Y sin embargo se mueve

Antivacunas, parásitos sociales

América Valenzuela

Mientras los antivacunas desprecian las inmunizaciones, 1,5 millones de niños mueren cada año por enfermedades que podrían evitarse gracias a estos fármacos. Son 4.000 niños al día consumidos por el sarampión, la neumonía o el cólera. Son familias que se sumen en la tristeza porque no han tenido la oportunidad de proteger a sus hijos.

Mueren porque no consiguen esquivar la enfermedad. Las campañas de vacunación en los países en desarrollo o inmersos en conflictos bélicos se topan con tantas dificultades que es por el momento imposible lograr el 95% de cobertura, el porcentaje necesario para que la enfermedad no se difunda y se reduzca a casos anecdóticos.

Aquí en España, hemos logrado ese porcentaje de vacunados, e incluso lo superamos en algunas comunidades autónomas. Hemos logrado lo que buscan en aquellos países: la inmunidad de grupo. Esto quiere decir, que ese 5% de los niños no vacunados, porque son aún muy pequeños, sufren alguna alergia a los componentes o una inmunodeficiencia, están protegidos frente a la enfermedad. Lo están porque no entran en contacto con ella. Y aún así, hay casos, como las recientes muertes por tos ferina de bebés en Andalucía.

Los hijos no vacunados de los detractores de estos medicamentos sortean la enfermedad gracias a la solidaridad de los demás. Son parásitos sociales que ponen en riesgo la salud de los demás niños de su entorno. El comportamiento irresponsable de sus padres amenaza con romper la barrera de inmunidad. Ya lo han logrado en algunos lugares. El invierno pasado el sarampión brotó en Disneylandia. Casi 150 niños se contagiaron por culpa de los antivacunas que han proliferado en zonas acomodadas. Ellos elevan al 14% la población sin vacunar en algunas áreas. Tras este suceso California ha aprobado una nueva ley que elimina la posibilidad no vacunar por “creencias personales”. Además, prohíbe la escolarización en escuelas o guarderías de niños sin vacunar. En España, en algunos barrios de Granada los creyentes en la medicina natural también han provocado brotes de sarampión. El niño de Olot que murió este verano por difteria fue víctima de los antivacunas.

Mientras este colectivo que niega la medicina moderna celebra en los países ricos "fiestas del sarampión" para que los niños se contagien con una piruleta chupada por un enfermo y así “pasen la enfermedad, que es mejor que vacunarse”, en otros puntos del globo 100.000 niños mueren al año por no haber podido inyectarse la inmunización. El sarampión es una enfermedad grave. No hay tratamiento. Solo se puede cuidar al paciente para evitar complicaciones, como ceguera, inflamación del cerebro, diarrea grave e infecciones del oído y respiratorias.

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Si los antivacunas de los países acomodados cambian de parecer pueden acceder a la inmunización a la vuelta de la esquina, en el centro de salud más cercano. En países como Sudán del Sur o República Democrática del Congo las mujeres recorren durante horas a pie kilómetros cargando con su bebé hasta llegar al centro donde se administra la inyección. Tras el esfuerzo, quizá regresen a casa con sus vástagos sin vacunar. Para ahorrar gastos, el gobierno solo permite abrir los viales, que llevan inmunización para 10 dosis, si hay suficientes niños reunidos como para aprovechar por completo el preciado medicamento.

En muchos de estos países conflictivos las vacunas son escasas y valoradas. Por eso se destinan exclusivamente a niños menores de un año. Si el bebé cumple su primer año de vida aislado durante la época de lluvias, se quedará sin derecho a la inmunización. Lo mismo los que se vean inmersos en un conflicto armado en su primer cumpleaños.

En España, antes de la introducción en la década de los ochenta de la vacuna del sarampión se producían unos 150.000 casos al año; con la creación de la vacuna de la polio se frenaron brotes que mataban a decenas de miles de personas. Que te vacunaran era una de las mejores cosas que te podían pasar. Los antivacunas de hoy en día escupen sobre este avance científico. Dan la espalda al mundo real cegados por su absurda obstinación.

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