Muy fan de...

Muy fan de... Franco

Españoles, Franco absuelto. Cuarenta años de la muerte de quien fulminó la democracia durante otros cuarenta.

Y falleció en la cama de un hospital, absuelto por el padre Bulart que en nombre de Dios y en secreto le dio la extremaunción recitando, suponemos, algo así: “Compadécete de tu hijo Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo, para que, ungido con el óleo santo y ayudado por nuestra oración, reciba consuelo y alivio en su cuerpo y en su alma, obtenga el perdón de sus pecados.” Chimpún.

Ocho lustros después y, como somos muy de celebrar efemérides, publicamos un sinfín de especiales en prensa, emitimos crónicas y documentales que combinan el color de hoy con el blanco y negro de entonces y nos afanamos en construir un recordatorio colectivo: cómo era él, cómo éramos nosotros, cómo era España; esa que hoy no reconoce ni la madre que la parió, aunque en ciertos aspectos siga siendo la chica de ayer.

Otros ofrecen misas por su alma, contradiciendo a quienes dudan de que el máximo responsable de ajusticiamientos, asesinatos y desapariciones forzosas, fuera poseedor de esa entidad inmaterial que, se supone, traemos de serie los seres humanos.

Y algunos celebran banquetes en su honor. El próximo 3 de diciembre está previsto uno en Madrid. Justo en la víspera del cumpleaños del artista antes conocido como 'El caudillo', la subvencionada Fundación Francisco Franco ha organizado una cena homenaje al dictador en el hotel Meliá Castilla, a 40 euros el cubierto, qué bien traída la cifra...

Dice Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, que no le gusta el homenaje pero no puede prohibirlo porque “esto es una democracia”. Claro, es lo bueno de la democracia, incluso los fans de los dictadores pueden celebrar sus saraos. Imaginemos una cenuqui en tiempos de Franco en homenaje a alguien que no le cayera bien... Largo Caballero, por ejemplo. ¿A que da la risa floja y tiemblan las canillas, solo de pensarlo?

Y entre especiales, documentales, misas y banquetes, también hacemos chistes, todos los que se nos pasan por la cabeza, los que queramos. Sí, ahora podemos hacerlos. Sólo se necesita un poco de gracia y otra cosita. Otra cosita que no es la valentía, porque hoy no tiene mérito; y lo sabes, lo sabemos.

Fue entonces, cuando Paco vivía, que una chanza te podía costar un disgusto. Y algo tan inocente e infantil como canturrear ♪ “Franco, Franco que tiene el culo blanco porque su mujer lo lava con Ariel” ♪ era como un grito de insumisión, susurrado entre el acelerador del morbo de lo prohibido y el freno del miedo. Mucho miedo y poca broma.

Hoy nos reímos, podemos hacerlo y nos chifla. Y no, no tiene mérito, pero es la prueba inequívoca del descanso que dejó el pequeño dictador cuando llevó tanta paz como represión había dejado en este país, paralizado durante cuarenta largos años, donde lo único que se movía a su aire era la cámara histriónica de Valerio Lazarov.

Ahora podemos reírnos y discutir sobre “los límites del humor” en ese debate ético y eterno que solemos situar en el terreno del buen gusto y la sensibilidad con el dolor ajeno, pero nunca en la censura.

¿Acaso podrían imaginar nuestros jóvenes de veinte años un doblaje franquista de Pulp Fiction, con censores cambiando a destajo los múltiples “fuck” de Tarantino por unos cuantos “córcholis” y jolines”? ¿Y al Señor Lobo diciendo: “No empecemos a chuparnos las... piruletas Fiesta”? No tendrían suficientes JAJAJAJAJAJA en los teclados para comentar en las redes sociales.

¿Podrían imaginarse nuestras adolescentes, que se matan a selfies poniendo morritos, pidiéndole permiso a su marido para abrir una cuenta corriente en el banco, firmando su despido “voluntario” un mes antes de casarse, o solicitando la autorización de su esposo para reincorporarse al mercado laboral dos años después de la boda? “¡¿Perdooooona?!” dirían muertas de risa.

Más aún. ¿Podrían esas jóvenes haberse hecho selfies en los setenta? No. No sólo porque el smartphone con su cámara inversa no estuviera inventado, sino porque una mujer necesitaba la mano de un hombre para hacer la foto de su vida. “Qué selfie ni qué selfie, póngase señorita a leer la revista de la Sección Femenina para aprender cuál es su misión en la vida. Exacto, la sumisión”.

Ahora, cuarenta añazos después, con la perspectiva de la distancia de quienes sufrieron aquel despropósito y la despreocupación de quienes no vivieron en su piel tal sinvivir, podríamos versionar la canción de Karina y tararear a coro: ♪ “Buscando en el baúl del franquismo, cualquier tiempo pasado nos parece risión”♪

Y dar gracias a que, sin olvidar el dolor y las heridas aún abiertas, hoy podemos descojonarnos del retrato paródico del personaje. Y eso es mucho. Es una de las libertades que más irritan y encabronan a los totalitarios, el humor, la crítica, la risa. Y te quitan las ganas de reír para quitarte las ganas de pensar y de vivir. Y te desarman del humor para que no puedas defenderte de la tristeza, del sufrimiento, y su “que no se rían” es un “que se jodan”.

Que rulen los chistes y los memes y los gags. Que nos quiten lo reído, que la muerte nos pille partiéndonos de risa.

Por cierto, Franco también tenía sentido del humor. Sí, sí. Cuentan que allá por los años cincuenta, visitó Jerez de la Frontera con su ministro de Agricultura, Rafael Cavestany. Y, al ver los aspersores de riego recién instalados en una de las fincas, comentó con su inconfundible vocecita:

Muy fan de... la dinastía Pujol

“Cavestany esto me recuerda cuando de chavales jugábamos a ver quién meaba más lejos”.

Es cierto, Paco, tú measte más lejos.

NOTA DE LA AUTORA: Gracias a Hugo Izarra por permitirme, con su talento, subir el nivel de esta columna.

Más sobre este tema
stats