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Desde la tramoya

Rajoy, genio y figura

Como el resto del país, me quedé perplejo el miércoles observando el desparpajo de Rajoy al negar ante una periodista lo que había afirmado tan solo una semana antes: que sometería a la aprobación de su comité ejecutivo las seis condiciones que Albert Rivera le había puesto para darle el sí. Vi a un Rajoy arrogante y enfadado: ese personaje que se ofusca cuando le critican porque considera que las cosas son como son y él y sólo él sabe cómo son. Por un momento sospeché que cuando decía que él hablaría en persona con Rivera lo que tuviera que hablar, lo que quería decir era que aceptaría sus condiciones a cambio de que el joven no hiciera mucho ruido con ellas.

Pero confieso mi estupor ante el presidente en funciones que no tiene el más mínimo pudor en hacerse el tonto ante medio centenar de periodistas y ante el país entero. De manera que yo mismo llegué a dudar de que quisiera ir a la investidura con el apoyo de Ciudadanos y los siete votos adicionales que pueda sacar de donde sea.

Tras 24 horas de especulaciones y confusión, estamos en realidad en el punto en que nos encontramos desde hace ya casi dos semanas. Rajoy tratará de ser investido arañando los pocos votos que le faltan.

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Yo creo que lo conseguirá. Los nacionalistas vascos, que tienen elecciones en septiembre, creen que su electorado regional no aceptaría una abstención, e insisten en el 'no'. Los socialistas, que temen el escándalo impostado que les montaría Podemos en caso de que permitieran la investidura de Rajoy, también anuncian su voto negativo. Y Convergència hace lo propio. Pero conociendo un poco las dinámicas parlamentarias, me sorprendería mucho que sus tres grupos parlamentarios no facilitaran el desbloqueo de la situación repartiéndose la responsabilidad, para evitar unas terceras elecciones generales, que probablemente darían aún más escaños al PP.

El episodio ha vuelto a revelar el carácter de Mariano Rajoy: el joven de Pontevedra que, mientras sus colegas hacían oposición al franquismo y preparaban la Transición, prefería hacer oposiciones ¡a registrador de la propiedad!, un trabajo tan poco comprometido como lucrativo. El ministro que llevó varias carteras pero no dejó rastro con ninguna. El superviviente capaz de torcerle el pulso a la mismísima Esperanza Aguirre, cuando ella amagó con derrocarle. El segundón que se llevó el gato al agua frente a Rato y Mayor Oreja, en el cuaderno azul de Aznar, sencillamente porque el estirado presidente consideraba que Mariano sería más moldeable y disciplinado. El presunto indecente que recibió sobresueldos en sobres con dinero negro, que preside un partido imputado por obstrucción de la Justicia y que habita una sede reformada con metálico procedente de una contabilidad B. El presidente peor valorado de la democracia española. El presidente-corcho que a base de esperar y aguantar como un percebe agarrado a la roca, logra que todos los demás pierdan los nervios. El hombre, en fin, capaz de mentir sin la más mínima vergüenza para negar haber dicho lo que en realidad dijo.

Pues bien, ese señor, el candidato Mariano Rajoy, subirá a la tribuna a finales de mes para defender su programa de gobierno, y pondrá en un verdadero brete al PSOE y al resto de los grupos parlamentarios que han anunciado su 'no'. No se humillará pidiendo lastimosamente su voto. Mariano Rajoy no tiene nada que perder. Si por siete votos de 350 no saliera su investidura, echaría la culpa a los socialistas y se presentaría a unas terceras elecciones. Y las ganaría. Mariano Rajoy sabe resistir las peores olas.

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