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Los movimientos de Trump en Corea del Norte preocupan a China

En Seúl, la vida es tan trepidante como de costumbre: restaurantes y tiendas atestadas, avenidas colapsadas, intensa vida nocturna... El principal tema de conversación, es la actual campaña de las presidenciales (¡surcoreanas!). Estos días, la inminente llegada de un portaaviones y de destructores norteamericanos, la llamada a la contención el pasado 24 de abril, del presidente chino, los ejercicios de artillería organizados un día después por Corea del Norte, los (falsos) rumores de evacuación de los ciudadanos japoneses: todos esos movimientos militares apenas parecen afectar a los surcoreanos.

¿Aprovisionarse de agua y comida, por si acaso? La idea hace sonreír a Kim, de 24 años y que estudia literatura inglesa. “No, no he preparado nada. De hecho, ¡ninguno de mis amigos habla en serio de la situación de tensión actual!”. Los surcoreanos están acostumbrados a que estas tensiones broten periódicamente, en general en abril, mes en el que se realizan importantes ejercicios militares surcoreano-norteamericanos. No creen que el dirigente norcoreano Kim Jong-un inicie una guerra que está seguro de perder. Las tradicionales amenazas de apocalipsis nuclear que se escuchan desde Pyongyang los deja indiferentes.

Lo único que sí parece preocupar a la mayoría de los surcoreanos es Donald Trump. El presidente de EE. UU. ha hecho de la imprevisibilidad su marca y sus ataques en Siria y en Afganistán, a principios de abril, causan preocupación, especialmente perceptible en las redes sociales. Un ataque preventivo norteamericano en el Norte derivaría en represalias norcoreanas devastadoras en el Sur. “Como sé que Corea del Norte tiene muchas armas químicas, he intentado hacerme con una máscara de gas, por si acaso... pero no he podido porque ¡se han agotado las existencias!”, admite Kin Seong-hoon, de 29 años.

Aunque Estados Unidos parece determinado a impedir que Pyongyang efectúe un lanzamiento de misil intercontinental o que lleve a cabo el sexto ensayo nuclear norcoreano (inminente, a decir las imágenes recibidas vía satélite), la política norcoreana de Donald Trump es especialmente confusa. Washington envía señales contradictorias: durante su gira por Seúl y Tokio, el vicepresidente Mike Pence dijo estar abierto al diálogo... para declarar a continuación exactamente lo contrario.

Estados Unidos parece querer hacer creer que lo peor es posible, como ponen de manifiesto los tuits incendiarios de Trump y las mismas expresiones repetidas hasta la saciedad: “Estamos listos para actuar solos [sin China]”, “todas las opciones están encima de la mesa”, “la paciencia estratégica se ha acabado”. Una política elaborada con poses de cow-boy. De visita en la frontera ultramilitarizada que separa las dos Coreas, Mike Pence sacó pecho ante los cuarteles norcoreanos: “Era importante que la gente del otro lado de la frontera pueda ver nuestra determinación en mi rostro”, explicó.

Esta ausencia de política claramente definida no impide a Trump acumular armas en la península, como el portaaviones Carl Vinson y un submarino nuclear con misiles Tomahawk, que llegó el martes al puerto de Pusan. Pero da la espantosa impresión de descubrir la magnitud del problema norcoreano: “Después de escuchar durante 10 minutos [al presidente chino Xi Jinping], me di cuenta de que no era tan fácil”, declaró con candidez. El presidente estadounidense despertaba de paso el furor de los surcoreanos al decir que Xi le había informado de que Corea antaño era parte de China (afirmación falsa, considerada una posible justificación a una hipotética invasión china de la parte Norte).

“La Administración Trump teme que Corea del Norte termine por desarrollar un misil intercontinental que puede representar una amenaza para su territorio”, explica Cheong Seong-chang, investigador del Instituto Sejong de Seúl. “Estados Unidos considera seriamente en estos momentos la posibilidad de llevar a cabo ataques preventivos en el Norte”. Esta posibilidad es aterradora (las represalias norcoreanas causarían pérdidas humanas masivas en el Sur), pero la idea parece abrise paso en Washington. “Sí, sería terrible, pero la guerra tendría lugar allí y no tendría lugar aquí [en nuestro país]”, dijo el senador republicano Lindsay Graham.

Un ataque preventivo correría el riesgo de provocar un conflicto... sin resolver el problema. “Ningún bombardeo podrá destruir simultáneamente las armas nucleares, los materiales fisibles, el arsenal de misiles al completo [...] y las capacidades militares convencionales del Norte, lo que incluye la artillería enterrada en la frontera”, escribe el especialista Stephan Haggard.

Donald Trump incluso ha recurrido al farol, al alimentar los rumores y la presencia en los medios sobre la llegada de su portaaviones Carl Vinson, que inicialmente navegaba en dirección opuesta a Corea. Una actitud que ha causado consternación en la capital surcoreana. “Es la primera vez que veo algo así”, lamenta Go Myong-hyun, investigador del think tank Asan en Seúl. “No es buena idea jugar con esas cosas. Se corre el riesgo de socavar la confianza de Corea del Sur, de China, de Japón. Hay que enviar un mensaje claro a la otra parte: si ésta piensa que vas de farol, el impacto será negativo”.

Presiones de Pekín

Go Myong-hyun piensa no obstante que los gestos de EE. UU. han tenido un efecto positivo: “Las duras palabras de Trump sobre Pyongyang y Pekín han forzado a China a tomar medidas serias contra su aliado norcoreano”. Pekín muestra una firmeza nueva frente a Corea del Norte (el 90% del comercio exterior es chino). En febrero, China anunciaba el final oficial de las importaciones de carbón norcoreano.

La semana pasada, un editorial del diario del Partido Comunista Chino, Global Times, instaba a cerrar el grifo del petróleo que nutre al Norte. La medida pondría de rodillas a la economía norcoreana, en caso de que se aplicase. A raíz de esta amenaza, el precio de la gasolina en Pyongyang subió un 83% en tres días. El diario también dio a entender que el acuerdo de defensa mutuo chino-norcoreano podría no aplicarse en caso de ataque preventivo norteamericano.

China parece temer una escalada de la violencia. El lunes, Xi Jinping instaba a la contención en una nueva –la tercera– conversación telefónica con Trump. Éste último dice estar dispuesto a hacer concesiones económicas a Pekín a cambio de cooperación con Corea del Norte, pero esta armonía tendría límites: China rechazará cualquier acción que derive en el hundimiento del Norte, que provocaría un flujo de refugiados y que correría el riesgo de enviar tropas norteamericanas (28.500 soldados desplegados en el Sur) a su frontera.

El problema es que esta política norteamericana de intimidación y de acorralamiento corre el riesgo de reforzar la determinación de Kim Jong-un a la hora de dotarse, lo antes posible, de capacidad de disuasión nuclear, considerada como su mejor posibilidad de supervivencia. En Pyongyang no olvidan la lección del dirigente libio Mouamar Gadafi, que aceptó renunciar a la cuestión nuclear antes de ser derrocado por una coalición occidental.

El régimen norcoreano puede mostrarse extraordinariamente brutal, pero no es suicida ni irracional, como ha puesto de manifiesto su capacidad para sobrevivir a la guerra fría y a una hambruna terrible, que acabó con la vida de medio millón de personas. Kim Jong-un sabe que atacar a Estados Unidos firmaría el final. Sin embargo, también tiene interés en un aumento –bajo control– de las tensiones, opina Go Myong-hyun: “Pyongyang ha comprendido que no es hablando con Washington como va a alcanzar su objetivo principal, ser reconocido una potencia nuclear. Para obtener dicho reconocimiento, primero hace falta mantener las tensiones hasta un cierto punto”.

De ahí estas demostraciones de fuerza limitadas (desfile militar, ejercicios de artillería) y estas amenazas verbales, siempre tan creativas. La llegada del Carl Vinson “sin duda puede causar miedo a una medusa, pero no a [Corea del Norte]”; el Ejército norcoreano está listo a “hundir portaaviones en un solo ataque”, avisa el Diario de los Trabajadores. El riesgo es el de una escalada accidental, un error de cálculo de un lado o del otro que sea la chispa que encienda la mecha.

En este arriesgado duelo entre Donald Trump y Kim Jong-un, la principal interesada, Corea del Sur, está fuera de juego. Cuando Trump telefoneó el lunes a Xi y al primer ministro japonés Shinzo Abe, no se molestó en llamar a Hwang Kyo-ahn, el presidente surcoreano en funciones. Corea del Sur está en campaña (las elecciones se celebran el 9 de mayo) y teme más que nada no ser consultado por su aliado norteamericano en decisiones que conciernen al primer jefe.

Para Seúl hay urgencia en retomar la iniciativa frente al Norte. Los favoritos en las elecciones son dos progresistas (Moon Jae-in y Ahn Cheol-soo), ambos a favor de una reanudación del diálogo con Pyongyang y de una reanudación de las negociaciones sobre la cuestión nuclear. “Las sanciones no son un objetivo en sí”, recuerda Yang Moojin, de la Universidad de Estudios Norcoreanos en Seúl. “Sólo pueden tener resultados si los países mantienen conversaciones paralelas. Las presiones en sí mismas no funcionan”.

Si bien Kim Jong-un no aceptará renunciar a un programa nuclear ahora demasiado avanzado, Cheong Seong-Chang considera que es posible negociar una congelación, “porque Pyongyang quiere salir de su aislamiento diplomático y quiere el final de las sanciones”. El dirigente norcoreano ha mostrado que también le otorga importancia a las cuestiones económicas al autorizar que se desarrolle de facto, en el Norte, el capitalismo, concediendo más independencia a los agricultores, tolerando la emergencia de una nueva clase de comerciantes, que se enriquecen en el mercado negro.

También China defiende con vigor que se reanuden las conversaciones nucleares. Donald Trump, a quien le gusta presentarse como un negociador experimentado, tiene ante sí una oportunidad histórica. “Los norcoreanos preferirían negociar con un republicano en la Casa Blanca porque habrá menos riesgo de ver saltar en pedazos un eventual acuerdo en las próximas elecciones”, reconoce una fuente que viaja con frecuencia a Pyongyang.

El 9 de mayo en Seúl, con toda probabilidad, el presidente recién elegido reanudará estos esfuerzos en pro del diálogo. Donald Trump se mostrará muy interesado en escucharlo. __________________

Traducción: Mariola Moreno

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