”.

Los socialdemócratas, desde que fueron llamados al orden por los socialistas europeos y en particular por los socialistas franceses (“Los pueblos de Europa no comprenden la jugada alemana”, dijo Jean-Christophe Cambadélis al SPD), se andan con rodeos. Ya es demasiado tarde, el mal está hecho y las tensiones en el seno de grupo socialista en el Parlamento Europeo son de las más fuertes que se recuerdan. A posteriori, ¿qué queda de la campaña europea de los socialistas, el eje Partido Socialista francés y SPD alemán, que prometía el fin de las políticas neoliberales de la austeridad? Un campo de ruinas.

Paisaje desolador

Porque tras la excusa económica y técnica (el respeto de las reglas de la zona euro), se esconde una batalla de proyectos políticos. Y la moneda única, el euro, es la primera de estas armas políticas. En el momento de la reunificación alemana, tanto Helmut Kohl como François Mitterrand lo pusieron de manifiesto; Kohl, al decidir, contra toda racionalidad económica, la paridad 1 a 1 entre marco del oeste y el marco del este. Mitterrand, al condicionar, pese a las reservas y las inquietudes manifestadas, la aceptación de la reunificación a alcanzar un compromiso irrevocable de los alemanes a inscribirse en el proceso de creación de la moneda única. (Consúltese el estudio sobre las relaciones Mitterrand-Kohl, en francés). 

La intransigencia que ahora muestra Berlín va en consonancia con el proyecto político que esgrime la derecha conservadora alemana desde hace años. En resumen: una zona euro limitada, y por ende más coherente, más integrada y conducente a una sola y única política económica, un neoliberalismo desenfrenado apoyado sobre una terapia de choque de austeridad en los países de esta zona. En un escenario así, ni hablar de políticas alternativas en el que la frase esta frase de Jean-Claude Juncker, actual presidente de la Comisión Europea, se podría aplicar perfectamente: “No puede haber una votación democrática en un país que está contra los tratados europeos”.

El colaborador de Mediapart Philippe Riès ya advirtió en 2010, al principio de la crisis, de este proyecto político alemán, cuando se negociaba el primer plan de ayuda: “Con la salida eventual de Atenas de la zona euro, Berlín busca “la crisis saludable” que le permita volver a poner, una Unión económica y monetaria depurada, sobre los raíles de la buena gestión presupuestaria. Francia está avisada”.

Timothy Geithner, exsecretario norteamericano del Tesoro con Obama, explica una misma estrategia alemana en su último libro, Stress Test. La obra da cuenta de un encuentro y una conversación informal con Wolfang Schäuble, en la residencia de verano de este, en julio de 2012. Schäuble, escrible, le explicó las numerosas virtudes de un plan para sacar a Grecia de la zona euro. En primer lugar, satisfacer al electorado alemán, harto de pagar. Sobre todo “atemorizar” a los otros países de la zona euro, para obligarles a una mayor integración y a un refuerzo de la zona euro. Geithner dice que encontró la idea “terrorífica”, él que, como la administarción Obama juzgaba absolutamente contraproducente y condenada al fracaso la austeridad de choque impuesta a Grecia.

Grecia y su PIB, que representa el 1,5% europeo, no pueden ser considerados como el principal problema económico, se trata más bien de que Alemania quiere hacer que sus socios acepten en plena crisis su visión política. Es una visión dogmática, peligrosa en la medida que, en primer lugar, obvia la historia y, a continuación, la lógica de la construcción europea. Alexis Tsipras, tan pronto como accedió al Gobierno, recurrió a la historia: el terror nazi en Grecia, la cuestión de las reparaciones de guerra y el préstamo forzoso del Reich a Grecia, nunca reembolsado, siguen siendo heridas abiertas en Grecia (léase el reportaje titulado, Grecia-Alemania: la querella de las reparaciones de guerra). 

El establecimiento de una superpotencia alemana en Europa, asentada sobre una economía poderosa pero también sobre su influencia en buen número de países de Europa central, representa una fuente de importantes divisiones y de peligros que resulta difícil de determinar. Sobre todo porque esta visión alemana olvida las principales cuestiones geoestratégicas actuales. El expresidente de la Comisión Jacques Delors, el exdirector general de la Organización Mundial del Comercial Pascal Lamy y el excomisario Antonio Vitoriano, lo recordaban recientemente en un artículo. “Se trata de aprehender la evolución de Grecia desde una perspectiva geopolítica, como un problema europeo que seguirá siéndolo. No solo hay que mirar a Grecia con los microscopios del Fondo Monetario Internacional, sino con los prismáticos de la ONU, es decir como un Estado perteneciente a los Balcanes cuya inestabilidad no necesita verse alentada, en estos tiempos de guerra en Ucrania y en Siria y de amenazas terroristas, sin olvidar la crisis migratoria”.

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En similares términos se expresa la Administración norteamericana, quien desde el inicio de la crisis, ha animado a encontrar un acuerdo lo antes posible. En definitiva, lo que está en juego es la historia de la construcción europea, una historia forjada por grandes gestas políticas. La reconciliación franco-alemana De Gaulle-Adenauer; la reunificación alemana, la ampliación de la Europa central tras el desmembramiento de la URSS. ¿Hay que recordar que, de haberse sometidos a los principios puramente contables o tecnocráticos, Portugal o Grecia nunca habrían pasado a formar parte de lo que entonces era la CEE? ¿Hay que recordar que Rumanía y Bulgaria pasaron a formar parte de la Unión Europea sin cumplir todos los criterios de convergencia?

Contra este proyecto de una Europa abierta, múltiple porque es plural, solidario pero no uniforme, que deja a los Estados miembros amplios márgenes políticos de maniobra, sin los cuales no hay democracia, Alemania se revela y libra un combate feroz con el ejemplo griego. Supone un hecho de una importancia difícil de determinar pero que en los próximos años remodelará en profundidad el proyecto europeo.

Traducción: Mariola Moreno

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