Caníbales

A los maestros

“Las instituciones —me sermonean— están por encima de las personas. El colegio no es su director. El colegio es más que un director, que un profesor, que una sola persona que se va”. Discrepo en inglés, castellano y arameo. Son las personas las que dirigen con rectitud, exigencia y valores un colegio; son las personas las que encienden la curiosidad o contagian la desidia. Son las personas quienes ejercen el poder, lo desatienden o abusan de él… En las instituciones, en las empresas, en la vida.

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Mi discrepancia trilingüe les resulta amusing. O sea, inútil. Se lo digo también en finlandés, que siempre queda mejor en PISA. “Soy nieta de cuatro maestros. Un buen maestro es la diferencia”. Sonríen sonrisas vacías.

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A los pocos días, V. me cuenta que nuestra profesora favorita (durísima, única, inconmensurable) está enferma. Nos la emplazaron en la frontera, a los doce años: jugando aún a polis y cacos, escondiendo ya los tampax en el estuche, todavía esquivando balonazos, rozando los primeros besos.

Nos pareció altísima e irrompible; nosotros nos sabíamos niños torpes.

Algunos se crecían, fingiendo una chulería que les quedaba grande; otros nos encogíamos, siempre tropezando con nuestras inseguridades. Ella nos observaba con curiosidad y atención. Era exigente e irónica, pero detrás de su aspereza veía a cada uno de sus alumnos: nos valoraba de forma individual, nos adivinaba y nos completaba, nos impulsaba, nos hacía crecer.

Nos enseñó a escribir, a hacer preguntas, a escuchar a los demás, a pensar más allá, a imaginar… A todos nos elevó el nivel de autoexigencia. A muchos nos enamoró de las palabras. A algunos nos hizo volar.

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Nuestra profe sabe (porque se lo hemos dicho y escrito varias veces desde entonces) que todos esos años de colegio, de timidez, de acné y de temblores, merecieron la pena porque ella nos dio clase.

“Un profesor así compensa un mal colegio”, resume V. ***

A mí todavía me pasa. De vez en cuando alguien me pregunta: “¿Tú eres la nieta de…? Fue el mejor profesor que he tenido, mi mejor recuerdo del colegio. Me cambió la vida”.

Las instituciones nunca, jamás, están por encima de las personas y los buenos maestros son los que hacen buenos los colegios.

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Hoy me han regañado unos padres perfectos: “Qué pesada. Se educa en casa”.

– Sí, también. Pero ni los niños ni nosotros estamos en casa todo el rato.

Claro que se educa en casa. Y, sin embargo… Y, además, qué milagro tan extraordinario, tan generoso, tan necesario cuando en el colegio los niños encuentran un profesor, un maestro, que les ayuda a limar la torpeza que les sobra, que les da la confianza justa, que les enseña respeto y empatía, y que nos los devuelve en junio mucho más cerca de las personas que van a ser: buenos, íntegros, divertidos, ellos.

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Una madre del colegio me anima, armada de perspectiva y paciencia: “Nuestros niños son pequeños. Aún no han encontrado el profesor que les marque un antes y un después. No te agobies, dales tiempo”.

– ¿Y si no tienen tiempo? ¿Y si no llegan sus maestros?

– Llegarán. Siempre llegan.

P.D.: con esta columna me despido hasta el otoño. Me persigue una novela y quiero plantarle cara. Para cualquier cosa, @PalomaBravo.

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