Desde la tramoya

Justicia o misericordia: las trampas de un programa de la televisión pública

Justicia o misericordia: las trampas de un programa de la televisión pública

El mayordomo, actualmente en las pantallas grandes, es una historia inspirada – aunque solo ligeramente – en la vida de Eugene Allen, quien sirviera como mayordomo de la Casa Blanca durante 34 años, bajo ocho presidentes. La película se deja ver sin más, como se dejaba ver Forrest Gump, que también jugaba utilizando una historia personal para elevarse a los acontecimientos sociales y políticos del momento.

Hay una secuencia en la que se pone en boca de un joven Martin Luther King una reflexión interesante. Los “negros domésticos” (es decir, los afortunados que trabajan en las casas y no en las plantaciones de algodón), son subversivos, dice. Lo son, explica, porque gracias a ellos los blancos descubren que los negros son buena gente, ayudan, tienen sentimientos…

La televisión tiene, como la radio, esa capacidad fascinante de normalizar ideas, haciéndolas accesibles, extendiéndolas y reforzándolas. Los sociólogos lo llaman sedimentación: las ideas transmitidas por los medios de masas crean metafóricas capas en el imaginario de una sociedad: lentamente, poco a poco. La presencia de parejas gais en los programas de ligues o en las teleseries, ayudan a normalizar la homosexualidad, por poner un ejemplo universal. Viene esto al hilo de un programa de Televisión Española que está distrayendo a jubilados y estudiantes en las sobremesas españolas. El adefesio se llama Entre todos, y esconde un efecto fatal, en su aparente inocuidad y la evidente buena voluntad de quienes participan en él.

El programa es muy sencillo. La presentadora expone la situación de alguien con una necesidad específica y le presenta a los televidentes y al público en el estudio. Abre luego las líneas de teléfono para que los espectadores ayuden con lo que puedan. El buen samaritano que se anima a llamar es animado por el público en el plató, que se pone de pie y aplaude su generosidad. De esta manera, gracias a las colaboraciones altruistas de los espectadores (quizá 500 euros por aquí, 100 por allá, 2.000 que pone un señor especialmente generoso…), una ciudadana puede abrir su negocio de venta de vestidos de novia de segunda mano, otro beneficiario puede poner un elevador en su escalera para un familiar enfermo, y otro puede pagar una prótesis especialmente cara.

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Nada que objetar con respecto a esos solicitantes menesterosos: suficiente tienen con su angustia y con el hecho de que la Administración no parezca capaz o ágil para ayudarles. Nada que objetar con respecto al público, que se siente reconfortado con la idea de que hay gente que sufre y otra dispuesta a ayudar. Pero el programa traslada a la audiencia, y normaliza con su emisión diaria, un mensaje profundo: estas son desgracias que pasan, y aquí estamos para resolverlas “entre todos”. Con misericordia, voluntariamente, con buena intención. La justicia queda descartada. Si esa señora puede tener finalmente su prótesis será porque nos movilicemos voluntariamente, no porque el Estado lo garantice.

La sociedad civil sustituye al Estado; la misericordia a la justicia; la voluntad al deber público. Igual que la llamada Responsabilidad Social de las Empresas en el mundo corporativo: si no contrato niños para que cosan mis zapatillas no es porque haya una ley que me lo impida, sino porque quiero evitarlo voluntariamente. Buena argucia para que las leyes no vayan más allá de donde ya están. Intuyo, pues, que esos mensajes del programa referido terminan por alienar al personal de su deber como ciudadanos, que es exigir que no se desmantelen los servicios públicos que garantizan que se ayuda a los emprendedores, se asegura a los trabajadores, se cura a los enfermos y se cuida a los niños y los mayores. No: no es ya el Estado quien interviene, sino una ficción bajo el rótulo “todos”, que en realidad son unos cuantos generosos que deciden llamar por teléfono. Esa ficción compite así con el verdadero “todos”, que es justamente el Estado.

Desde que los sucesores del brillante equipo anterior llegaron a RTVE, la televisión estatal ha sufrido pérdida de audiencia y vuelta a las denuncias de los propios trabajadores sobre el sectarismo de algunos informativos marcados desde arriba. Pero, además, la pequeña pantalla se nos ha plagado de programas que evocan patrioterismo, papanatismo y verdadera obsesión con la “marca España” (Entre todos, por cierto, no ayuda nada en esto último de la “marca país”). Ahí están los productos “hechos en España”, el talent-show con nuestros emprendedores, la programación sobre la Casa Real, España vista desde el cielo o sus conexiones con la vida de otros países… Parece como si se nos quisiera recordar a cada paso lo buenos que somos y lo orgullosos que debemos estar de ser españoles. Pero Entre todos da una vuelta de tuerca más: qué bueno que hay españoles solidarios, sí, pero, precisamente por eso, sálvese quien pueda. Si has conseguido los 2.500 que necesitabas para tu prótesis, fenomenal. Si no, te las arreglas de otra manera. O pon Telecinco que hay animada tertulia social.

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