España, refugio del inmovilismo

José Carlos Tenorio Maciá

No reconozco a esta España o, mejor dicho, no me siento identificado con el sistema actual. El mismo que dentro de poco va a celebrar su cuarenta cumpleaños, aunque ya muestre claros síntomas de senilidad. Sus fundadores procedían de una familia execrable, que algunos todavía se niegan a juzgar como tal. Pero de la noche a la mañana y por los cauces de la ley, consiguieron que la dictadura se transformase en democracia. Sería absurdo negar la importancia del Rey en este proceso; tan absurdo como ensalzar y mitificar su figura. En nuestro país, la democracia legitimó la monarquía, y no al revés. No obstante, quienes lideraron el cambio lo hicieron de espaldas a la ciudadanía, consiguiendo mediante pactos elitistas el debilitamiento de la movilización popular.

Los despachos reemplazaron a la calle y la convocatoria de referéndums no fue óbice para que pronto surgiese el fenómeno del desencanto. Con la excusa de lograr una democracia estable, se estableció una serie de medidas cautelares que creaban una especie de tutela sobre la ciudadanía; toda una obra legislativa carente del siempre necesario vigor popular. Este ha sido uno de los mayores lastres que nos han dejado aquellos años, y que hoy se traduce, principalmente, en el desprestigio institucional y en la pérdida de representatividad de los principales partidos políticos. Todo ello agudizado por la corrupción, la profunda crisis económica y el modo de combatir ambas.

La etapa que se abrió tras la muerte de Franco se llamó transición por algún motivo. Se trataba de construir un nuevo marco de convivencia coherente con el ritmo al que avanzaba la sociedad, siempre un paso por delante de la clase política. Un traje temporal a la última moda democrática, pero tejido con unas imperfecciones necesarias para evitar la repetición del pasado. De este modo se aplazó la solución de los asuntos más delicados, y gracias a ello se puede decir que la transición española fue relativamente pacífica y exitosa, si bien su propia naturaleza impedía que se alargarse en el tiempo. Pero lejos de complementarla e ir perfeccionándola, la clase dirigente se ha encargado de perpetuarla y ahora nos aprieta más que nunca: problema de las nacionalidades y las autonomías, falta de representatividad de la ley electoral, escasez de mecanismos de participación social, y un largo etcétera. Crónica de una muerte anunciada. El bipartidismo más cuestionado que nunca, Cataluña convertida en un serio problema y la monarquía en tiempos de crisis.

Precisamente, quien mejor encarna el espíritu del 78, el Rey don Juan Carlos, ha decidido abdicar. A estas alturas todos lo sabemos y todos lo consideramos necesario, pero ¿en quién ha abdicado? ¿En Felipe VI o en la III República? En pleno siglo XXI parece mentira seguir hablando de orígenes divinos y diferentes colores de sangre, más propio de cuentos y de recuerdos. Pero si el pueblo español valora la utilidad de la familia real por encima de otras opciones, aceptemos la monarquía. Eso sí, siempre y cuando sea fruto de la decisión popular y no de la voluntad de quienes intentan mantener el statu quo a diestro y siniestro. Cuatro décadas después, los mismos que se enfrentaron contra el inmovilismo y la consabida ceguera de las élites franquistas, se comportan ahora de la misma manera, impidiendo el ansiado progreso de la sociedad española.

José Carlos Tenorio Maciá es socio de infoLibre

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