Desde la tramoya

PSOE: primero lo orgánico

No es verdad que la victoria de Pedro Sánchez haya sido un castigo a quienes permitieron que gobernara el PP, o la victoria de “la izquierda” sobre “la derecha”. Los socialistas sabían que las circunstancias sólo permitían o bien la investidura de Rajoy, o bien unas terceras elecciones que habrían sido nefastas para el PSOE. Basta pasar un rato con un grupo de militantes para entender que lo que había detrás de las tres opciones –Susana, Patxi o Pedro– eran adscripciones puramente personales: pro-susanistas versus anti-susanistas, básicamente. Pedro Sánchez supo, además, sublimar esas diferencias con el “sí es sí” y la defensa de la izquierda auténtica, pero eso eran más bien adornos de campaña.

Desde hace años, Díaz, que creyó ser la líder natural del partido en toda España, sin que en realidad pudiera esgrimir ningún dato que avalara su creencia, estuvo haciendo la vida imposible al que creía en deuda con ella. Y éste, que se había ganado la Secretaría General voto a voto (sí, de los andaluces, pero también de los valencianos, los catalanes o los extremeños), nunca sintió que tuviera que pedirle permiso a la andaluza.

Ahora Pedro Sánchez no sólo no le debe nada a ella, sino que puede hacer lo que le venga en gana. Díaz ha hecho una apuesta tan fuerte, ha comprometido tanto, que haría bien en dejar de jugar en el tablero nacional y concentrarse exclusivamente en Andalucía, donde es electoralmente menos fuerte de lo que proclama. Y lo propio deberían hacer los líderes territoriales que la apoyaron, la gestora y los expresidentes. Ojalá esas llamadas de hace horas a la unidad y la disolución de bandos y pandillas sea sincera.

Pero la responsabilidad está ahora también, cómo no, en Pedro Sánchez. Si hace sólo unos meses tuvo que lidiar con los incordios de unos órganos –la ejecutiva y el Comité Federal, los secretarios generales de las mayoría de las federaciones– que estaban divididos y que le obligaban a dar bandazos o le provocaban hostilidad, ahora podría impregnarse de la grandeza de quien gana limpiamente y sin reservas. Por ejemplo, protegiendo a sus líderes territoriales y apoyándoles sin fisuras y sin matices en sus territorios. Es ahora cuando debería hacer su enésima gira por las regiones para reunirse con los militantes que todavía hoy están enfrentados: todos juntos. Es ahora cuando podría resucitar sus asambleas abiertas en diálogo franco con los progresistas. Sería suicida para el PSOE duplicar la batalla que acaba de librar cuando lleguen los congresos de cada territorio, después de junio.

Si se trata de coser el partido, el secretario general podría poner a los mejores costureros en la Secretaría de Organización y en la Portavocía del Congreso, los dos lugares clave para la conciliación y la búsqueda de consensos. Dos hombres o mujeres que sean capaces de escuchar, comprender e integrar. Sería un error poner en esos dos sillones a los más fieles o los más hooligans.

En defensa de los taxistas

Podría también conformar una ejecutiva pequeña, realmente operativa, sin vocalías, que son puramente testimoniales o que responden a esas absurdas cuotas del poder territorial. Podría a cambio activar el Consejo Territorial, y dotarle de nuevas y más relevantes competencias. Es increíble que en un partido federal como el PSOE no tenga relevancia alguna el órgano que reúne en igualdad de condiciones a todos los secretarios generales de cada federación. Cuando esos líderes no pueden expresar sus opiniones y sus discrepancias por la vía formal, terminan haciéndolo por la informal: en cenáculos y en conversaciones telefónicas que con facilidad terminan en conspiraciones palaciegas.

Podría rescatar –con la complicidad de los líderes territoriales, porque si no es imposible– el plan para la apertura de las casas del pueblo a actividades de voluntariado social y de debate político. Los socialistas tienen no menos de 5.000 locales por toda España que habitualmente están vacíos y no desarrollan actividad alguna. O se llenan de contenido, o sería mejor venderlos.

Aplaudo las recomendaciones “electorales” que ha hecho aquí José Miguel Contreras –ensanchar el campo de actuación más que desplazarlo a la izquierda, buscar aliados entre los movimientos sociales, los profesionales de prestigio, los artistas y los intelectuales, renovar los liderazgos… Pero, mientras, hay un trabajo orgánico que hacer. Los socialistas han dado un lamentable espectáculo de enfrentamiento y división que es necesario clausurar ya mismo. A partir de ahí, aprovechando la ola de legitimidad adicional que ahora tiene el secretario general, el PSOE podrá ocupar el lugar que le corresponde en este momento: el de partido líder de la oposición. A los socialistas no les gusta que Rajoy sea presidente del Gobierno, pero les gustaría menos aún que su partido pasara a ser el tercero de España. Y ese es el verdadero fantasma que amenaza cada día al viejo Partido Socialista.

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