Muros sin Fronteras

De Calais a Aluche

La jungla de Calais empieza a ser historia. Nuestro desnortamiento humanitario y político con los migrantes y los refugiados, no. Seguimos en el mismo punto de incomprensión y lo que es más grave, de ilegalidad. Las más de 6.000 personas que, según los datos oficiales, se hacinaban en ese lugar fueron trasladadas a otros puntos de Francia en medio de un amplio dispositivo de seguridad (un policía por cada cinco extranjeros). Es algo que casa mal con la presunta voluntariedad de los traslados.

La mayoría esperaban en Calais el momento de saltar al Reino Unido, su meta, al que consideran un país rico. No han debido llegarles noticias del Brexit ni del aumento de los ataque xenófobos contra los extranjeros. Cuando uno viene de la nada, ese tipo de cosas son la letra pequeña de un sueño.

Las imágenes de Calais son duras. No hay sangre ni violencia, solo una profunda tristeza en las miradas. Enric González tituló su crónica con un grito: "¡Volveremos!". Volverán, no lo duden. En esta Europa en crisis, la esperanza de vida supera los 80 años mientras que en Somalia es de 54.

Son 26 años más de esperanza con tres comidas al día, agua potable y pocos riesgos de sufrir el secuestro por parte de alguna fuerza guerrillera o gubernamental.

Existe una distinción legal entre refugiado, desplazado y migrante, pero en el fondo da igual porque desde el 11-S nos hemos cargado la arquitectura legal que surgió tras la Segunda Guerra Mundial en defensa de los Derechos Humanos. Ahora prima la seguridad. Ni siquiera eso, ahora prima la simulación de seguridad y la manipulación del miedo. En esto, el primer ministro francés, Manuel Valls, es un maestro. Todo recorte provisional de las libertades queda incrustado en el ordenamiento jurídico. Costará décadas volver a la cordura.

No existe una política europea común sobre la inmigración. Quedaron aparcados los capítulos sociales, de integración y derechos humanos. El terrorismo yihadista sirve de excusa para imponer un númerus clausus y una inmigración a la carta, que es lo que se busca. Trabajadores concretos para un continente escaso de nacimientos que necesita extranjeros que muevan la economía, paguen impuestos y nos garanticen las pensiones. En lugar de enarbolar lo bueno que traen, se restriegan los peligros, sean imaginarios o reales.

El migrante huye de la esclavitud que genera nuestra necesidad de saqueo para mantener el tren de vida. No solo expulsan las armas en Siria o Irak, las dictaduras como Eritrea. También expulsa el hambre, una guerra invisible que mata más que cualquier conflicto. Sucede con la pobreza, la escasez de agua potable, las enfermedades raras que no interesan a las farmacéuticas porque afectan a personas que no pueden pagar los medicamentos. Son Los Nadies de Eduardo Galeano.

En Calais había mucho Nadie.

Y los hay en los Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) españoles, agujeros negros de la legalidad. Los CIE, salvando las distancias, son nuestros Guantánamos. Sus inquilinos no están detenidos, sino retenidos. No han tenido juicio ni abogado. La mayoría están a la espera de su expulsión. Los trámites se aceleran si presentan denuncias o se quejan.

Durante la protesta hace días en el CIE de Aluche, muchos medios hablaron de motín, una palabra correcta si recurrimos al diccionario de la Real Academia de la Lengua, pero cargada de connotaciones negativas, tal vez herencia del cine. Algún periódico los llamó delincuentes. Sin el presunto, que solo está reservado a los ladones de cuello blanco y a las ex alcaldesas atrincheras en el Senado.

No tener papeles en regla, trabajar sin el correspondiente permiso, no auto denunciarse por estar en esta situación irregular, carecer de medios lícitos de vida o ejercer la mendicidad son motivos para acabar internado en un CIE.

La jueza Victoria Rosell denunció el martes por la noche en el programa Hora 25 de Angels Barceló la situación general y la de las mujeres en particular. Los CIE son, según dijo, centros vigilados por hombres y con una mayoría de médicos varones. No parece el mejor escenario para que una mujer denuncie una violación o la trata de personas. La oficina del Defensor del Pueblo ha denunciado esta situación además de destacar la falta de medios, entre ellos de intérpretes. Los Nadies tampoco tienen derechos en España.

Calais

El efecto llamada es nuestro estilo de vida retransmitido por decenas de televisiones hasta el último rincón del mundo. El efecto llamada son los años de colonialismo y esclavitud. Nos pusimos en su mapa vital, ahora somos su referencia de salvación.

La Europa de la Razón se convirtió en la Europa Sin Razón, la Europa de los muros y las alambradas, los físicos y los mentales. En este ambiente crecen los movimientos xenófobos y de extrema derecha en casi todos los países de a UE, Sus banderas son las de la antiinmigración y las de la antiEuropa.

Son tiempos de cobardía, mediocridad y manipulación.

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