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La 'intransición' (y cómo los errores de los adversarios resucitan a los muertos)

José Sanroma Aldea

La noche del 20D de 2015 el señor Rajoy estaba políticamente muerto. Casi muerto. A pesar de que su partido tenía 43 escaños más que el siguiente. Tan era así que supo enseguida que ese partido, el PSOE, se abstenía o él no tendría modo de ser investido y formar Gobierno. Le hizo una trampa al procedimiento constitucional de investidura. Le fue consentida por el rey y por el presidente del Congreso, aunque les pesó la sorpresa... Sabía que tenía que fiarlo todo a la repetición de las elecciones. Y sus adversarios no fueron capaces de evitarlas.

España padece el resultado. Tras los resultados del 26 J de 2016 –y tras la demolición, desde su propio Comité Federal, del PSOE– Rajoy fue investido presidente. Sucedió, después de fracasar en su primer intento de investidura, ¡con el mismo programa con el que había sido negada la confianza apenas dos meses antes!

El viejo político había derrotado a tres líderes jóvenes. Aunque dos no perciban su fracaso.

A Rivera le hizo tragarse sus juramentadas palabras de que sus votos no le harían presidente.

A Iglesias le aguantó todas las imprecaciones que éste le lanzó para terminar oyéndole decir que era un "señor estupendo".

A Sánchez se lo habían quitado de enmedio desde la cúspide de su propio partido.

Algunas de las consecuencias de esa triple derrota (siendo la del PSOE la más abrumadora) se dejaron ver de inmediato.

En C's, su transitoria relevancia (en los procedimientos de investidura) quedaba disminuida y ninguneada.

En el PSOE y Podemos –los dos partidos de cuya colaboración dependía en buena parte la renovación democrática y el rescate social–, internamente divididos, triunfando la línea más contraria a la colaboración con el otro.

La victoria rejuveneció a Rajoy tanto como envejeció a sus rivales.

Sánchez quedó fuera de la escena política, a la que solo ha vuelto impulsado por el activismo rebelde de un amplio sector de la militancia del PSOE. " Soy distinto", ha dicho para abrirse un futuro. Le toca demostrar que es no sólo distinto sino mejor.

Iglesias regresa al pasado: para él no hay vía al futuro que no pase por el adelanto de Podemos sobre el PSOE. La invocación de la triple alianza juega el papel que hace décadas tuvo la metáfora de las dos orillas. La enfermedad de este izquierdismo ya no es infantil sino viejuna.

Rivera pide árnica y acceso a gobernar donde sea.

En cambio Rajoy, engrandecido ante los propios, tras aguantar haber sido solo el señalado por el dedo de Aznar y luego golpeado por su dedazo, puede pensar ahora que es capaz de pasar a la historia por la puerta más grande. Su entrevista secreta con Puigdemont el pasado 11 de enero es un botón de muestra. Bien está. Pero, desvelado el secreto, ¿quién le tose? La explicación del hecho y del resultado faltan.

Su poder omnímodo sobre su partido queda consolidado. La forma en que se ha resuelto la crisis de la democracia representativa y la Presidencia del Gobierno le han dado una amplia capacidad de iniciativa política; la que no tenía ni antes ni después del 20 de diciembre de 2015.

No tiene una mayoría parlamentaria, pero la dispersión de las fuerzas opositoras convierte en oro el número de sus escaños. Máxime cuando Rivera y la gestora del PSOE necesitan mostrar que sus votos valen para mucho; y cuando Iglesias toma esa apariencia como si fuera la entera realidad para crear otra: la de que existe una triple alianza frente a la que él va a dirigir la fuerza combativa de un Podemos ganador vuelto a la calle. En suma, la dirección de tres partidos a vivir de las apariencias y el presidente del Gobierno a manejar esas apariencias en provecho propio.

¿Cómo calificar este período político?

No creo que estemos en una segunda Transición que se haya quedado a mitad de camino y que se vaya a completar a partir de que Podemos gane las próximas elecciones. Largo itinerario que solo puede acortar Rajoy adelantando la fecha electoral a su conveniencia.

El sueño de estar viviendo una segunda Transición es la cara de la moneda cuya cruz es el cuento de la gestora de que el PSOE haría una oposición que "crujiría" (Madina dixit) al Gobierno del PP.

Ni Transicion ni crujimiento del Gobierno. Lo que estamos viviendo es una segunda intransición. (Quede hablar de la primera para otra ocasión).

Rajoy impera sobre su partido y cuenta con la división de las fuerzas parlamentarias que se le oponen.

Solo habría una forma de "crujir" al Gobierno: abrir, paso a paso, la posibilidad de una moción de censura entre las tres fuerzas que antes del 20D se presentaron como fuerzas del cambio. Parece evidente que esta posibilidad no está ni se le espera. Tampoco puede vaticinarse que las eventuales movilizaciones sociales vayan a concentrar su objetivo político en llevar a la Presidencia del Gobierno a Iglesias, en las próximas elecciones, para poner fin al "régimen del 78". Si a este lo dinamitara la explosión de la cuestión catalana no sería precisamente para ningún bien democrático.

Un período de intransición también porque tampoco Rajoy ha dado muestras de que su reeditada Presidencia conlleve la renovación de las políticas de su Gobierno. Las que le llevaron a perder más de tres millones y medio de votos. Ahora amenazan con hacer crónicos los males.

Por ahora no ha abierto vía ni frente a la fractura social; ni frente a la fractura territorial (la que concierne a Cataluña pero que tiene nexos con la situación y significado de la Unión Europea y con el sistema de financiación de las comunidades autónomas); ni frente a la fractura intergeneracional; ni frente a la corrupción que degrada las instituciones y lastra las cuentas públicas.

Rajoy impera sobre su partido y se refuerza con las dificultades de pacto entre los demás. Pero esto no basta; no domina las circunstancias que derivan de esas fracturas.

Ahora, aupado en su éxito, puede que sueñe con hacer algo más meritorio que vivir de las debilidades ajenas; y no hay por qué disuadirle del intento, ni minusvalorar su inteligencia para comprender que los problemas no se resuelven solos. Creo que incluso a Podemos, en esa eventualidad, no le interesaría apostar a "cuanto peor mejor".

Este es un tiempo nuevo respecto al que precedió al 20D de 2015. El pasado inmediato (del que queda tanto por aprender) ha sido la llave de este presente, distinto al que pudo haber sido y no fue. Pero la llave que abrió este presente (por la mano de Rajoy) no es la llave del futuro. Está por ver quién encuentra esta llave y quién es capaz de utilizarla. Las fuerzas políticas que se han empezado a mover en  el nuevo tiempo político se han reconfigurado en el inmediato pasado. Y lo seguirán haciendo ahora.

El futuro inmediato no está escrito. Ni siquiera el del PSOE, al que se le augura una división ineluctable. Cual drama griego.

Quienes derrocaron a su secretario general no comprendieron que la suerte del PSOE estaba vinculada a la del secretario general. Pensaron interesadamente que no había sido elegido por la militancia sino designado por quienes mandan en el PSOE. Se han encontrado con el hecho de que ha sido la militancia quien le ha dado nuevo aliento. Cierto que el secretario general, elegido por las bases, no se convirtió en el águila política capaz de alzarse a la presidencia desde el limitado número de los escaños del PSOE. Cierto también que le pusieron mucho plomo en las alas para que no remontara el vuelo más alto que las gallinas. Cierto que no es un gallina. Por esto sus temerosos adversarios han tenido que esgrimir como argumento que su victoria será la división del PSOE. ¿Ayuda tal pronóstico a aceptar el resultado sea cual sea? Es solo un error más que revitaliza al derrocado; cuya victoria se teme ahora porque le suponen afán de revancha.

Pero también es cierto que Pedro Sánchez no puede revivir, fructíferamente para su partido, tan solo por los errores de sus adversarios internos. Su suerte está vinculada a lo que haya sido capaz de aprender de su propia trayectoria.

Como también la suerte del PSOE está vinculada a lo que colectivamente pueda aprender de su propia historia, desde aquel renacimiento que tuvo en Suresnes. Si repiensa su historia creo que el PSOE podrá concluir que recuperar la hegemonía (en la izquierda y en España) no podrá hacerse en el modo en que lo logró entonces.

Está cantado en el poema de Antonio Machado: existe la posibilidad de que como el olmo viejo y centenario vuelva a conocer otra primavera. También el riesgo de verse reducido a leña u otras diversas utilidades.

¿No sería lamentable que desapareciera el partido históricamente más vinculado a la democracia española?

Paradójico sería que quedaran, como únicos partidos históricos, el PNV y ERC, hegemónicos en el País Vasco y en Cataluña; y, como hegemónico en España, el PP, cuyo compromiso con la democracia pocas veces ha ido más allá de tolerarla en provecho propio. Un partido que se mantiene como pez en el agua en este tiempo que ahora llaman de la postverdad y que su encumbrado jefe sabe que eso no es otra cosa que el triunfo del cinismo. No el de la escuela griega que fundó Antístenes, sino el de la mentira descarada que con éxito viene practicando.

En cambio, con el arma de la impostura nadie ganará en el PSOE una victoria que no sea pírrica. Ya lo han probado quienes derrocaron a Sánchez pagando el precio del descrédito que se han ganado.

Está por ver ahora qué es capaz de enseñarnos Sánchez.

Está por ver también que es lo que quiere aprender y puede enseñar la sabiduría colectiva de la militancia del PSOE llamada al debate de proyectos y a las urnas.

Quienes van a votar en la elección de la Secretaría General no son almas muertas de Gogol. Ni creyentes fervorosos fácilmente manipulables al grito de no es no.

Es la parte hoy más viva del PSOE. Y al parecer mayoritariamente está por apoyar a Sánchez.

La suerte de los políticos es a veces inescrutable. Conoce el milagro de la resurrección.

La suerte de la democracia no. Depende del compromiso de la ciudadanía. Y esta, para activarse, necesita que quienes aspiren al liderazgo político despejen algunas de las incertidumbres y algunos de los riesgos que plagan este período de intransición que vive Españaintransición. Mientras, el mundo hierve con Trump y su compaña.

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