Luces Rojas

En el Primero de Mayo: la muerte trágica y vergonzosa de Richard Laco

Dos obreros de la construcción, en una imagen de archivo.

Andrew Richards

Versión en inglés  

El 6 de noviembre de 2013, Richard Laco, un trabajador inmigrante de 31 años, natural de Eslovaquia, perdió la vida cuando le cayó una plancha de acero mientras trabajaba en una obra en el norte de Londres. El sector de la construcción, como bien se sabe, resulta peligroso y es tristemente famoso en todo el mundo por su alta mortalidad y por las tasas elevadas de accidentes que registra. En todo caso, en Gran Bretaña el peligro intrínseco de este sector productivo ha aumentado sin cesar a lo largo de los últimos 30 años, un periodo marcado por el neoliberalismo sin límites de los sucesivos gobiernos conservadores y laboristas: durante este tiempo, se ha producido una desregulación irresponsable, se han eliminado obstáculos que se interpusieran en el funcionamiento del mercado y, sobre todo, se ha aprobado una legislación antisindical tan draconiana que supera incluso a la de Estados Unidos.

Sólo el 10% de los trabajadores de la construcción están sindicados. Aquellos que dan el paso de hacerlo suelen ser incluidos en listas negras. Y se hace todo lo posible para evitar que los sindicatos lleguen hasta los lugares de trabajo, impidiéndoseles organizar a los obreros. En este contexto, la salud y seguridad de los trabajadores queda subordinada completamente a la búsqueda del beneficio. En un discurso pronunciado poco tiempo después de la muerte de Richard Laco, Peter Farrell, el responsable de la Campaña por la Seguridad en la Construcción, dijo: “Estas cosas suceden porque el gobierno ha declarado que la salud y la seguridad son cargas para la industria. El gobierno está suprimiendo las regulaciones. Pero las regulaciones existen para defender y salvar las vidas de trabajadores como Richard. El ha muerto a causa de los recortes. Las compañías meten en listas negras a quienes se atreven a hablar sobre seguridad. Todo esto es un desastre”.  (Camden New Journal, 15/11/2013).

Farrell no exagera. Las consecuencias de la escasa protección que tienen los trabajadores más vulnerables en industrias peligrosas son catastróficas. En un informe reciente sobre la muerte de Richard Laco, The Observer presentaba una estadística impresionante: desde 2001, han muerto 448 soldados británicos en Afganistán. A lo largo del mismo periodo, más de 760 trabajadores perdieron su vida en la construcción en Gran Bretaña.

Si una tragedia como esta ocurre en una democracia avanzada, ¿qué podemos esperar sobre los derechos de los trabajadores en los países en vías de desarrollo? La situación es pésima y la construcción protagoniza los peores abusos. The Guardian informaba hace unas semanas (14/4/2014) que la industria global de la construcción se nutre sobre todo de fuerza de trabajo inmigrante. La actividad global de la construcción crecerá en más de un 70% de aquí a 2015 y la mayor parte de ese crecimiento corresponderá a China, India y Estados Unidos, tres países que no destacan precisamente por su respeto o tolerancia hacia los sindicatos.

Al igual que muchas otras industrias globales, el sector de la construcción está formado por un laberinto de multinacionales, compañías nacionales, gobiernos y una infinidad de empresas subcontradas. En estas condiciones, la aplicación de la legislación laboral es débil, cuando no inexistente, de modo que los peores abusos de los derechos de los trabajadores quedan impunes. Así se ha visto claramente en el caso de los megaproyectos de construcción asociados a grandes eventos deportivos.

Como dijo The Guardian sobre estos eventos, “forman un terreno fértil para el desarrollo de abusos que afectan a una fuerza de trabajo vulnerable y con frecuencia desregulada”. Así, en 2013, Human Rights Watch informaba que los trabajadores inmigrantes de las grandes instalaciones deportivas rusas de los Juegos Olímpicos de invierno y de los Juegos Paraolímpicos estaban sometidos a condiciones de trabajo lamentables e incluso en algunos casos no recibían sus salarios. Las preparaciones de Qatar para el Mundial de Fútbol de 2020 son otro caso bien conocido. A través del Proyecto sobre la Esclavitud Actual, tanto Amnistía Internacional como The Guardian, han señalado y condenado la pérdida de vidas de trabajadores inmigrantes y las condiciones de trabajo forzado en las obras de Qatar.

Desafortunadamente, la construcción es solo un ejemplo, aunque quizá especialmente sobresaliente, de los abusos perpetrados por una industria de escala global en la que las grandes compañías occidentales emplean a trabajadores pobres y vulnerables procedentes de los países en vías de desarrollo. En este sentido, la industria de la ropa ha conseguido una fama aún peor que la del sector de la construcción. Hace poco, el Institute for Global Labour and Human Rights (IGLHR), con sede en Pittsburgh, ha dado a conocer dos informes tremendos sobre Guatemala y Bangladesh.

En Guatemala, el IGLHR describe cómo entre 2001 y marzo de 2013, entre 1000 y 1500 empleados –casi todos mayas indígenas– trabajaban duramente en la fábrica de Alianza Fashion en Chimaltenango. En ese periodo de tiempo produjeron 52 millones de piezas de ropa para la exportación a Estados Unidos y Canadá, con destino a algunas de las marcas más destacadas del mundo de la moda, como Macy's, JC Penney, Philips-Van Heusen, Nordstrom y Wal-Mart.

Si, por un lado, las desgravaciones fiscales extremadamente generosas permitieron a los propietarios de las fábricas y a los consumidores norteamericanos ahorrar millones de dólares, por otro el Ministerio de Trabajo de Guatemala no puso en práctica las leyes laborales del país. Sin derechos legales, y destrozados todos los intentos de organizar un sindicato, los trabajadores de Alianza ganaban 1,05 dólares por hora, el salario más bajo en Guatemala, muy por debajo de los niveles de subsistencia.

Aunque parezca increíble, las condiciones en Bangladesh son aún peores. En su informe sobre la fábrica de Next Collections en Ashulia, a las afueras de Daca, IGLHR mostraba el abuso sistemático y terrible de la fuerza de trabajo. Con 3.750 empleados, la fábrica es parte del Grupo Ha-Meem, el segundo mayor exportador de ropa de Bangladesh, con 26 fábricas y más de 30.000 trabajadores en total. En Ashulia, aproximadamente el 70% de la producción va a parar a marcas norteamericanas como Gap y Old Navy.

El informe describe una lista interminable de abusos, incluyendo semanas laborales de más de 100 horas, sueldos de pobreza (entre 20 y 24 centavos de dólar la hora), así como el uso sistemático de castigos físicos, despidos ilegales (especialmente, por horrible que suene, de empleadas embarazadas) y preparación de nóminas falsas que proporcionen la coartada a Gap para dar la impresión de que cumple con las leyes en material de salarios y horas de trabajo. Por si faltara algo, el Grupo Ha-Meem ha bloqueado una y otra vez el derecho de los trabajadores a organizarse en un sindicato independiente. El informe concluye que los trabajadores del textil en Bangladesh están entre los que más trabajan del mundo y, a la vez, entre los peor pagados del planeta.

On the First of May. Tragic and shameful: the life and death of Richard Laco

Incluso en un medio tan duro de la Gran Bretaña neoliberal, las condiciones en el sector de la construcción en el norte de Londres son incomparablemente mejores que las de los talleres de explotación en Bangladesh. No obstante, Richard Laco perdió su vida, lo que nos recuerda que los derechos de los trabajadores (en especial, el derecho a un trabajo seguro) están amenazados en todas partes. Las fuerzas progresistas de la izquierda (partidos, sindicatos y movimientos sociales) deberían situar esta preocupación en el centro mismo de sus proyectos políticos. En este primero de mayo, harían bien en recordar y tomarse seriamente las palabras del viejo himno de los mineros: “La causa de los trabajadores es la esperanza del mundo”.

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Andrew Richards es investigador senior en el Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales del Instituto Juan March. Doctor por la Universidad de Princeton, es autor del libro Miners on Strike (Berg, 1996). En la actualidad está escribiendo una biografía de Salvador Allende.

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