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Inconsistencia

Da miedo la inconsistencia de algunas de las personas que nos gobiernan. No hablo de moralidad ni de cultura, ni siquiera de criterio; hace tiempo que la duda sobre su capacidad general dio paso a la certeza sobre la insolvencia de la mayoría de ellos. La política en España se ha venido ejerciendo, y a lo que parece va a seguir así durante mucho tiempo, por personas que más que méritos para procurar el bien común atendiendo a la razón de Estado, atesoran cualidades medradoras e historial de perruna obediencia al líder de turno de su partido o agrupación. Si querías hacer carrera, ni crítica ni desobediencia. Así, claro, poca creatividad y nula valentía.

Por si alguno se desmandaba, ahí estaban los órganos del partido o los líderes carismáticos, para organizarse la timba con las cartas marcadas, poniendo a fieles o leales a sus fieles en los lugares sensibles de decisión o ascenso.

Curiosamente, los ejemplos más recientes de estos comportamientos los tenemos en las formaciones que todavía reclaman y en gran medida tienen la confianza ciudadana en que serán los motores del cambio: en columna vecina aquí en infoLibre está lo último de Ciudadanos y en crónica reciente las disputas internas con dimisión y todo en Podemos. Cierto es que no responden al mismo patrón que los grandes partidos cuyo paso por gobiernos y administraciones ha reforzado su músculo del clientelismo y el voto al amigo, pero apuntan esas inquietantes maneras de los que dicen digo y hacen diego cuando el decir mira al prójimo y el hacer es de puertas adentro.

Diríase con cierta perspectiva que si tampoco ahí las cosas van cambiando, seguiremos teniendo a los mediocres en la gestión de la cosa pública. Como mucho, habrá líderes capaces, pero su acción y sus aparatos se habrán cargado las posibilidades de quienes desde la crítica o el debate interno podrían haberles hecho mejorar.

Hay, con todo, y de ahí el miedo cuya confesión encabeza estas líneas, una realidad más preocupante que se está manifestando en el agitadísimo ruedo político de esta “semana de la desconexión” a la que se suma también la “crisis de la contaminación incontenible”. Esa realidad es la de la inconsistencia anímica.

Inconsistencia de todo un jefe de Gobierno a la deriva, renunciando a principios primero y a dignidad después con tal de mantenerse en el poder con la ambición de pasar a la historia. Inconsistencia de una alcaldesa que no sabe que lo es porque ni se entera de lo que hacen los suyos ni mantiene no ya lo que promete, sino la misma coherencia de su propio discurso. Comportamientos que se me antojan además de inaceptables políticamente, de una inmadurez personal que ciertamente provoca pavor.

Ruido de sables

Ruido de sables

Puede que me equivoque, que mi juicio pueda ser excesivo por cabreo o decepción. Pero acépteme una sugerencia de ejercicio personal: ¿qué le diría usted a su amigo Artur o a su querida Manuela si, desprovisto de la marca y la influencia de la política, les viera actuar, hablar y caminar por los territorios en que ellos ahora lo están haciendo? ¿No pensaría que están a falta de algún hervor o pasados ya de vueltas?

Lo malo, lo inquietante, lo que da miedo, es que las consecuencias de todo esto, igual que el capítulo de personal de ellos y de su equipo, las pagamos y pagaremos las víctimas de su administración.

Un día de éstos, alguien empezará a pensar primero en los ciudadanos: en su salud, en sus impuestos, en sus servicios... Alguien con idea de servicio y compromiso con la gente, no con el poder en su partido, o en las corporaciones. Alguien que no repita consignas ni le escriban los discursos. Alguien, no sé, con algo más de dedo y medio de frente.

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