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Caso Gürtel

Arranca la pasarela ‘Gürtel’

El presunto líder de la 'trama Gürtel', Francisco Correa, junto a su exempleada Mónica Magariños durante la primera sesión del juicio de la pieza 3 del caso.

Sergi Tarin | Valencia

Pasen y vean. La pasarela Gürtel ha empezado este martes en Valencia. Equilibristas, prestidigitadores, contorsionistas. Y un sinuoso baile de máscaras. Quien ayer era El Bigotes, apodo de Álvaro Pérez, director de Orange Market, hoy es El Barbas. Una metamorfosis velluda de hipster con macuto al hombro: espécimen de mochilero por los altos barrios de la ciudad. Y quien fuera Francisco Correa, prohombre en la sombra del Partido Popular y de esmoquin en la boda de la hija de Aznar, hoy se asemeja a un solista greñudo de canción melódica italiana, con chaqueta ocre eléctrico y una mirada tan triste como libidinosa hacia las redactoras que le acercan el micro.

Siéntense, póngase cómodos. Aunque es el primer juicio a la Gürtel, no verán ni una sola protesta, ni un solo damnificado por los 5 millones del stand valenciano en Fitur adjudicado a dedo, los 7,5 millones de la visita del papa o los dos millones extra para los actos electorales del PP valenciano en 2007 y 2008. Solo cinco estudiantes de último año de Derecho aguardan a la entrada. Y solo la grada de los abogados defensores, cerca de 30 para los 13 acusados, triplica los bancos ocupados por el público.

¡Abracadabra! Allí dentro verán como una exconsejera para quien piden 11 años de cárcel pasa de la devastación a la alegría. Es el síndrome del TSJ valenciano, un sobrio palacio decimonónico con alma de conejo en la chistera. Francisco Camps entró moribundo por el caso de los trajes y salió brincado como un Lázaro absuelto del delito de soborno. Un Francisco Camps que consideraba “amiguito del alma” al Bigotes, “más que amigo” a Juan Luis de la Rúa, expresidente del TSJ valenciano, y que cuando arreciaban los problemas acudía a la magia: “Yo me envuelvo en la senyera”. Y la bandera valenciana tenía ese poder de hacerlo desaparecer de las atmósferas corruptas. Solo así se explica que no esté imputado en ninguna de la seis piezas judiciales que desmenuzan el saqueo de la Gürtel en Valencia.

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Pero sin senyera a mano, Martínez, conocida como La Perla, ya que suele dirigirse con esta muletilla, este martes se mostraba inquieta. “¡Ay, señor!”, suspiraba a las puertas de la sala, el maquillaje derretido por los 30 grados de verano prematuro que desvelaban un rostro pálido como la cal. Una perla bien blanca que en los duros 2003 y 2004 le abrió a Camps el camino en el Alicante dominado por Zaplana. Y por eso fue ascendida a diamante en bruto, a consejera de Turismo y presidenta de les Corts para zancadillear a la izquierda en su trabajo parlamentario contra la corrupción.

Y Martínez, que es una mujer de clase, de clase política, devolvió el favor a Camps en su declaración como imputada. “Firmaba lo que me ponían delante los técnicos”, apuntó a los cuatro exfuncionarios de la Agencia Valenciana de Turismo que ayer esperaban muy juntos y con la cabeza bajada, como si alguien hubiera cortado los hilos de la marioneta. “¡Jorge Guarro!”, “¡Mónica Magariños!”... El secretario llamaba a los imputados y Martínez, junto a la puerta, mantenía ese gesto de señora absorta por los problemas domésticos a quien se le cuelan en la cola del pan. “Milagrosa Martínez”... Y la perla rodó hacia el interior sin saber que a la media hora estaría departiendo con Correa, intercambiando caramelos con Angélica Such, la otra exconsejera de Turismo procesada, y riendo con las intervenciones de las defensas.

De hecho, los letrados defensores marcaron un ritmo frenético al baile veneciano. Y vistieron de inocente a Francisco Correa y de culpable a José Luis Peñas, el concejal de Majadahonda (Madrid) que le denunció tras constatar sus negocios turbios con dirigentes del PP a través de grabaciones secretas. El abogado de Correa exigió anular las escuchas y precipitar la teoría penal del fruto del árbol contaminado por la que todo el fruto judicial posterior estaría podrido. Y más aún. En ese jardín del bien y del mal, Miguel Durán, exdirector de ONCE y letrado de Pablo Crespo, apeló a la virtud original de los procesados, “unas pobres personas, unas criaturas que se ven aquí contra su voluntad”. Un argumento que el propio Crespo utilizó a la salida: “Solo soy un humilde empresario”. Y apuntó al jardinero que envenena la plantas: “Es un montaje político que se organizó en el despacho de Rubalcaba”.

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