Buzón de voz

A-POR-UE: Europa al revés

Ha arrancado la campaña electoral europea posiblemente más decisiva y difícil de su historia. El 25-M está marcado por la Gran Recesión económica cuya gestión ha dividido la Unión Europea entre acreedores y deudores, entre ricos y pobres, o entre más y menos ricos (todo depende de con quién nos comparemos). El caso es que el discurso único de la austeridad pone a prueba ese rasgo esquizofrénico que caracteriza la UE desde su nacimiento: una doble personalidad de los Estados miembros, que manejan la contradicción entre los intereses nacionales, soberanos, y los (supuestos) intereses conjuntos de la comunidad europea. Desde el estallido de la crisis financiera en 2008, a esa tensión permanente, que ralentiza los avances hacia la unión a un ritmo paquidérmico, hay que sumar la fundadísima sospecha de que el timón principal del proceso no está en manos de la política sino de los intereses financieros.

Las encuestas van confirmando hasta el momento lo que el sentido común intuye y se respira en la calle. Los partidos que han gobernado durante la crisis son corresponsables de los efectos de la gestión de la misma; han compartido o asumido al menos las decisiones de un Consejo Europeo que en todo momento ha colocado como prioridad el salvamento de bancos aun a costa de dejar a la intemperie a los ciudadanos. Muy especialmente en los países deudores, donde se ha impuesto la doctrina de la culpabilidad, ese manual que reza "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades" o "no podemos gastar lo que no tenemos", dos de las frases favoritas de Mariano Rajoy desde que llegó a la Moncloa. Todo parte de una enorme falsedad, ya demostrada -entre muchos otros- por el profesor Mark Blyth (Universidad de Brown) en su ensayo Austeridad. Historia de una idea peligrosa. El relato oficial ha conseguido instalar la falacia de que el origen de esta crisis está en una elevada y en algunos casos insoportable deuda pública, pese a que todos los datos reflejen otra realidad: la del enorme agujero (apalancamiento) en el sector privado, en las cajas de ahorros (no todas) y en las grandes inmobiliarias cuyos préstamos comprometidos salpicaron a su vez la solvencia de grandes bancos cuando estalló la burbuja de la construcción y el efecto mariposa de las subprime y los productos derivados estadounidenses. A estas alturas nadie discute la necesidad de controlar con rigor la deuda pública, algo muy diferente a trasladar al Estado un problema estrictamente privado.

Crisis de credibilidad

Los sondeos conocidos estos días, tanto el del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) como los que manejan los principales partidos, reflejan una caída de PP y PSOE y un crecimiento importante de Izquierda Unida, de UPyD y la posible incorporación de alguno de los nuevos partidos surgidos en los últimos meses al calor de la indignación ciudadana. Pero la incertidumbre principal está en el dato de participación. El descenso histórico del llamado bipartidismo (por más que algún medio se empeñe en ver recuperaciones "vigorosas" en el fondo de un pozo) tiene mucho que ver con Europa y muy especialmente con el diseño del euro. La pertenencia a la Unión Monetaria ha anulado la soberanía de los estados miembros para aplicar una devaluación monetaria, y Alemania ha impuesto una devaluación salarial en los países del sur que además provoca una profunda desigualdad. Ni el PSOE antes ni el PP después (pese a sus diferencias ideológicas) plantearon un pulso contra esa doctrina; quienes amagaron con él en Grecia o en Italia fueron sustituidos por tecnócratas, y, en Francia, Hollande acaba de someterse a la medicina de los recortes.

Cualquier análisis de esta crisis que escape al 'discurso único' de la austeridad lleva a la conclusión de que la UE afronta una crisis política aún más profunda que la económica. Las instituciones pierden credibilidad cuando no resultan útiles a la ciudadanía. Hace años que la doctrina que sale de Bruselas es, en el mejor de los casos, la del "mal menor". Se imponen sacrificios a los sectores más débiles siempre con la amenaza de que no hacerlos llevaría a una situación todavía peor. No importa que el país en el que se originó esta crisis, Estados Unidos, la esté superando a base de políticas expansivas con resultados ya demostrados en términos de crecimiento y de empleo. Por razones ideológicas y por imposición de los intereses del núcleo duro encabezado por Alemania, aquí se siguen aplazando pasos imprescindibles por parte del BCE y del propio Consejo Europeo.

El puñetazo en la mesa

Como explica Luuk Van Middelaar en El paso hacia Europa: Historia de un comienzo, una de las razones por las que el europeísmo se debilita a pasos agigantados es su modelo institucional, más tecnocrático que democrático. Desde siempre las decisiones en el Consejo se han tomado por consenso o simplemente se han aplazado; no parece concebirse el debate político, la confrontación de alternativas o el puñetazo en la mesa (ver entrevista de la politóloga Sonia Alonso a Van Middelaar). Para que la ciudadanía pueda confiar en la UE tendrá que comprobar que sus instrumentos políticos funcionan y responden a los intereses de la comunidad europea, no a los de sus miembros más ricos y menos aún a los de poderes no elegidos.

PP y PSOE han ocupado los primeros días de campaña en discutir los pormenores de un debate cara a cara que debería ser tan obligatorio como otros debates entre los candidatos de todos los partidos con opciones de representación. Y siguen discutiendo sobre si hablan más o menos minutos de agricultura o de industria, mientras la gente discute si esta es o no la Europa que queremos y necesitamos; si este euro tiene sentido o solo sirve para apretar determinados cinturones. Porque entonces cabe la reflexión de Mark Blyth: "Estoy plenamente a favor de que todo el mundo se apriete el cinturón, a condición de que todos llevemos los mismos pantalones". ¿Hace falta más Europa o lo urgente es darle la vuelta a esta Europa? 

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